En Barcelona, como en tantas otras ciudades, la Plaza Cataluña se llenó de velas, flores y mensajes de esperanza. Cuando caía la noche muchos se fueron a ver el partido de la UEFA Barça contra Celtic en Glasgow, que inexplicablemente no se canceló. Yo volví a casa en un Metro vacío, el miedo se compartía con Madrid. En las pocas caras que se veían en la calle se reflejaba la misma pregunta: ¿quién ha sido?
Antes de esa fecha macabra, el país vivía con cierto desinterés los estertores de la campaña electoral convocada para dentro de tres días. El domingo 14 los españoles concurrían a las urnas para elegir entre el candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy, con una holgada ventaja sobre José Luis Rodríguez Zapatero del Partido Socialista Obrero Español. El entonces presidente de gobierno, José María Aznar, dejaba el cargo después de ocho años, los últimos dos marcados por la invasión a Irak, acto infame del que Estados Unidos alardeaba de haber conseguido el apoyo del gobierno español.
Al no poder legitimar la guerra contra Irak vía el sistema de Naciones Unidas, el gobierno de George W. Bush buscó aliados debajo de las piedras. Francia fue un ejemplo de la crítica a esta iniciativa al negarse a participar. Kofi Annan, entonces secretario general de Naciones Unidas, señaló la ilegalidad de la invasión según el derecho internacional. Pero el gobierno de Aznar, al contrario de la tendencia europea, puso los recursos bélicos españoles a las órdenes de la invasión. Era 2003 y el pacto quedaba sellado mediante la reunión de Bush, Tony Blair y Aznar en las Azores. La suerte estaba echada y el presidente español la dejaba en manos de Estados Unidos y su supuesta búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak.
Pese al ánimo belicoso de Aznar, en febrero de 2003 la respuesta popular en las calles españolas en contra de la guerra fue masiva. En Barcelona y Madrid se calculó una participación de hasta 3 millones de personas. El mundo del arte y la cultura aprovechó cualquier espacio para exigir ¡No a la guerra! El ambiente antibélico contrastaba con la posición relevante que otorgaba Bush a la participación española en el conflicto. Aznar aseguraba en una entrevista televisada la existencia de las armas de destrucción masiva: Puede estar usted seguro y todas las personas que nos ven. Estoy diciendo la verdad
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Como sabemos, la invasión terminó de mala manera, de las armas ni rastro. Miles de personas asesinadas, Irak destruido. Quien siembra vientos cosecha tempestades, dice el refrán, y Aznar lo cumplió a la letra. Las bombas que estallaron en Madrid tenían el sello del yihadismo. Era la respuesta a la participación de España en la vía militarista contra Oriente Medio. Pero ese día, jueves 11 de marzo, víspera de las elecciones generales, el gobierno de Aznar hizo todo lo posible para que esos atentados no se vincularan con su participación en la coalición contra Irak, ya que el precio a pagar era el voto de castigo, por lo que su opción fue mentir.
En la España de aquellos años todavía era común algún atentado esporádico de ETA; sin embargo, sus actos terroristas tenían un método, un tipo especial de explosivo y, sobre todo, un aviso público para que se tomaran las medidas pertinentes. Si bien en su larga historia el grupo terrorista cometió asesinatos salvajes como la bomba en el supermercado Hipercor de Barcelona en 1987, donde murieron 21 personas, la ETA de 2004 no parecía tener la capacidad técnica ni operativa para un atentado de esas dimensiones. El día de los atentados se colocaron 13 mochilas con bombas repartidas en cuatro trenes que cubrían rutas de la periferia de Madrid. Las explosiones ocurrieron sin previo aviso entre las 7:30 y las 7:40 horas en la línea que va de la estación de Alcalá de Henares a la estación de Atocha. Un tramo muy utilizado por la clase trabajadora madrileña. Una mochila sin estallar dio la pista del tipo de explosivo y el mecanismo temporizador que llevó a descubrir una trama ligada con Al Qaeda. Para la tarde del día 11 las fuerzas de seguridad españolas reconocían internamente la sospecha de la autoría yihadista del atentado, incluso ahora sabemos que el gobierno de Estado Unidos comunicó estas sospechas al gobierno de Aznar. Pero el presidente de gobierno siguió insistiendo: es ETA, es ETA.
El supuesto de la implicación del yihadismo en el atentado revelaría las malas decisiones de Aznar al embarcar a España en la invasión de Irak. Lo contrario, la implicación de ETA, significaría el voto del miedo que beneficiaría a la derecha y a su candidato, Mariano Rajoy. Esa mañana, Aznar llamó a los principales medios de comunicación insistiendo en la autoría del terrorismo vasco. Casi todos los medios dieron por válida la información del presidente. Pero al cumplirse 20 años de aquellos atentados muchos ex directores de esos medios han pedido disculpas e incluso publican libros y artículos sobre esa llamada tan llena de mentira. El día 12 las investigaciones eran cada vez más claras sobre la autoría de Al Qaeda.
El día 13 en la noche ya no había forma de ocultarlo, pero el gobierno seguía en lo suyo. La indignación sacó a la gente a la calle. Miles nos manifestamos de forma espontánea en dirección a las sedes del Partido Popular, donde sus dirigentes veían incrédulos cómo se diluía su continuidad en el poder. La mala gestión del atentado, tratar de encubrirlo o retener las pruebas y jugar con el derecho a la información de la población provocó el vuelco electoral que trajo la victoria electoral de Zapatero.
*Sociólogo. Taula per Mèxic