Cinexcusas
Luis Tovar
Así se desprende –una vez más, porque todos los años es lo mismo y sólo cambian los títulos de los filmes– del informe más reciente de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (CANACINE), de acuerdo con el cual fue Super Mario Bros. La película, la cosa que más espectadores vieron en las salas, tantos como veintidós millones setecientas mil personas en números redondos, equivalentes a poco menos del once por ciento del total de 218 millones. En cuanto al cine mexicano, esa otra cosa titulada Radical, perpetrada por Christopher Zalla y protagonizada por ese insufrible que responde al nombre de Eugenio Derbez, fue la producción más socorrida; sigue en cartelera, pero hasta el 27 de noviembre había convocado alrededor de tres millones cien mil espectadores y entre todos apoquinaron unos doscientos millones de pesos. La desproporción es desoladora y clamorosa: la relación con Super Mario Bros. es superior a siete contra uno y la pestilencia ésa se ha embolsado arriba de los mil quinientos millones. En otras palabras, hasta el “mejor” esfuerzo por asimilarse al cine gringo quedan cortos y el abismo es claramente insalvable.
La (eterna) desproporción
Basta el ejemplo arriba citado para entender la otra desproporción que se deriva de tan tristes distorsiones: en su conjunto, el cine hecho en México no alcanzó ni siquiera el cinco por ciento de la “recaudación” en la taquilla –la cifra exacta es 4.8–, sin importar que haya aumentado más del diez por ciento –el incremento fue de trece– la cifra de producciones nacionales estrenadas, que llegaron a la suma de noventa y dos.
Quitando Radical, las noventa y un restantes quedaron tan por debajo de las cifras referidas que cualquiera tuvo un desempeño imposible de considerar sino como marginal. Haga cuentas: el total ingresado fue de 14 mil 631 millones de pesos; nada más 4.8 por ciento, equivalente a 702 millones 288 mil, correspondió al cine mexicano; de esa cantidad doscientos millones fueron a parar a Radical, de manera que si se prorratearan los 502 millones y fracción que restan entre noventa y un películas, cada una habría recibido algo así como cinco millones y medio de pesos en promedio. Apúntese, para quien lo ignore, que una producción nacional típica no cuesta menos de diez millones aproximadamente, que son raras las que cuestan menos de eso y rarísimas las que, en esa condición, logran recuperar lo invertido.
De regreso al punto del principio: en efecto, la gente quiere ver eso que ve, pero no es sino producto de un condicionamiento históricamente prolongado, permanentemente reforzado y denodadamente defendido por sus beneficiarios: que Mediomundo haya visto Super Mario Bros. no significa que sea buena, sólo que hay una enorme maquinaria para beneficiarla, tal como se hizo el año anterior con otro bodrio, y antes otro, ad nauseam. Que Radical o cualquier miasma derbeziano o higaredesco rasguñen un pedazo está previsto, es parte de lo mismo. Finalmente, y con tristeza hay que decirlo, un filme extraordinario como Tótem no será más visto gracias a su calidad intrínseca, que no debería precisar de asideros de ninguna clase, sino sólo porque ha sido “bendecido” con una candidatura al premio Oscar.
Aunque parezca petición para los Reyes Magos, ojalá que el año que comienza mañana la cosa sea distinta.