La orden dominica, además de la evangelización, era la encargada de representar al temible Tribunal del Santo Oficio, en lo que llegaba el primer inquisidor. De inmediato levantaron un templo con su atrio y comenzaron las instalaciones conventuales cuidando de dejar lugar para una gran plaza.
A un costado construyeron dependencias para la Inquisición, entre otras, las llamadas cárceles de la Perpetua, donde muchos acusados terminaron su vida. A un lado, la que se convertiría en la Aduana Mayor, además de los portales y las casonas del mayorazgo de Medina. Ahí vivió Pedro López, el primer cirujano de la ciudad. También se edificó la mansión del capitán Pedro Jaramillo, a quien Cortés casó con La Malinche.
Todas esas construcciones padecieron hundimientos y daños por los temblores, por lo que las reconstruyeron en el siglo XVIII al estilo barroco y quedó una de las plazas más bellas y armónicas, con construcciones excepcionales como el propio templo de Santo Domingo, el Palacio de la Inquisición, la Aduana Mayor y los portales de los evangelistas.
El Tribunal del Santo Oficio contrató al notable arquitecto Pedro de Arrieta, maestro mayor de arquitectura y albañilería de la Inquisición, para que construyera el nuevo edificio, que es el bello palacio que aún podemos admirar. Ya hemos comentado que en 1738, justo un año después de haber concluido la obra por la que ganaba dos pesos diarios, murió en la miseria.
El majestuoso recinto de tezontle rojizo finamente trabajado, decorado en marcos, molduras y adornos con elegante cantera, se distingue por dos rasgos notables que le imprimió Arrieta. El primero es achaflanar la esquina y colocar en ella la entrada, con lo que se logró que el edificio gozara de ambas calles y diera directamente a la plaza. Esta particularidad dio origen a que se le conociera como la Casa Chata.
Otro detalle admirable se encuentra en el patio principal: los arcos de las esquinas que al carecer de columnas dan la impresión de estar en el aire, colgando como un gran arete, maravilla arquitectónica que nos sigue asombrando.
Aquí funcionó durante casi 300 años el funesto tribunal, cuyos autos de fe se celebraban, algunos, en la Plaza de Santo Domingo y otros en el Zócalo o en el quemadero que tenía frente a la Alameda. Alojó las cárceles, una capilla, habitaciones para los inquisidores, salas para tormento y otras dependencias de triste memoria.
Cuando desapareció la Inquisición a principios del siglo XIX, después de algunos malos usos, la Escuela de Medicina adquirió el inmueble, le agregaron un piso siguiendo fielmente el mismo estilo y ahí funcionó la noble institución hasta su traslado a Ciudad Universitaria en 1954.
La Aduana Mayor de México se estableció en la Nueva España en 1574 con el fin de aplicar un impuesto a las operaciones de compra-venta debido a los crecientes gastos militares de la Corona. La primera sede se ubicó en la calle que ahora se llama 5 de Febrero y, en el siglo XVII se trasladó a la Plaza de Santo Domingo, a unas casas alquiladas mientras construían su propio edificio; éste se comenzó, pero se detuvo en varias ocasiones por razones presupuestales y finalmente se logró terminar un palacio magnífico con tres cuerpos, revestido de tezontle, enmarcados de cantera, un enorme rodapié de recinto negro y rematado con almenas. Los patios interiores se unen por una monumental escalera cuyos muros laterales y plafón fueron pintados por David Alfaro Siqueiros en 1946, con el mural Patricios y patricidas; actualmente pertenece a la Secretaría de Educación Pública.
Para el piscolabis de rigor vamos a Domingo Santo, en lo alto de los portales. La entrada es por Cuba 96, por el hotel boutique del mismo nombre. La vista de la plaza es única y se alcanzan a ver otras cúpulas y torres, entre otras las de Catedral.
Los precios del restaurante también son boutique, así es que le sugiero compartir unas entraditas: sopes de atún al pastor, el pétalo de coliflor a la parrilla y quizás unos taquitos y unas cervezas. El banquete es el paisaje.