Platicar con los taxistas en San Diego

Bemol sostenido

Alonso Arreola

Uber a Nigeria

 

Conversar con los conductores de taxis o plataformas es una de nuestras mayores entretengas. Entrevistarlos da perspectiva, pues suelen compartir reflejos de sus encuentros cotidianos. Estando en la ciudad de San Diego, California, no hicimos excepción.

Así conocimos a Javier, politizado argentino que ya piensa en cambiarse de nombre por culpa de Milei. También a Diana, madre de un joven con problemas cardíacos, que sonríe pese a las cirugías y desazones.

A Ángel, que vive en Tijuana pero cruza diariamente la frontera para trabajar y convertirse en un CSI (investigador forense criminal). A Carlos, extraficante divorciado nacido en el este de Los Ángeles, que ahora escribe guiones inspirados en las injusticias de Trump y sus aliados. Largo rato le llevó describir una introducción musical basada en el llanto de niños enjaulados.

Imposible soslayar a Douglas, joven emprendedor (el único gringo que nos tocó), cuyo automóvil era híbrido de nave espacial con discoteca. Lleno de dulces e informaciones variopintas, llamó a nuestra solidaridad el letrero que explicaba una aplicación propia y la forma como terminaría su carrera universitaria. ¡Qué energía y qué buena música traía! A riesgo de ser molesto para un turista puritano, su apuesta era clara: volumen y graves en un repertorio con bajos sintetizados.

Podríamos ampliar la lista de conductores; sin embargo, nos detendremos en el que menos habló. Se nos apareció en un trayecto desde el parque Balboa. Conocerlo resultó curioso y de lo más musical (porque de eso va nuestra columna ¿cierto?)

Subimos a su unidad y percibimos la vena rítmica. Era un negro de Ghana que bailaba y cantaba como si no estuviéramos allí. Nos ignoraba de la manera más absoluta. No quería dar espectáculo ni recibir propina. Sólo un instante detuvo los movimientos de pescado en anzuelo, cuando una mujer desorientada apareció en sentido contrario. En su radio sonaba un típico afrobeats (no afrobeat) que mezclaba sonidos tradicionales de Ghana, Nigeria o Mali, con géneros urbanos: rap, trap, electrónica, pop.

Eso es lo que otorga la “s” final al conocido término afrobeat, acuñado en los años setenta por el gran compositor y polémico activista Fela Kuti, de quien ya hemos hablado acá. El caso es que primero pensamos en Mali. Así se lo hicimos saber tras conocer su lugar de nacimiento. La suposición no pareció caerle bien, aunque nunca fue grosero. Pasa que en muchos sitios de África la historia de cada pueblo es sagrada.

Volviendo al asunto: el auto poseía una actividad sónica energizante a la que sumaba su voz, ya fuera cantando o en llamadas telefónicas que parecían desanimarlo. Sonreímos al despedirnos. Luego olvidamos el encuentro. Pasaron un par de semanas hasta que el canal de Youtube Classical Music News, aplicó despertador a los recuerdos.

Resulta que hay en Nigeria un conjunto llamado Vesta Orchestra and Opera Foundation. Se trata de una banda clásica en el sentido “culto”. Un grupo con instrumental filarmónico que da vida a lo escrito por compositores africanos contemporáneos, ajenos al afrobeat y al afrobeats.

Ejecutantes y cantantes exhiben un perfil sonoro pocas veces visto en el panorama estereotipado de Europa y sus festivales, en cuyo seno imperan aún los nombres de Youssou N’Dour, Baaba Maal, Angelique Kidjo, Manu Dibango, Oumou Sangare o Salif Keita. Todos valiosos, pero como explica Rosalyn Aninyei, violinista y fundadora de la Vesta Orchestra: “Toda cultura tiene su música clásica, nosotros queremos mostrar la nuestra… Si el afrobeats o la música tradicional son para el mundo entero, esto también puede serlo.”

Y tiene razón, aunque no estamos seguros de que aquel conductor de Uber, tan cantante y bailador como es, sintonizaría sus bellas interpretaciones. Porque lo son. Búsquelas e imagínelo usted, lectora, lector. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

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