«Perdidos en la noche», filme duro, crudo y tan alejado como es posible de cualquier asomo de complacencia

Cinexcusas

Luis Tovar

Siguiendo con bastante libertad las líneas formales básicas del thriller policíaco, la trama traza su sendero principal siguiendo al detalle la búsqueda de justicia llevada a cabo por Emiliano, un muchacho veinteañero que perdió a su madre tres años atrás y que, en calidad de “desaparecida”, engrosa la cifra de ciudadanos mexicanos cuyo paradero más probable es la muerte pero que, administrativamente, se encuentran en una suerte de limbo desde luego insoportable para quien los ha perdido y no deja de buscarlos. Desde el arranque de la cinta, el espectador sabe lo que Emiliano ignora a ciencia cierta pero deduce hasta la virtual certeza: que su madre, activista en contra de la instalación en la localidad de una minera de capital extranjero a punto de empezar sus labores extractivas de riqueza nacional y de su aneja contaminación, ha sido víctima de la complicidad delictiva entre la empresa minera y las autoridades, en este caso municipales, solícitas y bien dispuestas al allanamiento del terreno que le permita, como en tantos otros sitios del territorio nacional, sentar sus reales así tenga que pasar por encima de cualquier derecho constitucional e incluso humano, comenzando por el de la vida.

La pesquisa que por su propia cuenta emprende Emiliano –quien sólo cuenta con su indignación y su deseo de justicia, no así con el mínimo conocimiento investigativo– lo conduce a trabar relación con una familia que de tal cosa no tiene sino el nombre, compuesta por una cantante/farandulera de ésas que les gusta creer que son “artistas”; su pareja, un artista conceptual acusado de mediocridad y falta de ideas por la propia farandulera, y la hija de ésta, una joven mujer que vive emocionalmente de los láics que obtiene en su casi ininterrumpida presencia en redes sociales, mientras exhibe una vida tan vacía e insustancial como las redes mismas.

El juego de contrastes de Amat es evidente: el antedicho núcleo familiar, entre distorsionado, falso y en vilo permanente por culpa de la personalidad de sus tres miembros, vive hacia afuera en tanto la razón de ser de cada uno consiste en el aplauso ajeno y el deseo de celebridad; en el otro extremo están Emiliano, una novia solidaria e incondicional, y una hermana que, desde la ruptura de su propio núcleo familiar a causa de la ausencia de su madre, forma parte de una organización de búsqueda de desaparecidos.

El anterior no es el único contraste que plantea Perdidos en la noche: al obvio que se establece entre dos clases sociales obligadas a la convivencia –la familia de “famosos” con Emiliano, que se hace contratar por ésta para indagar en la casa el paradero de su madre– se suman otros como el ya mencionado entre una población preocupada por el medio ambiente y una empresa desentendida, omisa y potencialmente criminal no sólo por la contaminación, así como uno más que campea de principio a fin de la trama y la rubrica: el eros, ya sea artificial o artificioso, manifiesto por ejemplo en el opus del artista plástico, y el thanatos absolutamente real que Emiliano quiere poner de relieve en su afán de justicia o, si no es posible, al menos de venganza, lo cual habrá de reforzar un impulso de muerte que en el otro extremo también está más que presente, si bien contrarrestado, aunque al final infructuosamente, por quien menos se esperaba.

A estas alturas de su trayectoria, no cabía esperar de Amat Escalante menos que un filme como éste, complejo, denso y formalmente impecable.

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