Largo retorno a los pueblos originarios

Pablo González Casanova: largo retorno a los pueblos originarios

Hermann Bellinghausen

Certera remembranza de una de las figuras más importantes del pensamiento político en México durante el siglo pasado y con enorme legado para los inmediatos venideros, Pablo González Casanova (1922-2022), intelectual congruente y comprometido, activista y maestro incesante a lo largo de su vida, y también conocido, a sus noventa y tres años, en abril de 2018, como el ‘comandante Pablo Contreras’ del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del EZLN.

 

La evolución personal de Pablo González Casanova (1922-2022) es una de las aventuras más apasionantes y ejemplares del universo intelectual mexicano, sobre todo porque supo combinar como pocos el rigor de pensamiento, el instinto de curiosidad, que hace a los grandes investigadores sociales, y el compromiso incansable con las luchas de liberación en México y el continente latinoamericano, podríamos decir que causa y efecto de su longevidad centenaria.

González Casanova es de esas figuras que pesan tanto por lo que escriben como por lo que inspiran o impulsan para que otros escriban. Surtidor de ideas y propuestas como pocos, fundó instituciones con la naturalidad de los patriarcas y coordinó obras colectivas, colecciones de libros sobre temas sociales urgentes: el sindicalismo y la condición proletaria, la liberación nacional de los pueblos como vocación vital y esperanza de América Latina, la emancipación de los pueblos originarios (que en sus últimas décadas lo colmaron, a él, de maestros y maestras), los claroscuros de la democracia en México, siempre insuficiente, proyecto a futuro, sueño que se sueña realizable.

Lo hacía como un director de orquesta, dando indicaciones y levantando la intención en cada uno de los intérpretes por él convocados o en torno a él reunidos. Fundó escuelas, institutos, facultades universitarias; le bastaron dos años y siete meses para ser el rector más importante de la Universidad Nacional Autónoma de México (1970-1972) en más de un siglo; hay quien dice que en toda su historia de quinientos años. También fue uno de los pocos defenestrados por el designio presidencial de alguien que en otro momento había sido su aprendiz en las materias del Tercer Mundo, así fuera de dientes para fuera por un candil de la calle, como fue el caso de Luis Echeverría Álvarez.

Pero hay derrotas que se convierten en victorias. No sólo es en las décadas siguientes un sociólogo prolífico y un analista político de primer orden, sino que, arrebatado de la conducción universitaria (después de él, el control de la derecha ha sido permanente), irradia ideas y tareas en publicaciones científicas, de divulgación cultural y diarios de circulación nacional. Su impronta es fundamental en las revoluciones vivas y las por venir.

Su autoridad intelectual y moral no hace sino crecer. Se ofrece como baluarte de luchas de liberación en México y donde asomen en América del centro y el sur. La trayectoria de su congruencia lo lleva a la culminación de su compromiso con su respaldo activo al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Estuvo entre los primeros de la “sociedad civil” que llegaron a San Cristóbal de Las Casas la segunda semana de enero de 1994, para ya no irse, en el sentido intelectual y emotivo, nunca más.

En “Imágenes de don Pablo” (100 años de amor y lucha, suplemento especial de La Jornada en su honor, 2022), quien esto escribe recuperaba una estampa:

Una de mis imágenes favoritas de don Pablo data de agosto de 1994, en Guadalupe Tepeyac, en vísperas de la Convención Nacional Democrática convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la selva Lacandona, para la cual era uno de los invitados primordiales. Durante ese año, el EZLN gobernó de facto grandes territorios de las montañas de Chiapas. La selva era un territorio muy otro, controlado autónoma y casi inopinadamente por los indígenas insurrectos. En el retén a la entrada de la comunidad, un riguroso grupo de jóvenes milicianos realizó la revisión a don Pablo. De pronto, detrás de uno de esos pasamontañas una voz tojolabal lo reconoció: “¡Don Pablo!” El miliciano le confió emocionado que había sido su alumno en algún curso en la Universidad de Chapingo. La emoción de don Pablo fue mayor: había alumnos suyos entre quienes hacían la revolución.

El ciclo de tres décadas que traza don Pablo a partir de entonces lo ubica como parte del equipo negociador de su amigo Samuel Ruiz García –obispo de la circunscripción indígena donde se dieron el levantamiento y el sucesivo movimiento social de autonomía rebelde– y como consejero, asesor o interlocutor del EZLN, tanto del subcomandante Marcos y los mandos militares como el entonces mayor Moisés, como de los comandantes civiles y las bases de apoyo de las comunidades que visita en la década bisagra entre el siglo pasado y el presente. Participa en la evolución del zapatismo a nivel nacional, acompaña todas sus iniciativas, las comenta, las interpreta y enriquece de voz y escritura, las hace suyas. Allí demuestra su capacidad única de ser disciplinado, pero con la independencia del verdadero intelectual crítico y consecuente. Siendo un hombre mayor al llegar a Chiapas, su longevidad y su constancia lo llevaron a convertirse en el único comandante zapatista digamos que externo, Pablo Contreras. Esta otra imagen lo relata:

En abril de 2018, a sus noventa y seis años, se convierte en el comandante Pablo Contreras del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del EZLN. En cachucha beisbolera, hace el saludo militar a la comandancia que le toma protesta, en presencia de sus viejos conocidos el comandante Tacho y los subcomandantes Galeano y Moisés. (“Imágenes de don Pablo”).

Quizás podamos postular que su encuentro con el zapatismo de Chiapas y por extensión con el movimiento indígena, el despertar de los pueblos originarios de México y su vocación de liberación, lo condujo al origen de su dilatada aventura intelectual: la impronta de su padre, homónimo suyo (1889-1936), malogrado lingüista e investigador, traductor del náhuatl histórico, simpatizante de Emiliano Zapata, quien pudo ser uno de los grandes mexicanistas del siglo XX.

Por la vía del compromiso político, en cierto modo radical y antisistema, Pablo hijo contribuye a saldar una cuenta pendiente más allá del proletariado y las revoluciones cubana o sandinista, más allá de la alta sociología y la crítica de los poderes nacionales que caracterizan su obra. Al adentrarse en la problemática indígena insurgente llega al meollo de su pensamiento más original (lo enuncia desde 1963, si no es que antes): el “colonialismo interno”, su tesis más incómoda y pertinente hasta la fecha. Con los zapatistas y el movimiento nacional indígena que éstos alientan, Pablo González Casanova completa el cuadro de su pensamiento y su acción.

Sus últimas expresiones y declaraciones fueron críticas con el presente pero optimistas. A contracorriente del pesimismo apocalíptico en boga, confiaba en el futuro y los nuevos instrumentos tecnológicos en bien del conocimiento. Y como siempre, confiaba en los jóvenes, en los pueblos, creía en la gente. Su humanismo fue radical en carne y hueso. Mejor lección no pudo heredarnos l

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