«Desaparecer por completo»; De Luis Javier Henaine

Cinexcusas

Luis Tovar

Al cuarentaytresañero capitalino Luis Javier Henaine no le ha ido mal en su trayectoria como cineasta: además de algunos reconocimientos, sus cortometrajes El cielo no perdona, El sonido del silencio Cruces desiertas, realizados entre 2003 y 2006, le dieron pauta para fundar una casa productora y embarcarse en su primer largoficción, la comedia Tiempos felices (2014), cuyos premios debieron estimular al también guionista a repetir género, pues un lustro más tarde firmó, como director, coguionista y coproductor, Solteras (2019), acabado ejemplo de fórmula archimanida, enclichada y convencionalísima de las que hay sobreabundancia, y que hizo dobletear a su autor como uno de los diez realizadores más taquilleros en su año de estreno –lo mismo pasó con la citada Tiempos felices.

Ya encarrerado el ratón…

Para fortuna del cine nacional, Henaine no porfió –al menos por ahora– en una tercera comedia-romántica-del-montón, sino que prefirió probar suerte en otro género, a saber, el thriller, en su caso aderezado y luego inmerso de manera irreversible en esoterismos y espiritismos varios.

La cinta lleva por título Desaparecer por completo, su proceso de filmación y acabado abarcó 2022 y parte de 2023, se estrenó en el más reciente Festival de Cine de Morelia, llegó a salas cinematográficas el pasado mes de febrero y a plataformas digitales poco después. Este juntapalabras ignora si la suerte del tercer largometraje de ficción henainiano es similar o inferior a la de sus antecesoras; lo que al parecer sucedería con dificultad es que las rebase, exitoeconómicamente hablando.

El motivo de lo anterior bien puede atribuirse a dos razones, una de carácter general y otra competente sólo a la propia cinta. La primera causa tiene que ver con el bien sabido hecho de que jamás será lo mismo perpetrar una comedia boba –a la que le basta alcanzar título de suficiencia para dejar satisfecho a un público más que habituado a la consumición de una historia de predecible final feliz, pues eso y nada más es toda comedia romántica que se (i)rrespete– que una historia de suspense policíaco verosímil, bien trazada y bien trabada, para lo cual es menester un control absoluto de las motivaciones, las relaciones causa/consecuencia de aquello que se cuenta y, para el caso –y hete aquí la segunda causa, inherente sólo a Desaparecer…–, la justificación plena de hacer intervenir, hasta volverlos capitales, los elementos sobrenaturales en los que la trama habrá de desembarcar, sin que con eso se desnaturalice ni cambie de singladura la historia entera, lo que a final de cuentas pasa con Desaparecer por completo.

…que chingue a su madre el gato

Es como si fuesen dos películas distintas: la primera versa sobre Santiago, un fotógrafo de nota roja con pretensiones, siempre frustradas, de lograr algún reconocimiento artístico. Las galerías rechazan su trabajo desde hace años y él se ve reducido al intento malogrado de que en el diario amarillista para el cual trabaja perviva siquiera un poco de lo que él quiere que sea considerado arte. El guión indica, desde el principio, hacer un guiño –para quien posea el dato– a la obra gráfica de Enrique Metinides, de modo que el tal Santiago sería entonces un émulo del extraordinario fotógrafo real, que marcó estilo y época en esa vertiente del fotoperiodismo.

El problema es el giro absoluto que la trama da y que, como se dijo antes, lo tuerce todo para abocarse a narrar el intento, también frustráneo, de Santiago por liberarse del embrujo al que vaya a saber quién –se sospecha que una mujer política que siempre ha recurrido a esoterismos para alcanzar sus metas– lo ha sometido, por lo que se entiende, sólo por vengarse de que el fotógrafo captó la imagen de un enemigo de ella, bien muerto y asimismo “trabajado”. Para ese punto, el ser fotógrafo, las ambiciones estéticas y demás, han quedado muy atrás.

Dicen los autores que confeccionar el guión les tomó, en conjunto, veinte años; en una de esas les faltó tiempo, o lo contrario.

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