Érase otra vez en Miramar
Javier Bustillos Zamorano
(Castillo de Miramar, Trieste, Italia. Está Maximiliano en su despacho, leyendo en un sillón, cuando su ujier entra)
UJIER. Perdón, majestad, pero está aquí una mujer, muy alterada, que quiere hablar con vos, dice que viene de Méjico.
MAXIMILIANO. De Méjico no quiero saber nada, echadla.
UJIER. Ya lo he intentado, pero se ha encadenado a una silla y dice que no se moverá hasta que vuestra excelencia la reciba.
MAXIMILIANO. ¿Ha dicho cómo se llama?
UJIER. Sí (lee en una tarjeta), Doña Xóchitl Malintzin de Hidalgo, adalid de fuerza y amor por… (Maximiliano hace un ademán que calla
al ujier).
MAXIMILIANO. (molesto, resopla y cierra el libro) Que entre, pero que los guardias estén atentos (el ujier sale, se oye ruido de cadenas, risitas como con hipo, brinquitos y entra Doña Xóchitl Malintzin, despeinada y sudorosa, en una mano un objeto cuadrado de cristal con letras y en la otra una canastilla cubierta de plástico).
DOÑA XÓCHITL M. ¡Majestad! (se arrodilla y ofrece la canastilla) Recibid esta muestra de mi cariño (Maximiliano mira con desconfianza la canastilla), son gelatinas, es que tuve una infancia pobre y…
MAXIMILIANO. Al grano por favor, no tengo tiempo ni hay mucho espacio en el suplemento.
DOÑA XÓCHITL M. Sí, perdón majestad (se incorpora, se aclara la garganta y lee en el objeto de cristal). Señor: la nación mejicana, restituida apenas a su libertad por la…
MAXIMILIANO. Señora, ese discurso ya lo conozco. Abrevie.
DOÑA XÓCHITL M. Sí, su señoría, sí (gira una manivela de su aparato). No hablaremos, señor, de nuestras tribulaciones, nuestros infortunios, de todos conocidos, al punto de haberse hecho, para tantos, el nombre de Méjico sinónimo de desolación y de ruina. (Maximiliano hace un gesto de aburrimiento). Sí, señor, perdón, ya voy al grano (gira de nuevo la manivela de su aparato, pero desaparecen las letras; nerviosa, le da unos golpecitos, ríe como con hipo), ay Dios ¿qué cree? se me fue el discurso (Maximiliano se va a incorporar de su sillón). Ya, ya majestad, ya regresó: luchando hace tiempo por salir de situación tan angustiosa, y si cabe, más amarga aún por el funesto porvenir…
MAXIMILIANO. ¡Dígame ya qué quiere señora!
DOÑA XÓCHITL M. Sí, ya voy majestad. Méjico, pues, dueño otra vez de sus destinos y escarmentado (mueve la manivela) hace, en la actualidad, un supremo esfuerzo para repararlo (Maximiliano se jala la barba, impaciente; Doña Xóchitl gira más rápido la manivela) y más, si logra tener a su frente a un príncipe católico que, a su eminente y reconocido mérito (gira la manivela) que es el privilegio de los hombres predestinados a gobernar, regenerar y salvar a los pueblos extraviados…
MAXIMILIANO. No, hasta ahí, ya.
DOÑA XÓCHITL M. (eleva la voz y dice casi al borde del llanto) ¡Venimos a presentar a vuestra alteza imperial la corona del imperio mejicano! ¡Acoged, señor, propicio los votos de un pueblo que invoca vuestro auxilio y que ruega fervoroso al cielo!… (se oye un fuerte ruido afuera del despacho, voces de los guardias, algo pesado que cae).
MAXIMILIANO. ¡¿Qué ocurre ahí?! (entra el ujier, seguido de dos guardias que traen arrastrando a un hombre).
UJIER. Majestad, este hombre ha sido descubierto debajo de la silla donde se encadenó la señora, dice llamarse Max Gortazár y ha escondido algo entre sus ropas (los guardias desenvainan sus espadas y Maximiliano se pone de un salto atrás de su sillón).
MAX GORTAZÁR. ¡No! ¡Majestad! No os preocupéis, por favor, no es un arma, es… una goma de mascar, perdón majestad, es una asquerosidad, pero yo no tuve nada que ver, ella que es vulgar y…
DOÑA XÓCHITL M. ¡Max! Qué bueno que llegaste, ¿tienes una aguja? (Max hace un gesto de extrañeza) ¡Para el dedo! ¡La sangre, Max!
MAXIMILIANO. No, ya, suficiente. ¡Largo de aquí! ¡Fuera! (los guardias rodean a Max y a Doña Xóchitl).
DOÑA XÓCHITL M. ¡No! ¡Majestad! ¡Espere, por favor! ¡Es necesario que vigile nuestras elecciones! ¡Nuestra joven democracia está en peligro! ¡Como ha dicho el presidente Joe Biden, la democracia necesita defensores comprometidos en todo el mundo! ¡Presidente Biden! ¡Que sus acciones respalden sus palabras! ¡Las aduanas! ¡Pongo a su disposición las aduanas! (su voz se confunde con la de Max Gortazár, que le grita; oye su nombre como en un eco que va creciendo).
MAX. ¡Xóchitl! ¡¡Xóchitl!! ¡Despierta, maldita sea!
XÓCHITL. (agitada, sudorosa) ay cabrón, ay hijo de su pinchi madre, ay madrecita santa, Max…
MAX. Ya vamos a llegar a Nueva York, endereza tu asiento, abróchate el cinturón, límpiate las babas… Dios, en qué momento me metí en esto.
XÓCHITL. Sí, sí, no mames, pinche Max ¿qué crees que soñé?…
*Basado en el discurso del diputado Juan Manuel Gutiérrez Estrada, 3 de Octubre de 1863, al ofrecer la “corona de Méjico” a Maximiliano de Austria, en el Castillo de Miramar, Italia.