A 75 años de su publicación
«El bello verano» de Cesare Pavese: una triada novelística
Marco Antonio Campos
I
En este 2024 se cumplen setenta y cinco años de la publicación de su novela breve Tra donne sole (Entre mujeres solas), o mejor, los tres cuartos de siglo cuando en este libro Cesare Pavese integró en un solo volumen por primera vez esta y dos breves novelas anteriores inéditas, La bella estate (El bello verano, 1940) e Il diavolo sulla colina (El diablo en las colinas, 1948). Reunidas tuvieron el título general de la primera: La bella estate.1 En su contenido ninguna historia se liga a las otras. Por esta triada recibió en julio de 1950 el Premio Strega a la mejor obra literaria del año. El 14 de julio, ya de vuelta a Turín, escribió en su Diario, Il mestiere di vivere (El oficio de vivir): “Regresé de Roma hace algún tiempo. En Roma, apoteosis. ¿Y qué con esto?” Es decir, para qué quiero un premio, por importante que sea, si la vida no va. Un mes y medio después se quitaba la vida.
En su magnífico Diario, que es una larga y honda indagación sobre sí mismo y su aventura literaria, registra en mayo de 1949 que ha terminado Tra donne sole (Entre mujeres solas), y el 17 de noviembre de ese año –clave literariamente–, que el 9 de ese mes dio punto final a su última novela La luna e i falò (La luna y las hogueras), su obra maestra. Desde entonces, además de los breves volúmenes de poesía, sólo escribiría cartas y escribiría el Diario que leemos con aflicción, angustia, incertidumbre. Para Italo Calvino, quien trató a Pavese los últimos cinco años de su vida, el Diario es un “itinerario interior”, al contrario del Diario de Gide, “donde la sinceridad no es demasiado dolorosa, ni el dolor aparece con rasgos de discordia”.
Algo que nos encanta oír y da una íntima alegría al alma, a los sentidos del cuerpo y a la casa del corazón, es la musicalidad de la prosa pavesiana en sus novelas finales, sobre todo en La luna y las hogueras, que tienen en ocasiones el ritmo de muchos poemas de sus tres libros de poesía (Lavorare stanca, La terra e la morte y Verrà la norte e avrà i tuoi occhi).
Nadie desconoce que los sitios de las narraciones pavesianas son la ciudad, el pueblo y los paisajes del noreste italiano, es decir, Turín, pueblos pequeños próximos, y las inolvidables imágenes del campo, del bosque y, ante todo, las colinas con su movimiento visual. “Cada colina es un mundo”, dice un personaje de El diablo en las colinas. Esto emociona, como debió emocionarlo a él. Cuando las describe, hace que el lector la adentre en su alma. Se trata, en el caso de la naturaleza, de absorberla “con todo el cuerpo”, como lo hizo inolvidablemente en La luna y las hogueras. En la ciudad las diversiones y los pasatiempos para los protagonistas jóvenes, en un círculo vicioso o disco rayado, es encontrarse en el café o ir a bailes en salones o reuniones en casas o viajar a pueblos cercanos y muy ocasionalmente al mar. Esto es muy visible en El bello verano y en Entre mujeres solas.
La última narrativa de Pavese tiene como fondo la región de Le Langhe, del Piamonte, posterior a la segunda gran guerra mundial, donde lo que sobraba era la falta de oportunidades para conseguir un empleo mínimamente bien remunerado. En las relaciones humanas se respira una atmósfera ríspida, cortante. En El bello verano2 tiene como escenario un barrio de obreros y clase media baja de la periferia de la ciudad densamente aburrida; El diablo en las colinas es la experiencia de una temporada breve en el campo y las colinas de un grupo de amigos jóvenes de Turín, en la que la esposa de uno de ellos es la manzana de la discordia y de la unión efímera; la tercera, Entre mujeres solas, la cual acaece casi toda en Turín, es narrada desde el punto de vista de una atractiva modista treintañera, Clelia, quien nos va introduciendo a un nimio universo esnob y trivial, pero desde el principio ya se adivina en las protagonistas un descenso a pequeños infiernos. Es admirable cómo Pavese dibuja, y más, caricaturiza, ese mundo vano y frívolo del vulgo adinerado. Aun en el recuerdo, cuando precisamos pasajes y personajes, no dejamos de sonreír ante el remedo.
En los personajes de las novelas pavesianas hay el hastío de vivir, y más aún, el mal de ser.
II
En las tres novelas cortas hallamos un orbe ante todo de jóvenes o demasiado jóvenes que no saben a dónde van y que no se distinguen mucho entre sí. Dejan, van dejando, la impresión de aspereza y grisura, abrumados por el tedio, algunos ya vencidos, en fin, hundiéndose en una vida mediocre, en la que la sexualidad puede ser morbosa y aun cruel, como sucede en El bello verano con la diciasettenne Ginia3, el personaje más atractivo, Amelia, la joven bisexual enamorada de Ginia, de diecinueve o veinte años, y los pintores de los que fueron amantes (Guido y Rodriguez), quienes se soportan a menudo porque no saben qué hacer sin compañía. Los hechos –dijimos– acaecen en un barrio obrero de la ciudad. Gina trabaja en un taller y Amelia es modelo de pintores.
En otro contexto pasa lo mismo con el grupo de cuatro jóvenes de El diablo en las colinas: Poli, cuyo padre millonario es el dueño de toda una colina,4 es un inconsciente, con astillas de locura, y sus amigos, los estudiantes turineses, son Pieretto, inteligente, irónico; Oreste, de raíz campesina y el sujeto de la voz narrativa –que acaso podría tener perfiles autobiográficos de Pavese– y, claro, las dos mujeres de Poli, la amante Rosalba, que terminará suicidándose con barbitúricos, y la esposa, Gabriella, que vive libremente su desapego y su sexualidad y es el personaje más sugestivo y atrayente. Como dice Pieretto, Gabriella “les toma el pelo a todos”. Nacida en Venecia, vive en el Piamonte, o más concretamente, en la colina del Greppo.
Y algo muy importante: en las novelas de Pavese hay algunos huecos que con cálculo el autor no quiso llenar, pero que al mismo tiempo resultan misteriosamente atractivos al lector. Uno de varios ejemplos: Pavese deja la ventana abierta al lector si Gabriella se acuesta o no con Oreste.
Como en otras de sus novelas, los personajes pavesianos de Entre mujeres solas están predestinados al fracaso o a una vida dirigida involuntaria o deliberadamente a la autodestrucción que incluso puede terminar en la muerte. Destacan en la narración Clelia, quien es la voz narrativa, Momina, Rosetta, Mariella, la Nene… A diferencia de las mujeres de las dos novelas precedentes, las nuevas conocidas son personas ricas o, al menos, con buenos recursos. No hay una sola de las mujeres que no ande en un mínimo o mediano laberinto y no tenga cambios de humor más o menos continuos. Las mujeres aquí son mucho más intensas y visibles que los hombres. Por cierto: el retrato del esnobismo de la alta sociedad, con su caricaturización debida, es sobrio, filoso, frío, y aun al recordar personajes o pasajes nos hace sonreír.5
Clelia es una modista que va a fines del frío enero a Turín desde Roma, cuando empiezan los preparativos del carnaval. Esa ciudad donde nació, a la que regresa después de veinte años, a fines de la década de los cuarenta y que es aún muy pequeña (ben piccola)6. A Clelia la envían desde la casa matriz para fundar una suerte de casa de modas. Llega al hotel, situado en la vía Po, y apenas termina de instalarla la camarera, que ésta regresa para decirle que una joven ha intentado suicidarse. Ese principio es el misterio que abarca toda la ficción. Clelia entrará en una obsesión por saber quién es ella y por qué quiso hacerlo. Independiente, inteligente, mujer de carácter, Clelia suele hablar muy directo con la gente, incluso hasta la impertinencia.
A través de Morelli, un hombre maduro que la lleva a las casas de lujo de sus amistades, Clelia va conociendo a diversas amigas, con quienes a su vez conoce villas, salotti, bares, tea-room y cafés: primero, la rubia Mariella, una bella joven que no se alcanza a delinear en la novela; Momina, treintañera, separada de un marido, sin carácter, arrogante, con “un aire de descontento, de patrona”, que viste con perfecta elegancia y sabe del “asco de vivir”, como lo saben, según dice, también sus amigas; la Nene, una escultora de veinticinco años, inteligente, con apariencia de niña, “extraña y nerviosa”; y la más joven, Rosetta, veintitrés años, con una complejidad autodestructiva, de la que queda en el aire el porqué de su obsesión suicida y si sostenía relaciones amorosas con Momina, y quien es la única que produce en el lector una honda simpatía trágica. “El hombre prueba su existencia entrando y saliendo de las puertas oscuras”, dijo alguna vez Pablo Neruda; es algo que hacen a menudo los personajes femeninos de estas novelas breves; ninguno más extremo que Rosetta.
De las novelas son muy recordables los finales de El bello verano y de Entre mujeres solas. El primero, ambiguo; el otro, impresionante (no sólo como premonición personal). A diferencia de éstos, el final de El diablo en las colinas no parece serlo; queda la impresión de una novela inconclusa.
III
¿Por qué un escritor, que ya es famoso y se envanecía de serlo, que vivía en el esplendor de sus dones poéticos y narrativos, a quien le acababan de dar el premio italiano más importante de ficción, se quita la vida pocos días antes de cumplir los cuarenta y dos años? Ricardo Piglia, en un relato admirable (“El pez en el hielo”), en el cual se cruzan dos o más historias, hace una visita al Hotel Roma donde Pavese se dio muerte, y va después a la casa nativa en el pueblo de San Stefano Belbo.7 Piglia interpreta el Diario del escritor piamontés, y dice que se abre y se cierra con dos mujeres a las que amó y lo afectaron sin límite: una, la militante comunista Tina (Battistina Pizzardo), la donna de la voce rauca, a quien por protegerla debe pasar confinado por el gobierno fascista tres años a fines de la década de los treinta en Brancaleone, Calabria, donde empieza a escribir El oficio de vivir, y a su regreso a Turín se entera de que Tina se había casado hacía un mes; la otra, Constance Dowling, quien frisa los treinta años, una rubia actriz estadunidense, bella y elegante, que había regresado en abril a Nueva York. Ambas son las musas inspiradoras de sus dos últimos –muy breves– poemarios de 1945 y 1950: La tierra y la muerte (Tina) y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Constance). Piglia anota que la actriz fue pretexto para suicidarse. Es verdad: pretexto, no causa.8 O, si se quiere, la última (gran) gota que derrama el vaso. El suicidio se volvió desde joven una idea fija en un depresivo crónico como Pavese, que sus últimos años fue un náufrago sobreviviente. ¿No escribió acaso estos versos estremecedores en inglés en abril de 1950, que se oyen como campanas a duelo y son los últimos de su espléndida obra poética: “Some one has died/ long time ago,/ some one who tried/ and didn’t know. “Alguien murió/ hace mucho tiempo/ alguien que intentó/ pero no supo”.9 Pavese acabó de morir cuatro meses más tarde.
Mucho se ha hablado de la compleja relación de Cesare Pavese con las mujeres, pero en su poesía, en sus dos últimos libros del abandono devastador, no hay ni reprensiones, ni reclamos. Están colmados de un dolor y una ternura que anuncian la derrota y una luz que se apaga. Un enorme sol triste, una niebla como ésas que se adensan en las mañanas del otoño y el invierno en la ciudad de Turín l
Notas:
1. Por cierto, Italo Calvino prefería dos de las nueve novelas cortas de Pavese: El diablo en las colinas y Entre mujeres solas. Pero de inmediato añade la última que publicó, La luna y las hogueras, para decir que la dejó de lado, “simplemente porque no me queda ninguna duda de que en ella tiene lugar la condensación de lirismo, verdad objetiva y totalidad de significados culturales con una plenitud fuera de lo común”. El ensayo de Calvino (“Vigencia de una actitud”), escrito en 1965, es, en cada párrafo, una espléndida interpretación de algún aspecto de la obra y la vida del difícil amigo.
Una apostilla. Pavese tenía afecto por el entonces muy joven Calvino, quince años menor que él. El 24 de noviembre de 1949 –anota en su Diario– se han publicado las tres novelas. Le dan el primer ejemplar. Festeja con los amigos. Con la vanidad adolescente que le caracterizaba, Pavese aconseja ese día al joven Calvino de veintiséis años. “Me he excusado por trabajar muy bien: También yo, a tu edad estaba atrás y en crisis.” Se pregunta a sí mismo si a la edad de Calvino alguien lo aconsejó como él lo hacía con el muchacho y se contesta Pavese que él creció “en un desierto, sin contactos…” No hay escritor o escritora que lo haya conocido que no resalte su laboriosidad infatigable. Por cierto, muerto Pavese, Calvino hizo la edición de su poesía completa y de sus cartas. Lo recordaba con enorme admiración y afecto. Ambos, con Natalia Ginzburg, representaron el gran trío de escritores surgido del grupo Einaudi, la editorial que se fundó en 1933. Pavese y el esposo
de Natalia, Leone Ginzburg, fueron dos de los tres fundadores.
2. Si se lee la novela, el título, La bella estate, parece o es una ironía.
3. Muy poco antes de publicarse la novela, según anota en su Diario el 22 de agosto de 1949, Ginia se llamaba Cinina. Por fortuna lo cambió.
4. “Pieretto dijo que es indigno que una colina entera pertenezca a un solo hombre”. Pavese hace decir esto al sujeto de la voz narrativa. A la colina la llaman el Greppo.
5. Desde los nombres o apodos elegidos Pavese busca resaltar el kitsch entre los ricos: Momina, Nene, Loris, Febo, Fefé, Becuccio…
6. Una Turín que, como la recuerda Natalia Ginzburg en una visita en 1957 (Ritratto di un amico), seguía siendo la misma que Pavese amaba cuando vivía. (Le piccole virtù, 1962).
7. Hablemos de rituales, como diría Ricardo Piglia, respecto a las visitas que se hacen a lugares significativos de escritores que se admiran. En el Hotel Roma turinense, situado en plaza Carlo Felice 60, el cuarto donde se suicidó Pavese está intacto, salvo un detalle. En San Stefano Belbo, la casa natal es museo y su original tumba en el cementerio domina a las demás. Por una mención en su relato sabemos que Piglia visita los sitios veinte años después de la muerte de Pavese, es decir, 1970. Muy de Piglia, muy en su estilo, circulan en el relato, además de la interpretación del suicidio de Pavese, otras historias, como el reencuentro fallido que tiene en Turín y en San Stefano Belbo con Inés, la mujer que lo abandonó por otro, y las réplicas continuas de gente que cree que conoce y cuyo mal lo supone como un efecto del abandono..
8. El 25 de marzo de 1950 Pavese escribió en su Diario un recado en clave: “No se mata uno por el amor de una mujer. Se mata uno porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada.” Sin embargo, desde el 6 de marzo hasta la mitad del mes de agosto que escribe su Diario, el dolor angustioso por Constance Dowling, expresado directa o soterradamente, es continuo y a veces irrespirable. La llaga se abría más o se abría menos, pero nunca cerró. Por demás, el pretexto romántico de unir amor y muerte, mujer y adiós, proviene desde el título mismo de su último libro de poemas: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
9. Curioso: esos dos versos los volvió a escribir en inglés en su Diario el 14 de julio: “Alguien murió/ hace mucho tiempo”.