José Emilio Pacheco: «La conciencia atroz del tiempo»…

JEP modelo 69:

La conciencia atroz del tiempo  Julio Figueroa  

    

Siempre ha tenido la conciencia atroz del fugaz paso del tiempo. Desde los versos de Li Kiu Ling (en versión de Marcela de Juan):

“En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas; / me alejo sin cesar. / No me preguntes cómo pasa el tiempo.”

Fue su tercer libro de poemas (1969) y su poesía cobró de pronto un giro crítico fundamental (voz de la tribu) respecto a su poesía casi pura de los dos primeros libros. Mas ya decía en El reposo del fuego (1966), su segundo libro: “Nada altera el desastre: llena el mundo / la caudal pesadumbre de la sangre”.

Hasta los versos dedicados a Fernando Benítez en 1999 en el epílogo y desenlace del siglo pasado de los vigesímicos:

“Pierdo un poco de sombra cada día / y ya me alumbra el resplandor del hueso. / Ya la mar de los muchos es la mía.”

Y la hermosa Mariana, la de Las batallas, si hoy viviera tendría casi 90 años. ¡Yo la conocí ya de 60! Es el poeta del tiempo y sus desastres. Nada lo engaña, el mundo no lo ha hechizado.

Levanta acta. Mira girar la tierra con melancolía y un extraño presentimiento oscuro. Y lo peor, púmbale, nunca queda atrás, púmbale, sino adelante, púmbale, todavía estamos vivos: púmbale, “otro segundo acaba de pasar y todos nos caemos de viejos y a la siguiente exclamación seremos polvo”.

Púmbale, China y el terrible terremoto de mayo. Miles y miles de muertos y edificios de rodillas hechos polvo. Tan lejos ya esos segundos todavía eternos para quienes los vivieron como los que vivimos el 19 de septiembre de 1985 en México, poco antes de las siete y media de la mañana: jueves 7:19 a.m.

“La tierra es muda: habla por ella el desastre. / La tierra es sorda: nunca escucha los gritos. / La tierra es ciega: nos observa la muerte.”

Los chinos se preparaban para las Olimpiadas y no para el desastre terrestre.

“El día se vuelve noche, / polvo es el sol, / el estruendo lo llena todo.”

Se grita y se protesta por la libertad del Tíbet y se guarda silencio y crece la solidaridad como una flor de fraternidad por el terremoto de Sichuán. Púmbale, China se moderniza: reprime a sus jóvenes como el occidente en 68. Púmbale, los jovencitos que bailoteaban y reían en la disco de México y de pronto yacen inertes sin vida en el suelo, junto a tres policías. Y sus madres inconsolables en un cuadro desgarrador.

Púmbale, las cabezas cortadas mexicanas, ¿ya las olvidaste? Rodeados por la tragedia, la desgracia siempre nos sorprende, como la muerte esperada y siempre inesperada. JEP, con la conciencia atroz del fugaz paso del tiempo encima. Mirada oscura, fina melancolía y lucidez punzante. Nada lo engaña, la prodigiosa vida termina en desastre. Y en todas partes vamos de noticia en noticia y de desastre en desastre. ¿Cuál es el sentido de la vida? Púmbale.   

    

 –La maravilla de la existencia es que pasa. Es valiosa porque es efímera y es efímera porque es valiosa, ése es el sentido de la vida.

     –Cada semana me llega la noticia de la muerte de algún contemporáneo o de alguien que está muy enfermo, entonces digo: el próximo soy yo. Por más que te haces a la idea de que esto va a pasar, cuando llega no deja de ser una sorpresa.

     –Ah, generación de críticos, qué ciega fuiste.  

     De los cuentos más breves que conozco (Monterroso, Zaid y algunos chinos y japoneses), el suyo me parece el más atroz. El de la cola enroscada como una víbora de fuego con las fauces abiertas en la portada del libro La sangre de Medusa y otros cuentos marginales (México, Era, 1990). JEP lo llama la historia sin fin y yo simplemente la cola: 

     –Un hombre se forma tras una larga cola. Desesperado, elimina a quien está antes que él. Sigue con todos los de la fila. Hasta que otro hombre se detiene a su espalda…  

     La imagen y el fondo, la brevedad y la plasticidad de las palabras son insuperables. Lección de cosas. Si la democracia es muy lenta y muy poca cosa, ¿qué no sería la no democracia y la ley de los matones? En la cola de las tortillas o en la cola del cine siempre recuerdo el cuentito de José Emilio. Y en la cola mastico la paciencia.  

     Su oscuro pesimismo no es paralítico sino creador. Porque al decir lo que dice, por más negro que sea, al expresarlo con calidad literaria está creando y recreando el mundo. El mundo real de todos los días es un torrente simultáneo de cosas que a todos nos ahoga; sólo el poeta ordena, clarifica y da sentido. Blanca Varela: “Hasta la desesperación requiere un cierto orden”. Y por pesimista que sea la mirada del autor, la clara expresión literaria es un aliento de vida, así esté llena de desaliento. El único verdadero pesimismo radical sería el silencio total, la no expresión, el balazo suicida o el veneno mortal. Crear un mundo negro y levantar acta de sus desastres naturales y sociales es todavía un humanismo. El Señor de los Desastres es el Poeta del tiempo y del amor a la vida, hasta apurar las heces del prodigio de estar vivos. Si dar señales de vida es la única derrota de la muerte, JEP ha dejado muchas señales vitales en sus 69 años de camino.  

     Camoens        “Cuando empezó la ruina en Portugal     Camoens, que había cantado su gloria,      volvió a Lisboa:      –Quiero compartir      este dolor, esta miseria que somos.”  

     Inscripción griega 

     Se hunde mi patria:     asistiré a su ruina     levantaré acta     aunque sea inútil.  

     Aire oscuro 

     “Ya es tarde para saber.          Soy ignorancia.           Conozco                           lo que no sé.      La luz muere.           Oscuro el libro del mundo.      Texto de sombra.                                   Ilegible.”  

     Si leer literatura es vivir la experiencia de otra vida, ¿cuál ha sido mi experiencia leyendo a José Emilio Pacheco durante más de 30 años? Tal vez apurar el tiempo segundo a segundo, letra a letra, libro a libro, “para mirar la vida hasta la muerte”. En el verso paciano está la poética de JEP.   

     Verdadero escritor es aquel que baja siempre hasta el fondo y algunas veces logra salir con unas cuantas palabras en la mano.

     El alboroto temprano de los pájaros, el aire fresco de la calle, el olor a café… Luego las suaves palabras de adentro caminando por la conciencia y al mediodía el imperio del sol sobre un azul infinito.

     Sacar el agua profunda del pozo oscuro.     Lunes 30 de junio de 2008.     Un día como hoy llegamos a Querétaro.

     Jueves 30 de junio de 1988: llovía nocturnamente, no había taxis, la central camionera estaba entonces frente a la Alameda, en donde hoy es el Centro Cultural Gómez Morín, desde donde escribo; caminamos los cuatro unas cuantas cuadras para llegar a Carlos Septién 28, Colonia Cimatario. Fue una semana antes de las elecciones modernas más oscuras de México y en las que supuestamente ganó Carlos Salinas de Gortari. (Tal vez fue el último gran fraude electoral; aunque plagado de muchas irregularidades, el 2006 fue otra cosa y todavía lo estamos discutiendo; mientras que el 88 no hay nada que discutir: fue su último fraude patriótico).

     ¿Es mi segundo nacimiento un 30 de junio?  

     No amo a Querétaro pero aquí he ganado y he perdido y he empatado. Y lo mejor: aquí tengo verdaderos amigos y verdaderos enemigos. Gracias a todos.

     No me arrepiento de haber venido pero tampoco me quiero quedar aquí.

     Ya no soy defeño y tampoco soy queretano y menos jalisquillo.

     No creo en la queretanidad ni en la mexicanidad y sin embargo hay algo que nos define, pero no es lo que decimos.   

     Toda la tierra es mi tierra y sobre todo este increíble y extraño paisito bendito e inconsistente y aferrado.  

     Soy un forastero en tránsito: fuereño en todas partes y sin embargo ciudadano rodante palabrero democrático con todos mis derechos y obligaciones intactos y en uso.  

     ¿Vale más un nativo apoltronado que un fuereño con sus raíces al aire libre?      Palabrero ambulante.

     Extranjero como los indios en nuestra propia tierra y no obstante bien mexicanotes por todos lados.

     Toda la tierra es nuestra tierra y todavía hay lugar para todos, aunque sea en el panteón.

     Entre Tijuana y Chetumal son enormes las diferencias pero son todavía más sutiles las semejanzas.

     Palabrero rodante.

     ¿Y el paso atroz del tiempo?

     Vuelvo a ese peso, JEP:

     –¿Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años?

     –¿Qué pensaría de mí si entrara en este momento / y me encontrase en donde estoy, como soy, / aquel que fui a los veinte años?

     Elías Canetti:

     –Lo humillante de la vida: que todo lo que uno ha detestado, orgulloso, con todas sus fuerzas, al final acabe aceptándolo. Así se va a parar otra vez al punto del que (se) partió cuando se era joven, (y) se transforma en el mundo que en aquel tiempo lo rodeaba. Pero ¿dónde está uno ahora? En la dureza y acritud con la que lo mira y lo anota todo.

     Obstinarse, aperradamente, pese a todo:

     –El incesante ir y venir del tigre a lo largo de los barrotes de la jaula para no perderse el único, insignificante momento que pueda salvarle.

     Mas nos hay salida, hasta reventar.

     Veo la última foto de José Emilio con melancolía y lucidez. Gregorio Samsa metamorfoseándose en Kafka. Un escritor dignísimo, un hombre de letras bueno, que todavía aspira a registrar el mundo con su mirada y adquirir lectores, no premios, lectores, como él lo ha sido de tantos y tantos autores.

     –Lo leído es tan nuestro como lo vivido y la vida es esta oscura batalla sin testigos.   

    

 –Es cierto lo que dice Piglia, todo se relaciona con todo pero hay que saber leerlo y asociarlo.

     ¿Cuál es su enseñanza capital?

     –No me pregunten cómo pasa y pesa el tiempo.

     Hay que usarlo.

     JEP volvió el tiempo palabras.

     JEP es un tono, una mirada, un tono de voz con una mirada no encantada.

     JEP es una actitud: la conciencia y la credibilidad de las palabras.

     JEP es el amor y la paciencia de las palabras.

     JEP es el paso del tiempo vuelto palabras.

     Como Cavafis, como Jayyam, como Horacio, como los griegos.    

     –Ahora que yo también entro en el crepúsculo, me consuela de mi oscuridad y mi fracaso pensar que atravesé la vida como un espectador cinematográfico: he visto todo resguardado por un muro inviolable.

     Se abre y se cierra, la cortina de las palabras.  

     Si la luz es la piel del mundo, las palabras son la voz de la tribu llamada hombre.   

     Miro la tierra desde Marsella en 1987 con el libro en la mano:

     –Todos somos parte del cuadro que vemos y hacemos.

     –Y todo se relaciona con todo, pero hay que saber verlo y escribirlo.

     Y amén.

     ¡Amar antes del amén!

     Amén.

     ¡Amen!

     Amén.  

     Alabanzas

     José Emilio Pacheco en Miro la tierra  L (1986):  

     “El instante se ha llenado de azul. 

     Caminamos bajo la monarquía absoluta del sol.  

     Hay un total acuerdo

     entre el estar aquí y estar vivos.” 

     Miro la tierra y leo a JEP y palpo la vida y la muerte y el amor y el deseo y los sueños y el mal y la oscura batalla cuerpo adentro… Y me repito de memoria los versos del viejo checo, Jaroslav Seifert (1901-1986; Premio Nobel 1984), conocido y querido gracias a José Emilio:  

     “Me dije:

     Lo peor ha quedado atrás,

     ya soy viejo.

     No, lo peor aún está por venir,

     sigo vivo.

     Pero, si quieren saberlo,

     fui feliz:

     a veces un día entero,

     a veces toda una hora.

     Es bastante.” 

     Escrito en el año 69 de José Emilio Pacheco.      

     “La palabra despierta,

     abre los ojos,

     dice apenas que existe.

    

Cae el silencio.”  

     –JEP, Los elementos de la noche, 1963.  

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