Acoger al extranjero, brindarle hospitalidad nos pregunta y confronta sobre nuestro propio desamparo, aquello extranjero que nos habita y contra lo cual nos defendemos con la ilusoria fantasía narcisista de completud, de invulnerabilidad.
Negar la pregunta por el extranjero, el otro, plantea reforzar la negación, acudir a la omnipotencia, apalancar el narcisismo, desembocar, por tanto, en la hostilidad hacia aquello que amenaza la ilusionaria completud.
El anfitrión se hace vulnerable cuando acepta la pregunta. Así resulta preferible elegir muros que aíslen al otro o legislar de manera arbitraria, o perseguir o matar al que amenaza con su otredad los frágiles límites que traspasados confrontan con la propia otredad que no sólo nos habita, sino que nos constituye.
Jacques Derrida opta por la pregunta, honestamente, ingenuamente, poéticamente. Aparece inevitablemente lo mítico y lo ancestral. Aparece Edipo, el extranjero desde siempre y para siempre, muerto fuera de la ley, más allá de la ley, sin tierra ni tumba
… sólo la poesía es capaz de decir, y no aquello que entre la ley y la transgresión puede hacer de la transgresión una ley: ¿cómo entender si no la trágica figura de Antígona, íntegra, fiel a sí misma, ahí donde transgrede?
Para Derrida es la poesía amparo abierto que ayuda en la defensa contra la antipoesía tecnológica que amenaza invadir la intimidad, pervertirla, volverla pública, introduciéndose en lo más íntimo de esa intimidad.
Si gana Trump, ¿acabará con las caravanas?