Cinexcusas I y II’:
Veinte años (y más) de cine mexicano
Carlos Bonfil
Son pocos los países en Latinoamérica, si acaso alguno, con la fortuna de poder contar desde los años sesenta del siglo pasado con críticos e historiadores que hayan dedicado tanto tiempo y tantas páginas a repertoriar, clasificar, analizar y difundir la casi totalidad de su acervo fílmico nacional. Es un placer estar esta tarde rodeado de dos de ellos, Jorge Ayala Blanco y Rafael Aviña, indiscutibles conocedores del cine mexicano y de las muchas glorias y miserias que ha tenido a lo largo de un siglo y dos décadas de existencia. Celebro, al mismo tiempo, que Luis Tovar, autor de este libro, ambiciosa recopilación de artículos y ensayos sobre cine nacional, escritos durante más de veinte años en su columna semanal Cinexcusas del suplemento cultural del diario La Jornada, tome su merecido lugar a lado de sus dos prestigiados colegas, amigos y maestros, apasionados como él por la historia de nuestro cine, por su futuro, y por su fortuna incierta en esta época de intensas mutaciones tecnológicas.
El voluminoso díptico de crónicas cinematográficas que es Cinexcusas no se limita a reunir en sus mil páginas las reseñas de varias docenas de filmes analizados por espacio de dos décadas. Ofrece algo más significativo y sobre todo más perdurable que la simple reseña fílmica que muchos colegas suyos proponemos cada semana. Luis Tovar ha hecho de su columna de cine un estupendo espacio de reflexión desde el cual defiende no sólo sus puntos de vista sobre determinadas películas mexicanas y extranjeras, sino un buen número de causas relacionadas con el cine mexicano: la exigencia de mejores esquemas de producción, distribución y exhibición de nuestro cine o el señalamiento puntual de la escandalosa desproporción entre lo que se proyecta en las pantallas comerciales (más de ochenta por ciento de cine extranjero, mayoritariamente estadunidense), contra un porcentaje mucho menor de un cine nacional mal distribuido y con harta frecuencia, invisibilizado. Sorprende constatar hasta qué punto los señalamientos críticos de Tovar, hechos hace veinte años, mantienen al día de hoy una increíble vigencia: se trata de posturas disidentes con respecto al tema de una política abusiva en los doblajes al español de las cintas extranjeras o a las eternas deficiencias en una ley de Cinematografía siempre postergable, siempre incompleta y siempre frustrante, o a la repartición arbitraria y desigual de los ingresos en taquilla entre productores, distribuidores y exhibidores, o a la reticencia a dejar de considerar al cine mexicano como una mercancía más en el marco del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, y a transformarlo, para buena salud de la industria local, en una auténtica excepción cultural, como desde hace décadas lo hace Francia. Este y otros asuntos de igual calado son algunos de los temas que Luis Tovar convierte en su columna semanal en causas a defender, mismas que pese a ser, según parece, causas perdidas –como a las que alguna vez aludió Carlos Monsiváis–, justo por ser tales, se vuelven la postre las más honrosas de todas las causas posibles.
Pero escuchemos mejor al autor de Cinexcusas:
La vigente ley de cine establece un porcentaje mínimo de tiempo de pantalla para la producción nacional. Mucho tiempo y esfuerzo fueron invertidos para lograr, al menos jurídicamente, preservar un espacio exclusivo para nuestro cine; algo que debió ser una decisión obvia, natural, se convirtió en una verdadera conquista. Pero en los hechos, que al final de cuentas es lo único que importa, un día cualquiera nos encontramos con que una de las manifestaciones artísticas de mayor relevancia por su alcance y su capacidad expresiva, nos llega toda de fuera. Me parece triste, injusto e indignante estar viviendo una situación así, y encima sufrir la sensación de que la mayoría piensa que aquí no pasa nada, porque así son las cosas y qué le vamos a hacer. Tal vez a algunos les sonará alarmista o exagerado, pero tengo la convicción de que la identidad de un país está en serios problemas cuando una de sus artes –y una visual, para colmo– de repente se vuelve invisible.
La resistencia moral
Dicho esto, cabe señalar que es poco común encontrar en alguna sección de espectáculos de la prensa capitalina este tipo de diatribas. Por regla general, del crítico de cine se espera que tenga a bien ajustarse, en dichos espacios, a un esquema convencional que consiste en reseñar los estrenos en turno, de preferencia los internacionales; a tal punto que existen redacciones en las que, en los hechos, se restringe deliberadamente la cobertura de cine nacional por considerar que dichas producciones no son lo suficientemente atractivas para el público lector, espectador potencial, que busca sólo entretenerse, especialmente en tiempos de guerras y pandemias. El tipo de crítica que practica Luis Tovar va justo a contracorriente de esa tendencia a transformar al crítico profesional en un reseñista rutinario, recortándole los espacios necesarios para un análisis bien documentado o reduciéndolo a la condición de gracioso o ingenioso recomendador de los productos más llamativos en cartelera en busca de una popularidad improbable o de una ociosa multiplicación de likes o de emoticones favorables en las redes. O en un pintoresco y temible fustigador de cuantos pretendidos bodrios fílmicos se encuentre en su camino. En consecuencia, de un crítico se espera todo, menos que sea un ser comprometido con causas ajenas al buen oficio de hacer un cine grato para las mayorías. Y justamente es eso lo que cuestiona Luis Tovar a través
de su crítica de cine a menudo rijosa, en
su lenguaje coloquial que le habla al tú por tú a sus lectores, en sus neologismos temerarios y en esa manera de hablar y de escribir que le es tan propia por ser naturalmente tan impertinente y molesta; en suma, tan impropia para el gusto dominante. Para Luis Tovar resulta un absurdo concebir al cine como un producto de consumo desligado de todo el contexto sociocultural que lo determina y define. Hacerlo equivaldría a someterse a los intereses y caprichos de muchos distribuidores y exhibidores que sólo responden a la lógica de una ganancia rápida, de un producto rentable que requiere de publicistas o reseñistas que le garanticen un éxito seguro, lo cual evidentemente es una ilusión y un autoengaño tanto para el distribuidor como para el reseñista, dado que la opinión del crítico, en este país, no da para eso y en realidad cuenta bien poco. Esta dinámica de servicios y favores mutuos influye poderosamente en el ánimo de muchos de quienes han decidido escribir sobre cine. Los libros no suelen hablar de ello, pero el autor de Cinexcusas sí reserva, en el segundo tomo del suyo, palabras algo duras para describir esa situación:
En los hechos, tanta inercia se traduce en que aquellos, distribuidores y exhibidores, año tras año repiten la misma fórmula que les ha dado buenos resultados económicos, y la naturaleza de los factores les tiene perfectamente sin cuidado, mientras que éstos, los reseñocomentadores –algunos con veleidades seudocríticas, otros ni siquiera eso–, se limitan a la puntual regurgitación de aquello que se les da como si de pastura se tratara. Ahí los tiene usted, todos los veranos sin faltar ninguno, hablando del blockbuster en turno y encontrándoles virtudes solamente supuestas como supuesta es la novedad del propio taquillazo, y todos los inviernos sin faltar tampoco ni uno solo, haciéndose lenguas y hablando maravillas del mismo plato frío de cada año. Ahí los lee o los escucha usted, endogámicos, urobóricos, hablando del churro equis y del bodrio ye, o de cintas que sí valen la pena, pero siemnpre convertidos en el eco de la fatalidad, bajo la ley de un silogismo del que jamás se han adivinado ni percibido víctimas y, al mismo tiempo, siervos; puesto que mi trabajo es hablar de cine, tengo que hablar de alguna película, es decir de alguna en particular, aislándola no sólo del resto sino del contexto –puesto que aspiro a la masividad, me conviene hablar de lo que se está exhibiendo, preferentemente de aquello que goza de más espacio y difusión– y, de ese mínimo universo, de los aspectos que “a la gente le interesan”, verbigracia, los ingresos en taquilla, la fama de los protagonistas o, ya poniéndose “profundos”, el modo a fin de cuentas trillado de abordar un tema tan manido como suele ser, de hecho y para dar ejemplos evidentísimos, la Navidad, un héroe de cómic llevado a la pantalla, la enésima parte de una “saga”, la precuela de cualquier secuela, y así y así.
Ahí los tendrá usted, dentro de muy poco y como siempre, a los distribuidores y exhibidores, medrando con ese premio malo que siempre ha sido y será el Oscar, y a los comentadores en su talla real de ingenuos e inconscientes publicistas, haciéndoles la chamba de mil amores, y de a gratis.
Este panorama desalentador que muestra Tovar exhibe algunas de las múltiples formas en que se consigue no sólo reducir las exigencias de un público masivo, sino las del propio crítico a su vez domesticado, o solicitado por las distribuidoras para volverse promotor consciente o inconsciente, poco importa, del producto fílmico más novedoso y atractivo en cartelera. Sería falso afirmar que el crítico se encuentra impotente o indefenso frente a estas cricunstancias o a esta supuesta fatalidad. Importa mucho el medio para el que escribe y la libertad real de la que goza en dicho medio. No contar con la complicidad tácita o expresa de ese medio para escribir libremente y sin censuras de corte moral o, lo más frecuente, de tipo comercial, es la manera más rápida y eficaz de conducirlo a esa variante de la claudicación que es la pasividad o la rutina. La indignación a flor de piel que caracteriza a muchos de los escritos de Luis Tovar es su mejor antídoto para esas facilidades o esos males. Se trata de una suerte de resistencia moral que es la suya y a la vez la del suplemento cultural para el que escribe.
Una estrategia de contrapeso a las imposiciones comerciales o a las presiones veladas de muchos medios –y de la que no habla explícitamente el autor, pero que puede inferirse entre líneas–, es la opción siempre válida, y siempre a la mano, de que los críticos a su vez opongan y promuevan el cine que con frecuencia desdeñan distribuidoras y exhibidores comerciales, y también algunos diarios (ciertamente no todos), y medios electrónicos de comunicación (ésos sí, en su mayoría), y destacarlo en sus notas semanales o mensuales, en sus diarios, suplementos o revistas, reservando el mejor espacio crítico a una cartelera alternativa, brindando oportunidades de difusión al tipo de cintas que proyectan los cineclubes, el circuito universitario, y la máxima casa de promoción y exhibición de buen cine que es, desde hace ya cincuenta años, la Cineteca Nacional. Eso mismo es parte del esfuerzo plasmado en Cinexcusas, en la práctica semanal del propio Tovar y de un puñado de sus colegas.