Claudio Magris y Franz Kafka:
La escritura como acto épico
Alejandro García Abreu
Acomodado en un refugio temporal en una isla desconocida tras salvarse del naufragio, Robinson Crusoe organizó un sistema para medir el tiempo y hacer un balance de lo bueno y lo malo de sus circunstancias. Náufrago y sobreviviente –recuerda Claudio Magris (Trieste, 1939)–, el personaje de la novela de Daniel Defoe (1719) fue apartado del mundo. El balance salvaguardó el discernimiento de Robinson de su situación, atenuó la angustia e impidió que el miedo lo consumiera.
Robinson Crusoe es el gran libro de aventuras. El mito de Robinson continúa –hasta la actualidad– en la elaboración de textos, en interpretaciones realizadas por un sinfín de escritores. La robinsonada absoluta, según el filósofo alemán Theodor W. Adorno parafraseado por Magris, la escribió Franz Kafka (Praga, 1883-Kierling, 1924), en cuyos textos el ser humano es un náufrago en una realidad enigmática. El escritor triestino alega que el naufragio –el mal, el sufrimiento, el desatino y la resistencia a dichas instancias– se repite históricamente.
La imposibilidad de compartir la vida
Magris se refiere a la incapacidad de amar de Kafka como la imposibilidad de compartir la vida: esa inhabilidad para la existencia compartida y para el matrimonio fue reconocida por el propio Kafka. La sintió como una especie de culpa, de miedo de vivir.
Kafka, plantea Magris, fue un hijo ineficaz para convertirse en padre. Vivió “fuera del territorio de la vida y del amor para poder representarlos, pero a costa de su humanidad”. El genio de Praga le escribió a Felice Bauer: “Yo no soy un hombre.” Magris se refiere a la “estrategia de la negación y del propio desvanecimiento” y destaca “la sombra, la ausencia, el disimulo, la evasión.”
La ambigüedad de Odradek
Para el autor de El Danubio, el personaje “más inquietante creado por Kafka es quizá Odradek, extraña y repelente figura que no se sabe bien si es un ser vivo o un artilugio mecánico y complicado que, con su ambigüedad, envenena la vida misma y la hace parecer algo sórdido y artificial”. Magris, tras leer a Elias Canetti, manifiesta que Kafka se describe a sí mismo en “una posición simbólicamente antihumana”.
La defensa y la autodestrucción
El escritor italiano plantea: “Sólo el aislamiento y la autorreificación pueden protegerlo de la vida, en cuanto que lo entregan a la muerte. La vida se busca, precisamente, en la exasperación del malestar. Kafka escribió las mejores parábolas de este proceso.”
Recuerda que Kafka, en “La madriguera”, la criatura perseguida bajo tierra por un enemigo, que excava túneles para asirla, excava a su vez galerías para crear el mayor número posible de caminos de escape; pero, de esa manera, se dirige a las galerías excavadas por el ser hostil. “La defensa se vuelve idéntica a la autodestrucción. La concepción de la vida entera como malestar provoca la necesidad de elaborar un mecanismo de defensa que acaba por reducir toda la vida a un mecanismo de defensa.” Quien está “condenado a defenderse”, escribe Magris citando a Kafka, fallece, como quien muere de hambre por miedo a sucumbir envenenado. Aflora el sufrimiento de Kafka, referido explícitamente con una especie de humor negro.
El legado y la interpretación
Kafka hizo de Praga uno de los más altos símbolos del exilio, recuerda Magris. Resulta un exilio interior en el que la conciencia de la realidad “se convierte en elemento de una infelicidad universal”. Y el autor de Microcosmos evoca el ambiente viciado de las oficinas kafkianas.
Kafka, rememora Magris, dijo que “un libro debe golpear como un puñetazo, sacudir con violencia al lector y su habitual visión de las cosas. Recibir un puñetazo no es agradable; según Kafka, la auténtica literatura debe contener –además del juego, el placer, el gusto por el mundo y por su reinvención– también algo desagradable, algo irritante que desconcierte y produzca malestar”. La trascendencia está en la huella insondable que la obra deja en el lector.
La escritura, como supo Kafka y sabe Magris, se convierte en “un acto épico por excelencia”. En ambos surgen “la absorción, la concentración y la salvación del yo en el tejido […] del libro, en la trama […] del texto y de las palabras”. El escritor praguense se sentía culpable por la extenuación vital y su completo desarraigo. Se marginó de la vida para lograr aferrarse a ella y narrarla. Pienso en las concepciones del autor de La metamorfosis –sólo en apariencia decadentes porque prevalece el humor negro referido. Somos náufragos. Es el legado kafkiano y la interpretación efectuada por Magris es invaluable l