Teresa Del Conde como maestra de arte…

Un talento para la historia

 

Mario Raúl García

Me pareció ser una dama muy alta, poseedora de una locución vivaz ante el público y, llamativamente, de un timbre de voz bajo. En suma, su talante resuelto y a la vez sereno, me sedujo.

La doctora Teresa Del Conde ha sido una mujer de metas, en cuanto que siempre ha buscado la excelencia mediante la obtención de una seguridad, respeto y posición; es dueña al mismo tiempo, de una sensibilidad e imaginación de buen gusto.

Gracias a estos recursos, ha logrado reunir varias miras en su vida profesional, cuya base podemos fácilmente entender, si acudimos al legado filosófico griego, aquel que versa sobre el principio del ser, el que así mismo se acompaña de un anexo de índole epistemológica: el actuar.

De esta manera, el corolario que se desprende dice que sólo en virtud de que hay un ser, hay un obrar; no hay, pues, un puro actuar previo al ser.

Correlativamente, en la misma consonancia y medida en que el actuar u obrar es un llegar a ser y tener seguidores.

Lejos estaba yo de suponer que esta personalidad del ambiente cultural nuestro habría de ser mi profesora un año más tarde en el postgrado de historia del arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y a raíz de su regreso a la docencia, una vez concluida su gestión al frente de un organismo cultural.

Esta condición me ha permitido entablar un contacto académico y amistoso de lo más feliz, pese al trabajo intelectual que representa el desarrollo de los objetivos humanistas que ella se fija alcanzar en cada seminario.

Así, el acto de reunirnos con doña Teresa los miércoles, de las dieciocho a las veinte horas en el salón 04 del ala de postgrado del colegio de historia, se ha vuelto ya -para algunos de nosotros- una costumbre atávica.

Por principio de cuentas, los estudiantes seleccionamos las materias por cursar de acuerdo con el proyecto de tesis de cada quien y, hasta cierto punto, según el nombre de los titulares de las mismas.

En lo relativo al arte contemporáneo, el prestigio de la doctora Del Conde causa un entusiasmo seguido, interés que de alguna manera baja conforme el semestre avanza y la tenacidad de muchos decrece, al encontrarse delante de una profesora exigente y adolecer, al mismo tiempo, de un bagaje cultural óptimo.

Empero, cualquier esfuerzo es ampliamente gratificado, ya que su conducción se funda en una experiencia boyante de investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, de sus ministerios culturales realizados en la Dirección de Artes Plásticas y en el Museo de Arte Moderno del INBA, y de sus intervenciones múltiples como periodista. Erudición que todavía comparte con algunos de nosotros en proyectos editoriales como Voces de artistas (2005), y uno más en gestación.

La percepción de la doctora respecto a los fenómenos estéticos y teóricos son, a su vez, fruto de criterios adquiridos de una pléyade de mentores como Justino Fernández (1901-72), Edmundo O´Gorman (1906-95), Adolfo Sánchez Vázquez (1915-), Jorge Alberto Manrique (1924-), y nada menos que de E. H. Gombrich (1909-2001), por mencionar sólo algunas firmas de historiadores y filósofos connotados que han forjado la historiografía de la historia del arte vigente, en la que doña Teresa maneja un enfoque psicológico relativo a la obra de arte y psicoanalista, en relación con la vida de los artistas.

Tal como habrán sido sus pláticas con Gombrich, cuando lo visitaba en su casa de Hampstead Heath repetidas veces, en el norte de la ciudad de Londres; un barrio eximio del mayor enclave cultural del mundo.

A pesar del cuadro descriptivo anterior, Teresa del Conde convive también con nosotros dentro y fuera del horario de clase, no sólo cuando le pedimos su ayuda respecto a algún tema escolar que nos preocupa –por lo cual la visitamos más tarde en su cubículo del IIE–, sino también cuando la mayoría del grupo se reúne en jolgorio alrededor de una fecha tradicional y lejos del ámbito universitario.

No está de más decir que en estas ocasiones, ella alterna como cualquiera de los presentes; entonces, su visión docta de las cosas y, de vez en cuando snob, se torna cálida y expugnable. Es, sencillamente, una universitaria más entre sus alumnos.

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