Para todos los que vivimos esos años, esa guerra nos mostró el heroismo de un pueblo por resistir a una potencia. Hoy, cuando el pueblo palestino enfrenta nuevamente a esa potencia, encarnada ahora en un títere que defiende la ocupación de sus tierras, releer a Paul Auster es el mejor homenaje a su obra. La de Vietnam como la de Palestina son guerras ilegales, inmorales e injustas. De ahí que los jóvenes de ayer como los de hoy, esos estudiantes que en la Universidad Nacional Autónoma de México no faltan, se manifiesten contra ellas.
Paul Auster evoca en la novela un episodio que se parece mucho a lo que en este momento vivimos. Los dos personajes que están viviendo esos acontecimientos, Ferguson y su pareja Amy, están atentos a las noticias: Después de leer la relación de un sacerdote católico francés que había presenciado cómo sus parroquianos perecían arrasados por el napalm, Norman Morrison, de 31 años y padre de tres hijos, fue en coche desde su casa en Baltimore hasta Washington, Distrito de Columbia, se sentó a menos de 50 metros de la ventana del despacho de Robert McNamara, se roció el cuerpo de queroseno y se inmoló en muda protesta contra la guerra. Los testigos contaban que las llamas ascendieron a más de tres metros por el aire, una erupción de fuego semejante a la causada por el napalm arrojado de un avión
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Amy tenía razón. El pequeño alboroto, casi invisible, llamado Vietnam había cobrado las dimensiones de un conflicto más grande que Corea, mayor que ninguno desde la Segunda Guerra Mundial, y seguía creciendo día tras día, cada hora se enviaban más tropas a aquel remoto y empobrecido país del otro lado del mundo para combatir la amenaza del comunismo y evitar que el norte conquistara el sur, 200 mil, 400 mil, 500 mil jóvenes de la generación de Ferguson enviados a la selva y a aldeas de las que nadie había oído hablar ni era capaz de localizar en el mapa, y a diferencia de Corea y de la Segunda Guerra Mundial, que se había librado a miles de kilómetros de territorio estadunidense, aquella guerra se libraba tanto en Vietnam como en casa.
Ferguson, encarnación del propio Auster, admiraba a los estudiantes que se manifiestan contra la guerra: consideraba a aquellos muchachos como los estadunidenses más valientes, los ciudadanos con más principios del país. Los apoyaba con todas sus fuerzas y se manifestaría contra la guerra hasta que el último soldado volviera a casa…
Y así como los estudiantes de Columbia hoy manifiestan su repudio al apoyo que su país brinda a Israel, así también en 1968 se movilizaron para detener la destrucción de un pequeño pueblo. Pasan los años, pero la novela de Auster nos sigue preguntando: ¿acaso el mundo puede permanecer en silencio frente al genocidio?
* Doctor en ciencias sociales