Flamenca engoyada
al son de estar y no estar en la contemplación de la obra del inmortal pintor al que los universitarios recordamos a todas horas en el interminable ¡Goya!
¡Goya!, nombre que salió del porrista Palillo que gritaba Goya
para incitar a los estudiantes de las facultades que se encontraban en el centro de la Ciudad de México a entrar sin pagar al cine Goya que se encontraba en la zona.
Barcelona, tierra de los más vivos y peregrinos contrastes, la dulce melancolía de su mar mediterráneo y la penetración de los espíritus, pervivencia en la fuerza de los jugadores que se batían en la cancha, impregnados de derrochada alegría del cielo catalán, con su fresco soñar, proyección sobre ellos que se tornaba sabedora de los siglos, retina de la fiebre de reformas en nuestro tiempo, logrando alquilar su propio espíritu, su lengua, que le permite imprimir su sello peculiar que la diferencia de España, siendo España, y la hace inmortal y fascinadora.
Barcelona tenía que ser, dentro de España, Barcelona, alma de su origen y tradición que nunca se continuaba al enlace con el espíritu de la Iberia arqueológica.
Garra y perfume especial que le da a la Costa Brava, nunca desvanecido su carácter, hermetismo sugerente que se esconde, pero aletea tras una forma de ser, trabajadora y persistente, que el mundo contempla hechizado entre derramas de púrpura y velos de fuego abrirse al espacio desconocido de la entrega.
Al morir la tarde en el partido, la contemplación de los Pumas universitarios de la pintura goyesca que le ofrecían los pájaros catalanes y las mariposas al paso de las bellas de ojos grandes y bocas frescas salpicadas de aire, tierra y espuma mediterránea, que les hacían sufrir en placentero encuentro de una historia mitológica, fantástica, sobrenatural, que bajo las notas de las tinieblas catalanas convidaba al reventón y se enlazaban con la arqueología mexicana en un ritmo futbolero que más bien era un ballet.
Los Pumas universitarios, románticos, tan dados como somos a las añoranzas y las nostalgias, al taco y al mariachi, afirmamos nuestra inescrutable posición del destino en el aire impalpable al de la saeta melancólica de ida y vuelta con ritmo ranchero. Los Pumas competidores sufrieron y gozaron el baile, los catalanes felices de la vida se integraron.
Qué maravilla es la magia de la flamenquería integrada al sentir Puma, que contempla y enseña a su voz su interior.