Hace años escribimos acerca de esa obra de gran valor para los interesados en el pasado de nuestra ciudad, redactada en capítulos cortos sobre infinidad de temas acerca de la vida cotidiana en la capital: circos, teatros, ópera, museos, así como de las pastorelas, mesones, festejos cívicos y populares, la imprenta, la descripción de sitios y monumentos y los libros; en resumen, la crónica con sus toques históricos de esa rica época de México. También relata la vida en el Colegio Militar y menciona con admiración al general Felipe Ángeles, quien fue su maestro y director de la institución.
De buena prosa y pluma fluida, la lectura es deliciosa, por lo que vamos a ceder espacio para que nos platique sobre los festejos de Semana Santa en la capital años previos al nacimiento del siglo XX.
“Las conmemoraciones principiaban desde el Miércoles de Ceniza en que acudíamos a la iglesia para arrodillarnos y acatar la disposición eclesiástica que rige desde 1091, en que el papa Urbano II acordó tal ceremonia recibiendo unciosamente la simbólica cruz que el sacerdote pintaba sobre nuestra frente… En todas las iglesias, grandes cortinajes morados cubrían los altares y desde el Jueves Santo, después de entonarse el Gloria, dejábase de repicar las campanas, sustituyéndoseles en su cometido por las grandes matracas, como señal luctuosa por la Pasión de Jesús.
“Seguía el Viernes de Dolores, que se festejaba desde los tiempos virreinales, posiblemente organizados por las comunidades religiosas que aprovechaban todas las oportunidades para acrecentar el culto y recabar limosnas (….) Lo más característico eran los paseos por los canales de Santa Anita y de La Viga; la fiesta principiaba en la madrugada y era notable la multitud aglomerada en la alhóndiga, el embarcadero de Roldán o el de La Viga, en éste se hallaban a ambos lados del acceso las dos estatuas de los famosos Indios Verdes. En esos lugares se abordaba una trajinera enflorada, con su toldo de lona, ostentando al frente policromos letreros con diminutivos cariñosos de nombres propios: Lolita, Cholita, Lupita, diestramente manejada por el indígena remero con su enorme pértiga…
“Múltiples canoas surcaban los canales ofreciendo distintas viandas; de mañanita las enchiladas, los frijoles, el chocolate, los bizcochos; al mediar el día, los pollos, los guajolotes, los cochinitos, las salsas, para que al atardecer aparecieran los tamales, los pambacitos y las tortas compuestas. Todo ello a mañana, tarde y noche regado con los curados de las más exquisitas combinaciones; privaba el de tuna, tal vez por el color o más barato, pero rifaban asimismo los de naranja, los de piña, pero sobre todo los de almendra, dignos de los más refinados paladares.
El Sábado de Gloria estallaba el bullicio con la quema de Judas. A las 10 de la mañana dejanse escuchar los repiques de las campanas que se echan a vuelo en todos los templos y por calles y plazuelas, la profana muchedumbre, festeja la quema de innumerables Judas o grandes monigotes de cartón, encohetados, que se suspenden de reatas, tensas de balcón a balcón, en los muros fronteros de las casas.
En otra parte nos habla don José María de la comida de vigilia, que aún se guarda, por muchos, por razones religiosas y por otros por el placer de comer platillos de la temporada.
Hoy les sugerimos el restaurante Marea, en Sinaloa 248, colonia Roma, que ofrece sabrosa comida de mar con ingredientes de la cocina mexicana tradicional. Las recetas son creación de la chef Lula Martín del Campo, quien ha recorrido todos los rincones del país descubriendo modos de cocinar y productos de distintas regiones.
Algunos platillos favoritos: dobladas de atún, ceviche con recado negro y maíz blanco y el pescado zarandeado. De postre, merengue con fresas con crema.