«Me estás matando, Susana» película

Cinexcusas

Luis Tovar

Te digo así porque siempre me gustó ese sobrenombre que, si bien recuerdo, es con el que te llama tu carnal del alma –son tus palabras– Parménides García Saldaña en Pasto verde, acaso la única novela realmente de la onda, y me apresuro a decir esto porque bien sé –incluso tuve el privilegio de que me lo dijeras tú de viva voz– que nunca te cuadró el letrerito margoglántz con el que te quisieron encasillar, por fortuna sin lograrlo pero del que jamás te pudiste librar del todo, así fuera para negarlo una vez tras otra.

Salvado el punto y a la vez tomándolo como el de partida para estas líneas, coincido contigo y refrendo que esa onda no tiene que ver nada con tu obra, y no sólo en la literatura sino incluso más en cuanto al cine, pues sólo a los desavisados podría parecerles que Ya sé quién eres (te he estado observando), tu debut y despedida en largometraje de ficción tan pronto como en 1971, a tus veintisiete años –precoz en todo, por supuesto–, podría formar parte de ese no-movimiento tan forzado en realidad. Por ahí cuentas que al filme te lo hicieron trizas y por eso no insististe dirigiendo cine, pero porfiaste en el guionismo: Ahí viene la plaga, escrito a tres pares de manos con Pepe Buil y Gerardo Pardo, esa ópera rock que hasta donde sé nunca llegó a la pantalla, es la amalgama igual precoz de las que claramente siempre fueron tus mayores obsesiones: la literatura, el rock y el cine.

Ojalá que alguien se animara a filmar esa obra al alimón de tres, como lo hiciera Roberto Sneider con una novela tuya posterior, la magnífica Ciudades desiertas, que con el título Me estás matando, Susana fue producida hasta 2016, es decir más de tres décadas después de aparecida la novela.

Desde la primera edición –Joaquín Mortiz, tu casa editorial– de Ahí viene la plaga ya pasaron treinta y nueve años, así que me arrogo el derecho de decir aquí que se aceptan voluntarios. No estaría fácil tal vez, pero tampoco debió estarlo la adaptación de tu solitaria obra de teatro, Abolición de la propiedad, que ese cineasta buenamente obstinado que es Jesús Magaña se aventó con tu venia y –también me lo dijiste– a tu satisfacción. Eso pasó en 2011, y significa que de tu escritura al cine transcurrieron ni más ni menos que cuarenta y dos demasiado largos años (en un paréntesis que, me imagino, podrías suscribir, hay que decirlo: entre las muchas cosas que le duelen al cine mexicano destaca ese ayuno prolongado, casi inanición, de adaptaciones literarias, tan escasas considerando cantidades, tan desafortunadas pensando en resultados la mayoría de las veces; que lo digan Rulfo, Fuentes –pero estoy acordándome de lo que de él pensabas, si quieres lo retiro–, Ibargüengoitia que podría ser el menos desafortunado… O en lugar de todos ellos José Revueltas, que bien puede disputarle al autor de Maten al león el mejor sitio, pero no en cuanto a adaptaciones sino a labor guionística.

En este punto sería una omisión imperdonable no decir que tuviste el privilegio de colaborar con el autor de Días terrenales en la escritura del guión de otra obra suya; por supuesto me refiero a El apando, y no deja de ser un tanto enojoso que sea un dato ignorado por la mayoría de los cinéfilos, así que sea dicho aquí a manera de mínimo acto de justicia.

Se termina este espacio, querido Pepckop Gin, y quisiera concluir mencionando otro soslayamiento general de tu intervención en el cine mexicano: es de memoria porque no he podido volver a verla nunca pero, si no recuerdo mal, apareces en una película por lo demás muy mala por mafufa –y que me perdone tu compa Gerardo Pardo, guionista y director– titulada De veras me atrapaste, en la que tienes un papel muy pequeñito, en una fiesta setentera a morir, donde cigarro en mano estás echando rollo quién sabe con quién y sobre qué. Eres tú mismo, por supuesto, y tu presencia ahí te volvió actor, así fuera fugaz pero de a devis.

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