Cinexcusas
Luis Tovar
no terminaran convertidos en una galería de personajes encargados cada uno de cumplir una función telegrafiada: el líder, el cobarde, el consciente de la realidad pero optimista, el ídem pero pesimista, el que no tiene empacho en ingerir la carne humana, el que se rehúsa… todos como salidos de la nada, sin trasfondo alguno de personalidad.
Los guionistas y el realizador arriesgaron una osadía que no se atestigua con frecuencia en el cine: comienza la película privilegiando el punto de vista de un narrador-protagonista, que lo mismo habla en el presente diegético que en off, y mientras es así da la impresión de que La sociedad de la nieve será, como sus antecesoras, un ejercicio más que prepondere al individuo por encima de la colectividad. Sin embargo, extrañamente y para bien, la intervención de dicho conductor dramático es discreta, nunca se pone a sí mismo por delante, le va “dando juego” a cada uno –y la metáfora no es casual: en tanto miembros de un equipo deportivo, los personajes de algún modo despliegan, tras el accidente, sus propias cualidades ahora aplicadas a la sobrevivencia– y, todavía más osada y sorpresivamente, ese narrador-protagonista no es uno de los dieciséis que la libraron, sino uno de los muertos en los Andes en aquel año del ’72. Esa ruptura de lo que, hasta cierto punto del pietaje, era una estrategia narrativa más bien convencional, hace que La sociedad… se diferencie no sólo de sus antecesoras temáticas y argumentales, sino de la mayoría de las cintas “de desastres” o “aventura”, genéricamente hablando; que quien cuente el cuento esté ya muerto, pero el espectador se entere de dicha condición a la mitad del camino narrativo, no es frecuente y a la cinta le da pauta para destacar, una vez más, que lo importante aquí no es el individuo que perece sino la colectividad que permanece.
Nunca se sabe
Era preciso hilar muy fino para que un nuevo abordaje de la multimencionada tragedia aérea en tierras sudamericanas no se decantara, para sensacionalista mal, en el deseo mórbido de ver cómo un ser humano se come a otro ser humano. Había que abordar el punto con delicadeza porque, de cualquier modo, era inevitable no sólo mencionarlo, y haber recurrido al extremo narrativo de un pudor que lo ocultara habría resultado absurdo, escamoteador, un sinsentido. La sociedad de la nieve lo consigue hasta el grado de que el canibalismo obligado al que recurrieron los sobrevivientes en la cordillera sólo es uno más de los avatares y los desafíos que tuvieron que enfrentar en la tragedia: el frío intensísimo, el aislamiento, la desesperanza, la lucha contra la locura, la degradación de la convivencia, el deterioro de la propia personalidad…
Durante muchos años y hasta tiempos muy recientes, Uruguay no ha sido por desgracia un país fecundo cinematográficamente hablando; su filmografía, más bien escasa comparada con la de sus pares sudamericanos, no cuenta con un solo ejercicio de ficción que aborde el tema, lo cual no deja de ser lamentable en tanto, desde fuera, no se sabe si lo que llegará es una pifia como la mexicana o la gringa, o lo contrario como por fortuna sucedió en este caso.
Excelente columna al igual que las otras escritas en el Oficio de Historiar. Un amigo es hijo del pintor Xavier Blanco, y quisiera comunicarse con Mario Rodríguez que escribió una historia acerca de su Padre. Le agradecería si me pudiera dar su informacion.
Gracias