Antes del comienzo de la Edad Media, el latín era el idioma utilizado por las personas educadas para transmitir sus conocimientos, tanto religiosos como académicos. Incluso después del inicio de la época medieval, el latín siguió siendo el idioma de elección, pero las lenguas vernáculas comenzaron a infiltrarse en los círculos tanto religiosos como académicos, y los traductores comenzaron ejercer presión para que se usarán las lenguas locales en la vida cotidiana.
Los escritores en la Edad Media solían asumir ellos mismos la función de leer y “recrear”, en cierto modo, una historia o un poema de un idioma diferente (digamos del latín o del griego) y traducirlo al inglés, francés, alemán, respectivamente. Sin embargo, muchos de estos escritores se tomarían la libertad de hacer algunos cambios, junto con la traducción, lo que daría lugar a un producto final que difería en gran medida del original. Esto sucedía porque la traducción se asociaba a menudo con el proceso de la interpretación en persona de los textos y los escritos, y los cambios no eran mal vistos, sino que les atribuían crédito y elogios dependiendo de lo bien que los llevarán a cabo. La traducción y la interpretación de los textos más antiguos, como los clásicos griegos y las fábulas y poemas romanos, fueron de nuevo el centro de atención pública también durante el Renacimiento, cuando la gente comenzó a ver retrospectivamente aquellos tiempos para encontrar en ellos la inspiración de cómo debería ser la vida. Era mucho más importante traducir hacia los idiomas que más y más personas pudieran entender, no sólo en latín, con el fin de que los clásicos tuvieran un alcance mucho más generalizado.
Entre los siglos VIII y IX se realizaron las primeras traducciones del latín a las lenguas vernáculas, principalmente en los pueblos germánicos. Además, en Inglaterra Beda (672 – 27 de mayo de 735) fue un monje benedictino en el monasterio de Saint Peter en Monkwearmouth (hoy en día parte de Sunderland), y de su monasterio adjunto, Saint Paul, actualmente Jarrow) hacer traducir a la lengua popular las oraciones y los cantos latinos para analfabetos.
Alfredo el Grande (849-901) planeó la traducción de todos los libros del latín que le parecían necesarios para la instrucción de los anglosajones, al inglés antiguo. Para esto, reunió un equipo de traductores, que constituyeron hasta cierto punto la primera «escuela de traductores» de Europa.
En el campo de la traducción se tenía en cuenta dos factores: el desprecio hacia la lengua vernácula y la aceptación de traducciones oscuras. Las lenguas romances eran inmediatamente consideradas inferiores. Se pensaba que el latín una lengua perfecta y, las romances como imperfectas y con falta de capacidad lingüística para expresar conceptos. Por eso, cualquiera de estas lenguas romances, incluyendo el castellano, no tenían conceptos equivalentes a los latinos.