En Lagos de Moreno, Jal. México
“Con el ademán callado/
A el poeta Francisco González de León, lo vi en 1944, un año antes de su muerte, cruzar la plaza cuando el reloj de la parroquia dejaba caer las doce campanadas del Angelus .
Iba rumbo a su casa-botica, caminaba con paso cansado y se cubría con un sombrero de fieltro negro. Era muy delgado y usaba unos anteojos redondos, un bigote blanco y recortado sombreaba los labios que se le habían ido borrando.
Yo, entonces de nueve años, sabía que era poeta, pues así me lo había dicho mi abuela, su admiradora local más entusiasta. Me acerqué, me le puse enfrente y, sin preámbulos justificatorios, le solté la pregunta:
“Señor, ¿usted escribe versos?”
Se me quedó viendo con curiosidad, me acarició la mejilla y me contestó:
“Sí hijito, pero ya no vuelvo a hacerlo.”
Lo vi alejarse.
Al llegar a la puerta de su casa me saludó con una mano larga y pálida.
Agité mi mano y salí corriendo rumbo a la casa de la tía Luz María, donde ya hervía el caldo con verdura y se molían en el metate las delgadas “pacholas”.
“Sus manos, lenidades de paloma,/
“La vida es enigmática y artera/
El autobús se alejó del valle y la noche llegó a
en su columna
Bazar de Asombros
La Jornada Semanal
Domingo 6 de julio del 2008