Un siglo con Katy Jurado
Rafael Aviña
En enero de 1999, la extinta revista Somos dedicó su edición a la extraordinaria actriz Katy Jurado, quien el 16 de ese mes cumplía setenta y cinco años. La querida Macarena Quiroz, notable periodista de espectáculos y directora de la publicación, me pidió que presentara a la actriz y presidiera el homenaje para celebrar el número consagrado a su carrera fílmica a realizarse en la Cineteca Nacional. Aquello no era nuevo para mí; solían pedirme que introdujera a diversas estrellas de nuestro cine con las respectivas publicaciones en su honor. No obstante, por vez primera aquella petición me dio cierto temor. La presencia y la recia personalidad de Katy me imponían demasiado y estuve a punto de negarme; sin embargo, la curiosidad y el hecho de tener la posibilidad de estar cerca de una celebridad de esa naturaleza fueron decisivos. Inicié mi participación muy nervioso, miraba de reojo a Katy, a quien habían traído de Cuernavaca con varios de sus familiares más cercanos. Ella mostraba un gesto adusto y eso me imponía más, pero por fortuna dejé que fluyera y de a poco veía que Katy sonreía y se reía con mis comentarios. Cuando terminé me dio un beso en la mejilla y me dijo: “Ora sí me hiciste reír, condenado”… Atesoro ese momento fugaz que hoy, como hace veinticinco años, es un cúmulo de emociones que siempre estarán conmigo.
“La que se levanta tarde”
La primera vez que descubrí a Katy Jurado fue allá por 1967 en el televisor Admiral de nuestro domicilio. Yo tenía casi ocho años y era imposible no darse cuenta de la estampa de Katy. Interpretaba a “La que se levanta tarde” en esa joya de Ismael Rodríguez que es Nosotros los pobres, de 1947, cuando aún no cumplía los veintitrés años. La manera en que miraba recargada en una pared, su cuerpo, sus labios, sus ojos y su cabello despertaron en mí sensaciones extrañas. En ese entonces, Katy tenía todo para adueñarse del estereotipo de villana y de vampiresa de cuerpo deslumbrante y sensualidad a flor de piel, como lo muestra aquella escena en la que intenta ponerle una cadenita al mismísimo Torito Pedro Infante en el filme de Ismael. De hecho, pudo quedarse a ese simple nivel, como sucedió con muchas actrices de aquellos años; sin embargo, aquello no era suficiente para Katy y “La que se levanta tarde” a la vez mostraba ternura y altos grados de solidaridad con la Chorreada (Blanca Estela Pavón), creando así un personaje humano y realista por encima del estereotipo.
Para ese momento, Katy Jurado era ya una actriz diferente y original. Había debutado en Internado para señoritas, de Gilberto Martínez Solares, al lado de Emilio Tuero, y tomó el papel de colegiala medio perversa en No matarás, –ambas de 1943–, mientras en Rosa del Caribe (1944) atraía la atención del público y de los productores justo por esa belleza misteriosa y sensual. En breve, su capacidad como actriz fue puesta a prueba en obras mayores como Hay lugar para… dos (1948) de Alejandro Galindo, junto a David Silva. Encarnaba aquí a la imagen viva del deseo: la mujer sexualizada, sí, pero que se sabe hermosa y deseada: “Estése sosiego, don Gregorio”, le dice a David Silva, a quien se le queman las habas por llevársela a lo oscurito. No obstante, al final, explota furiosa y desfigurada en la que es quizá la escena más impactante del filme de Galindo.
Por supuesto, su gran trabajo histriónico se hizo evidente en El bruto (1952), bajo las órdenes de Luis Buñuel, acompañada de esas dos personalidades opuestas como lo fueron Andrés Soler y Pedro Armendáriz. Katy era para entonces una estrella fulgurante que había despertado el interés de Hollywood y se fue allá para demostrar que había nacido para la pantalla grande. Sin duda, Katy una de las actrices mexicanas que más triunfos obtuvo en Hollywood: no sólo fue merecedora del Globo de Oro por la cinta A la hora señalada, de Fred Zinnemann, y obtuvo una nominación al Oscar por Lo que la carne hereda/La lanza rota, de Edward Dmytryk, sino que compartió créditos con figuras de la talla de Gary Cooper, Kirk Douglas, Charlton Heston, Spencer Tracy, Burt Lancaster, Tony Curtis, Marlon Brando, Elvis Presley, Antony Quinn, Ernest Borgnine, Alan Ladd, Richard Widmark, Robert Wagner, Grace Kelly, Gina Lollobrigida, Jean Peters, y aún regresó a México para mostrar su gran madurez como actriz, levantando proyectos como El hacedor de miedo, Faltas a la moral –ambas de 1969– y baluartes del cine echeverrista como ese par de obras maestras que son Caridad y Los albañiles, de Jorge Fons, o El elegido, de Servando González.
Ojos grandes e incitantes de ángel vengador
Nuestro cine supo llevar a derroteros increíblemente hormonales a sus villanas y mujeres de escándalo, como María Félix en papeles a su medida en La devoradora, Doña Diabla o La mujer sin alma, o a María Antonieta Pons en La insaciable, La bien pagada y La sin ventura. A su vez, estaba la rubia debilidad de una Emilia Guiú que trastornaba a los hombres en Puerto de perdición o Quinto patio, o Claudia Islas en Bajo el ardiente sol/La insaciable o Para servir a usted, sin faltar Leticia Palma en Hipócrita o En la palma de tu mano, o esa mezcla de ingenuidad y perversión de una Ninón Sevilla en Sensualidad y Aventurera.
No obstante, en medio de aquellas mujeres intocables trastocadas en reinas despiadadas que esclavizaban con sus encantos y sus formidables y sinuosos cuerpos a los personajes masculinos para poner en duda de la virilidad del macho, destaca de manera particular María Cristina Estela Jurado García, mejor conocida como Katy Jurado (Guadalajara, 16 enero 1924-Cuernavaca, 5 de julio 2002), nacida hace cien años. Actriz y mujer exuberante de mirada lánguida y ojos grandes e incitantes que impresionó a tal grado a Emilio Indio Fernández, quien le propuso una pequeña parte en La isla de la pasión, con la que Emilio debutaba como director en el año de 1941. Por aquel entonces Katy tenía quince años, no obtuvo el permiso de sus padres y declinó la oferta hasta 1943 cuando, estando ya casada con el actor Víctor Velázquez, debutaba como adolescente fatal en Internado para señoritas.
Katy Jurado se convirtió casi de inmediato en la antítesis de las tiernas heroínas femeninas del cine mexicano: la mujer come-hombres, la vampiresa sin escrúpulos que dio vida en cintas como No matarás, Nosotros los pobres, Hay lugar para… dos, Cárcel de mujeres, El bruto, La mujer del carnicero y más. La hembra que no se detiene ante nada, la pecadora insensible y sensual por naturaleza: más que un reprochable mito erótico, una suerte de ángel vengador de las buenas costumbres.
Katy supo hacerse de un estilo propio, de una cadencia especial para recitar sus diálogos y de ofrecer al espectador una serie de intervenciones impactantes y sensuales. Así, luego de cintas como La vida inútil de Pito Pérez, La sombra de Chucho El Roto, El museo del crimen o Guadalajara pues, en la que Katy le señala a la rubia estadunidense Joan Page: “a los mexicanos les gustamos las morenas, no las güeras desabridas como usted…”; conseguía unos de sus mejores roles en Nosotros los pobres y en Hay lugar para… dos, donde le dice a David Silva después del accidente con un tren: “Me desgraciaste la cara… todita la cara… ahora de que voy a vivir…”, al tiempo que le rasguña el rostro a ese hombre derrotado que se debate entre la prisión y el perdón de las autoridades y de su mujer. A esta cinta siguió El seminarista, con Pedro Infante, y por supuesto El bruto, como la sensual amante del torvo y libidinoso casero Andrés Soler, al tiempo que intenta seducir a un carnicero golpeador que encarnaba Pedro Armendáriz.
En 1953 y bajo la dirección de Miguel Contreras Torres, Katy estelariza un filme realizado en español e inglés: Tehuantepec, como joven ciega del Itsmo según este drama histórico, y otra coproducción con Estados Unidos: El corazón y la espada, de Edward Dein y Carlos Véjar, con un reparto que incluía a César Romero, Tito Junco y Rebeca Iturbide; se trata de una curiosa cinta de aventuras de capa y espada ambientada en Granada, en la que Katy interpretaba a una espadachina. Después de ésta, arranca propiamente su exitosa carrera hollywoodense. Así, se luce en el western A la hora señalada llevándose el Globo de Oro; después vendrían títulos como Hogueras de odio, con Charlton Heston; Lo que la tierra hereda, con Spencer Tracy, donde fuera nominada al Oscar por actriz de reparto; Trapecio, con Burt Lancaster y Tony Curtis; Barrabás, con Anthony Quinn, y otro par de westerns: Los malvados de Yuma, con Alan Ladd y Ernest Borgnine, uno de sus maridos, y El rostro impenetrable, dirigida y protagonizada por Marlon Brando y Pina Pellicer.
Después de alternar con María Félix en La Bandida, en 1962, aparece magistral en La mujer del carnicero (1968), de Ismael Rodríguez, un relato de horror, pasión, miedo y culpa ambientado en época revolucionaria, en el papel de una madura ex prostituta. Con Elvis Presley filmó Stay Away Joe y alcanzaba la madurez histriónica en el episodio Caridad, del filme Fe, esperanza y caridad (1972) en el papel de Eulogia, esposa de un alcohólico cargador de la Merced que inicia un devastador recorrido por varias oficinas de gobierno para recuperar el cuerpo de su marido.
En las décadas de los setenta y ochenta Katy destacó en Patt Garret y Billy The Kid, El recurso del método, Los albañiles –como la infiel esposa de un velador asesinado–, Los hijos de Sánchez, La viuda de Montiel, Pantaleón y las visitadoras y Bajo el volcán. Todavía sorprendió en los noventa como la mujer del profeta que encarna Paco Rabal en la explosiva El evangelio de las maravillas, una galería grotesca de inadaptados sociales donde se vive el fin del mundo según ésta alegoría bíblica a lo Ripstein, para cerrar su filmografía con El secreto de Esperanza (2001), de Leopoldo Laborde.