Conciertos para violín y para piano van y vienen en abundancia. De vez en cuando, aparecen el violonchelo, el clarinete o la flauta. Pero, al menos en nuestras salas de concierto, la imaginación es poca y la variedad escasa. Por ello, la oferta del fin de semana pasado de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata (Ojuem) se presentaba como algo particularmente atractivo e inusual. El domingo 25 de febrero el director huésped, Jeffery Meyer, se puso al frente de la Ojuem para conducir el estreno absoluto de Mutación, título con el que el compositor mexicano Carlo Ayhllón presentó su doble concierto para guitarra eléctrica, piano (amplificado) y orquesta.
Los solistas que debutaron esta obra fueron el guitarrista Robbin Blanco y el pianista Fernando Saint-Martin, de quienes el compositor exigió altas dosis de estamina. Por más que a lo largo de la obra se hizo perceptible la intención de Ayhllón de equilibrar la presencia sonora de sus dos solistas, la parte del león se la llevó la guitarra eléctrica, instrumento que con poca frecuencia se presenta en el ámbito de la música académica. Planteado en los tres movimientos contrastados tradicionales, Mutación es un concierto en el que el oyente puede detectar diversos estilos de rock en una interesante combinación con algunas variantes del jazz; este elemento destacado en la obra de Ayhllón se expresa en el uso de varios modos de tocar la guitarra eléctrica. No soy, ni de lejos, un experto en el tema, pero durante algunos fugaces momentos me pareció que Robbin Blanco estaba en proceso de rencarnar a Eddie van Halen. Además de estas y otras referencias al ámbito de las músicas populares, este doble concierto de Ayhllón está habitado, como es lógico esperar, de las pinceladas evocativas/descriptivas que abundan en su muy buena música para cine.
En Mutación, el compositor utiliza, con mucha enjundia, una orquesta grande que en ocasiones está en franca pugna de decibeles con los solistas. En este contexto, algunos de los mejores momentos de Mutación surgieron en los pasajes en los que la guitarra eléctrica y el piano solistas trabajan cobijados por una orquestación más reducida y diversificada. A destacar, el buen trabajo de coloración tímbrica propuesto para el movimiento central de la obra. Y, como debe ser en este tipo de planteamientos de alto contraste, en el tercer movimiento Ayhllón desata un expansivo discurso de rock épico-sinfónico caracterizado por una sabrosa complejidad rítmica cimentada en un pulso prácticamente invariable, que fue bien sostenido por solistas, director y orquesta. Tampoco soy un experto en asuntos de amplificación de sonido, pero sí quedé convencido de que Mutación es una obra que merece audiciones sucesivas en contextos de un mejor balance entre los solistas plugged y la orquesta unplugged. De lo que no me cabe duda es que los juegos con luces de colores en la sala Nezahualcóyotl salieron sobrando.
Antes de Ayhllón, Jeffery Meyer dirigió una pieza ciertamente novedosa en el contexto de nuestras programaciones sinfónicas: el díptico Dream Children de Edward Elgar. Se percibe en esta obra un ambiente bucólico-melancólico (cacofonía intencional) sustentado sobre todo en el dulce discurso de las maderas, y en su ejecución el director huésped supo comunicar esa lánguida mirada con la que Elgar veía (y traducía a sonidos) la decadencia de un imperio que se esfumaba bajo sus pies. Después de Ayhllón, algo inesperado: una ejecución de la Sexta sinfonía de Beethoven que, para mi sorpresa, salió del patrón de las versiones rutinarias que se nos recetan una y otra vez por doquier. En esta Pastoral, Jeffery Meyer jugó discretamente (sin vulnerar ni el texto ni el espíritu de la partitura) con algunos aspectos de fraseo y articulación y, sobre todo, de balance entre las familias instrumentales, para obtener una versión fresca y atractiva de este caballito de batalla que, en sus manos, venturosamente, no lo fue. ¡Qué sorpresa, escuchar una Pastoral distinta! En las tres obras del programa, el director huésped blandió una batuta precisa, expresiva y flexible, que contrastó claramente con lo que usualmente hay en el podio de la Ojuem, conjunto que en este concierto refrendó su buen nivel musical.