La sombra del ciprés es alargada:
El último y desconocido filme de Luis Alcoriza
Rafael Aviña
Con La sombra del ciprés< es alargada, el entonces escritor debutante Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) obtuvo el Premio Nadal en 1947 y la suya fue incluida en la lista de las cien mejores novelas del siglo XX en español, según el diario El Mundo. A ésta seguiría una extensa obra narrativa: El camino, Las ratas, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris y más. Asimismo, Delibes recibió el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). A su vez, la magistral versión cinematográfica de Los santos inocentes (Mario Camus, 1984) y la última película de Alcoriza, con la que cerraba su fructífera filmografía y en la que además recuperaba una asignatura pendiente con su pasado y sus orígenes: la Guerra Civil española y los refugiados en México, según su propia traslación de La sombra del ciprés es alargada con la que fue nominado al Goya por mejor guion adaptado.
Vida y muerte en la provincia
Coproducida por Televisión Española, el Ministerio de Cultura de España y Conacite Dos de México, el filme abre con una eficaz y bella secuencia de créditos que marca el recorrido de Pedro, un niño huérfano de nueve años (Iván Fernández) de la estación de trenes en Ávila, España, a la casa de Don Mateo Lesmes (Emilio Gutiérrez Caba), maestro autodidacta que, a partir de ese momento, se convertirá en el encargado de su educación, mientras la cámara montada en la carroza que lo traslada junto con su tutor muestra varios de los hermosos escenarios de esa inmemorial ciudad amurallada, a través de una cuidada y notable fotografía de Hans Burmann y una elegante banda sonora compuesta por Gregorio García Segura. La historia arranca en 1929; Pedro entablará una afectuosa relación con la familia de Lesmes: su mujer, Doña Gregoria (Fiorella Faltoyano), Martina (Naelle de Pablos), la pequeña hija y el fiel perro Bonni, a la que se sumará Alfredo (Miguel Ángel García), un niño abandonado por la madre y el amante de ésta, y que se convertirá en el gran amigo y compañero de habitación y estudios de Pedro en ése que es su círculo de entorno afectivo, coronado siempre por la dualidad entre la vida y la muerte.
Tanto la cinta de Alcoriza como la obra de Delibes resultan un manifiesto sobre el pesimismo, la soledad, la destrucción de los ideales y las ilusiones por las pérdidas físicas y emocionales, que se construye de a poco en los pequeños detalles. Pedro es taciturno aunque entusiasta; no obstante, se va moldeando con la rigidez y la mediocridad de Lesmes, quien pese a su bondad es un hombre inflexible y estrecho: no desperdicia luz, cobijas o alimento; incluso las migajas sobrantes en el mantel las reúne para alimentar a sus peces. A Pedro le dice frases como: “La austeridad templa el espíritu… Dígame si pasa usted frio y le daré otra manta… Piense, que la paz del espíritu radica en la aceptación del destino… Llorar es estúpido y no conduce a nada…”. Alfredo es lo opuesto: es rebelde y emocional, jura que matará al amante de su madre, desobedece a Lesmes, quien termina dándole unos azotes. Sus tesoros son una caracola marina donde escucha el sonido del mar y una lentilla donde observa la inmensidad de éste y desea convertirse en marinero. A Pedro incluso le regala un barco en el interior de una botella.
En la muy sensible primera parte, que recuerda otras cintas españolas posteriores sobre la infancia como Las bicicletas son para el verano (Jaime Chavarri, 1984) o Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), se narra la tediosa y monótona vida de provincias, los roces con los compañeros y en particular la relación entre la vida y la muerte inculcada por Lesmes, así como la enorme amistad que crece entre los niños y finaliza con una espléndida secuencia poética, en la que Alfredo, quien no volverá a ver a su madre, enferma gravemente de bronquitis debido a sus débiles pulmones, arropado por el abrazo de su amigo, su cama es trasladada a la orilla de la playa, mientras las olas se deslizan con suavidad entre la arena y se escucha el tema “Para Elisa” de Ludwig van Beethoven, que la pequeña Martina intenta perfeccionar en el piano familiar.
Los designios del destino
En la segunda parte, ambientada al inicio de los cincuenta, Pedro (Juanjo Guerenabarrena) se ha convertido en un solitario capitán de barco, un hombre guapo, estricto y sin emociones ni ilusiones, que terminó peleando del lado franquista, encerrado en sus recuerdos hasta que conoce a la bella Jane (Dany Prius), joven de origen tanto estadunidense como centroeuropeo y antropóloga, a la que rescata de un yate perdido, y que vive en Veracruz con su padre refugiado español en México (Julián Pastor), casado con una mujer más joven que encarna María Rojo. Jane es la antítesis de Pedro: es desinhibida, vital, alegre, llena de planes, adora su profesión y las culturas precolombinas. Ella lleva a Pedro a conocer un exuberante Puerto de Veracruz, la zona arqueológica del Tajín y el Fuerte de San Juan de Ulúa; hacen el amor y eso va rompiendo las murallas emocionales que ha construido Pedro a su alrededor.
La educación austera y católica que recibió con Lesmes y la historia de amistad con Alfredo y su triste muerte le ha hecho ser así: retraído y represor de sus sentimientos. Es avaro y tacaño con sus emociones, como le dice Jane. No le gusta el trópico sino el frío…“Era un hombre duro que dudaba y de todo tenía defensas y yo se las quité”, comenta Jane, un tanto arrepentida de haber aceptado la propuesta matrimonial de éste, ya que ella desea ser libre y no quiere permanecer encerrada en la casona que sus difuntos padres, a través del tutor, le han dejado a Pedro junto con una buena cantidad de dinero, quien a su vez renuncia a su puesto como capitán de barco para dedicarse a la que será su esposa. Incluso se deshace del barco en la botella en donde parecía habitar todo el tiempo.
La sombra del ciprés es alargada es un traslado fílmico no tan literal de la obra y quizá se queda un tanto corta en historia; no obstante, sintetiza de manera inteligente los sucesos y resulta mucho más clarificadora en su pensamiento: ahonda en la manera en que el ambiente educativo y emocional forma a un niño e influye de manera decisiva en su personalidad y sus sentimientos e ideología, deformando la forma de entender el mundo, que sólo engendra tristeza y decepción. También resulta reduccionista en un tema que Alcoriza no alcanzó a desarrollar del todo: el asunto de la Guerra Civil que separó familias y produjo odio y muerte, así como la condición del propio realizador como refugiado en nuestro país, representado en el papel que encarna Julián Pastor, quien rechaza en un inicio a Pedro, debido a sus orígenes franquistas, siendo él un republicano de hueso colorado.
Atractivos resultan algunos de sus apuntes sobre las relaciones personales y toques feministas. Jane le comenta a Pedro que Alfredo era tan bonito que parecía una niña y le pregunta si no “hicieron jueguecitos de tocársela, cuando compartían habitación.” “¡No! nunca hubo un mal pensamiento, sino una amistad fraterna”, responde él. Dudosa del compromiso con Pedro comenta Jane: “Ellos nos dejan cuando quieren. No veo un crimen en que una mujer termine una relación con un hombre…” El final, sobre todo en la película, resulta forzado y melodramático: el accidente fatal que tiene Jane cuando va por Pedro al muelle al que ha llegado para casarse con ella. No obstante, refuerza esa visión pesimista de la frustración que permea en la obra y en la adaptación: el sentido de la vida
y la presencia de la muerte, la amistad, el amor, los designios del destino, la nostalgia, la melancolía, en una película de reflexiones morales complejas y profundas, con un final devastador que no está en la novela: Pedro se ha convertido en un profesor desilusionado –como su antiguo maestro– y se ha casado con Martina, a la que reencuentra luego de la muerte del padre de ésta, Mateo Lesmes, y espera un hijo suyo. Pasea con Bonni y bajo la sombra de un árbol la cámara se congela ante su rostro de decepción y tristeza, mientras se escucha de nuevo el tema “Para Elisa”.
“Prefiero ser enterrado bajo la sombra de un pino a la de un ciprés, porque ésta es alargada y triste”, es la máxima que Alfredo suelta a Pedro en un cementerio, como una filosofía de vida positiva en un filme sensible y un bello epitafio en la carrera fílmica de Luis Alcoriza, quien fallecería poco menos de tres años después.