¡CARAJO!
Augusto Sebastián García Ramírez
Esto fue a finales de febrero. Algunos estudios realizados han demostrado que los mayores porcentaje de los pacientes fallecidos en accidentes viales, sí se le hubieran suministrado por lo menos una atención media básica en el sitio hubieran podido salvarse.
No fue el primero ni será el último en sufrir una suerte similar. La necropsia realizada revelo la presencia de fragmentos metálicos en tórax, abdomen y pelvis. De igual manera se detecto contusión en hemisferio cerebral derecho. Paralelamente se detecto estallamiento de globo ocular derecho y entre los órganos contundidos estuvieron pulmones, hígado, colon ascendente, riñón izquierdo e intestino delgado, ruptura de la vejiga y laceración de los vasos sanguíneos del área pélvica. El examen toxicológico resulto negativo en ingesta de cocaína y alcohol.
Horrible atropellamiento. Imposible juntar las piezas. Imposible identificar el sexo. ¡Uta!. Increíblemente macabro, no había nada delicado allí. No todo era feo y muerto. Ningún muerto es bonito. Solo era carne. Deshechos de cuerpo humano. Desechos de un cabrón. El final de todo. Los pedazos del cuerpo fueron recogidos en una camilla y se les condujo al SEMEFO donde se levanto el acta del asunto. La vida no retoña. Digan lo que digan. Del panteón nadie sale. La muerte es sorda y muda. Así es la naturaleza humana. Las personas aplastadas son horribles. La muerte en una curva sólo espera.
A riesgo de atropellar a alguien va vuelto madres. No presagia nada bueno.
Consideremos primero no el principio, sino el momento en que uno de los involucrados, al que llamaremos Roberto, su nombre ed pila, el Salmón, su apodo, recibe la indicación inesperada del responsable de base de que cubra un atropellamiento en la carretera a San Luis Potosí, indicación que no le cayo muy agradable. Es casi la una de la mañana. En el cubículo sólo hay una televisión, una videocasetera y una silla incómoda. Él estaba bebiendo litros de café americano y fumando en silencio ahí en el cubículo. Apenas podía tolerar el calor nocturno, cuando les indicaron a él y a dos prestadores de servicio medico que fueran al Kilómetro 5.500.
¡Carajo!. Se encabrono. Parece perro con rabia. Bueno, al cosa es que no había tenido trabajo, pero tampoco quería trabajar. Tenía horas allí sentado, volviéndose loco. Ahogándose en un charquito. Estaba muy nervios, carcomido hasta la madre. Hasta la madre sin un centavo en la cartera. Hasta la madre de trabajar ahí. Hasta la madre de al vida. Hasta la madre de estar hasta la madre. Sudaba. Apestaba.
Roberto, el técnico en urgencias médicas (TUM), va a prestar ayuda con la mente puesta en que el accidentado lo es por pendejo. ¡Qué se chingue, que se chingue!, quien le manda ser tan pinché pendejo.
Si se lo carga la verga es por pendejo, dice para sus adentros cuando esta a punto de abordar la ambulancia. Es un preámbulo de la pequeña felicidad que lo acompaña. En estos pensamientos va tan ensimismado. Esa institución es su averno y cielo. De un tiempo para acá ya no es el mismo de antes que prestaba sus servicios sin preenjuiciar a los accidentados. Nadie sabe el por qué.
Hoy es un ojete dicen a sus espaldas más de dos que no se lo dicen abiertamente porque aquel es toda una institución ahí. Ya tiene bastantes años trabajando ganándose el pan de cada día.
El culpable del atropellamiento, muy buena gente para estos tiempos en que por lo general los dejan ahí muriéndose entre el dolor y la sangre pero aquí había sido diferente. El señor que había atropellado estaba realmente loco o quien sabe porque hay hasta personas que se regresan solo para rematar al pobre infeliz que quedo debajo de las llantas. Siente una gota en al frente. Esta preocupado pidiendo por Dios que llegue rápido los servicios médicos. No quiere que ese infeliz muera.
La ambulancia no llega.
En fin que el culpable había hecho lo impensable y ahí estaba para esperar al agente del ministerio público, la policía de caminos federales y a los servicios médicos.
Apenas había dado un par de pasos fuera del cubículo y Roberto se detuvo a encender un cigarro más. Al momento de prender el cerillo y hacer casita con las manos para proteger a la llama del aire, escucho que en base se recibía otra llamada de auxilio.
¡Carajo!. Hizo un gesto de rabia. Ni el hombre verde es el mismo cuando se le traslado de tan mala manera de la pantalla chica a la grande. Va emputado.
Sobre el asiento de la ambulancia el técnico en urgencias medicas dejo caer sus 45 años, que crecieron 1.80 metros sin muchas ganas de ayudar. Luego tomó un bolígrafo con tinta negra y en una de las tantas bitácoras donde reproduce parte de su vida, redacto detalles que de la base había recibido, y anoto también el kilometraje que marcaba el vehículo. Quisiera reír, por momentos zafarse, aunque fuera entrando a un baño y dejar caer agua sobre el rostro como un manotazo de la nada que borra todo por encima de los pensamientos. Quiere y no puede. Con todo el pasado por delante, le costaba trabajo atender el presente.
Antes de salir del área de ambulancias, se llevo el cigarro a la boca valiéndole madres la presencia de los dos chavos prestadores de servicio medico. Sus ojos no pestañean. Ni les dirigía la palabra y tampoco hoy lo iba a hacer. Parece un sordo. Es interesante que la sordera le de tanto poder y seguridad. Fuma como loco. Valiéndole madres la presencia de esos dos chavos expulsa de su cuerpo el compuesto cancerigeno. Uno tras otro.
Es el cigarro número doce en la guardia del miércoles para jueves. Se sentía pesado y fumaba mucho.
Miles de fantasmas asoman. Asoman, nada más. No los deja entrever. Allá va. Allá van. Si allá van pero el que va al volante es otro. Ha cambiado tanto. Es un ojete dicen sus compañeros. Poder respirar ya era, en medio de semejante desastre humano, una bendición de Dios. Sabían lo inútil y contraproducente que resultaría decirle que no fumara.
A Roberto el solo hecho de prestar ayuda médica le da hasco. Esta hasta la madre. ¡Carajo!. A regañadientes acepto cubrir y algo dijo entre dientes. Cuando esta en un accidente parece que esta al pie de una montaña inaccesible. Quiere y no quiere auxiliar. Harto esta de prestar ayuda pero no le queda de otra. Lo eligió como un oficio alternativo ante su nula inteligencia y su negativa a la lectura. Y luego entonces se propuso entrar a estudiar la carrera de técnico en urgencias médicas de donde saco buenos puntajes y donde hasta la fecha que se narra esta historia continuaba aunque ya no con mucho amor a la camiseta de la institución. Algo había pasado que ya estaba hasta la madre. El mundo es despreciable. Abandonado por todos, él esta frustrado. Creía que iba a morir. Es que no tenía esperanza. Cero esperanza.
Allá va. Allá van. Bueno allá va él. Siente como si en al cabeza tuviera avispas enfurecidas. Esa institución es su refugio por más de treinta años. Fue uno de sus fundadores. Entro bien chavalillo. Ni cumplía la mayoría de edad cuando fue novateado. Parecía que nació para estar ahí pero ya ha cambiado mucho. El técnico en urgencias medicas esta desesperado. Como siempre. De noche y de día.
Nunca le dijeron nada. Nunca, hasta hace pocos meses que su actitud de buen servicio y amor a la camiseta devino en otro. Desea desaparecer. Nunca le dijeron nada. No. No hasta que sus padres le confesaron todo: quien sabe quienes fueron tus padres hijo. Él mismo lo desconoce. No sabe a ciencia cierta quienes fueron en realidad sus padres.
Lo que supone es que a los pocos meses de nacido lo dejaron abandonado a las afueras de un orfelinato. La noticia cundió como el mismo fuego.
De aquí en adelante ya no fue el mismo. Esta hasta la madre de todo. De la institución también. Hasta de los que sufren algún accidente. De todos esta hasta la madre. Ya no volverá a ir a la iglesia. Le reemputa..
La soledad le esta matando. La vida del hombre que nunca es feliz, que siempre es una lucha frente a los demás. Siempre ha lidiado con la soledad. El dolor y la rabia forman parte del sentimiento de lo inefable. De todo ha visto en su vida como técnico en urgencias. Cadáveres, mutilados, atropellados, desangrados, alcohólicos, heridos, muertos, mutilados, niños pequeños sin piernas, niños desamparados. Es abrumador lo que ha visto, lo que ha oído.
Ya todo le es tedioso ahí. Ya no quiere apoyar como antes. Ya todo es lo mismo. Ya le vale madres. Ya una vez que recibía algún reporte de base no había nada que hacer. Ya lo hecho, hecho estaba.
Durante tantos años de su vida ahí en la institución, ¿Cuántos pasos habrá caminado entre el área de urgencias y consulta general, pasando por los corredores, el patio, el estacionamiento? ¿A cuanta gente habrá apoyado? ¿A cuanta familiares por lo menos les dio ánimo para aguantar el pesar de tener a un familiar en el área de urgencias? ¿Cuantos vio morir? ¿Cuantas lagrimas ha derramado?
Fue en la madrugada de un jueves cuando un buen ciudadano reporto que había atropellado a un peatón debajo de un puente peatonal, muy seguramente un obrero porque fue justo frente a dos empresas. Como siempre debajo de un puente.
El accidentado cayó herido sobre el piso húmedo y no precisamente por la lluvia. Estaba ahí, y sin poder levantarse.
El responsable espera con ansiedad el momento de que lleguen los servicios médicos. No quiere que muera el obrero. La idea de que muera le causa dolor. Tanto que una lagrima llora. Piensa en los hijos de este obrero. Piensa en su familia. Se pregunta cuantos hijos tendrá. Se pregunta si con un salario de obrero alcanzara para mantener a la familia. Se pregunta si los hijos de ese obrero lograran estudiar una licenciatura, ya sea de abogado, psicólogo, medicina, sociología, periodismo, ciencias de la comunicación, matemático, científico, historiador, ingeniero civil, etc.
El responsable miró al accidentado, pero sólo hallo un gesto de impotencia; aún así tuvo las fuerzas para preguntarle:
-¿Cómo te llamas?
El obrero no comprendió la pregunta, y mantuvo un triste y fracasado silencio. El buen hombre insistió al lesionado:
-¿Cuál es su nombre?
El accidentado no contestaba, no lo dejaba el dolor.
ll
Roberto no sabe que será del resto de su vida. Piensa tanto y tanto que termina por cegarse. Parece que esta en otro mundo. Parece que quiere vengarse. Parece que fue hace rato que recibió la noticia de que sus padres no son sus padres. Qué quien sabe quienes fueron sus verdaderos padres. La frustración, mezclada con un deseo de venganza y una vena de crueldad humana crece en él. Fue como cuando uno cierra los ojos para lanzarse a una piscina fría. Para él Dios es un maldito perverso. La vida se va en un momentito. La culpa es de él y nadie más. Eso es lo que ocurre y seguirá ocurriendo mientras haya Dios en el cielo.
Allá va hasta la madre sin importarle que en esta carretera comience a llover. Halla va enloquecidamente, rápidamente, frenéticamente o alocadamente. Así se dice también. Pinché suerte la suya.
Llueve como para recordarle la naturaleza las palabras de los ahora falsos padres que le decían: hijo cuando así llueve es que lloran los ángeles. Le invade un sentimiento de coraje, de impotencia. Los ojos se le llenan de agua pero se aguanta. Eso no se le va nunca. Lo cierto es que no era muy dado al llanto, solo recurría a él en situaciones extremas. Recuerda el día en que lo aislaron por una hora con la cara a la pared por pelearse con sus ahora dos medios hermanos. Le dolió que así hubiera sido. A sus medios hermanos no les castigaron. En el fondo nunca lo habían tomado en serio.
Va hasta la madre. Y digo que va porque los otros dos parece que no existían para él. La vista no era despejada del frente.
Allá va hasta la madre. Ni siquiera podía voltear a ver a sus acompañantes. Va vuelto madres. La noticia fue como si le abrieran las entrañas por el culo. Porque la vida es como la capa geológica. Todo se acumula, todo influye. Todo contribuye. Y el aguacero de hoy puede suponer el terremoto de mañana.
No tenía ninguna posibilidad de ganar aquella batalla. No disponia de ninguna arma para luchar. Su lucha estaba perdida. No hay droga que cure. Tiene un dolor a ninguno parecido.
Por un instante se encomienda a Dios, le implora de corazón que le haga desaparecer, que obre un milagro y lo borre de un plumazo. Pero nel. Nel pastel. No hay fuerza superior que lo haga pensar de manera distinta. La vida es así. La vida es triste. Su vida es triste. Así era desde hacia unos meses. Habría una razón sin duda. Siempre se pueden explicar todas las cosas. También esta.
Desea desaparecer, evita la mirada de sus compañeros. Le invade un sentimiento de coraje, de impotencia. Le pide a Dios que a sus padres un rayo los parta en mil pedazos, que los haga mierda. En la camisola llevaba una Cruz Roja. ¿Dónde esta su corazón de niño que veía a sus padres con mucho cariño? ¿Dónde esta su corazón de niño que sentía un escalofrío de emoción cuando sus padres lo abrazaban? Tanto le pide a Dios de hinojos que de ellos le haga olvidarse. No lo puede negar. Un firme sentimiento su alma llena.
La ambulancia seguía vuelto madres.
Va muy rápido. Como si realmente le preocupara la vida del accidentado. Roberto ya no tenía ni la más remota idea que conducía una ambulancia y mucho menos que iba a cubrir una urgencia. Un asunto de vida o muerte. Ya no tiene ni la más remota idea por que carretera va. En su corazón no habita ninguna esperanza.
Ahí solo hay oscuridad, engaño, mentiras, abandono, odio y la desigualdad social que lo afligió desde niño viviendo con una familia que, no era la suya. Un padre, una madre y dos medios hermanos. Él solo ve el desastre que le rodea. Dios los había colmado de castigos. Desastre que se le acumula cada vez más.
Allá va un ciudadano al volante de una ambulancia que con el silencio pertinaz y el aislamiento asocial que le da la falta de lectura, se ha cubierto con un caparazón imposible de penetrar. Solo se le conocen ya solamente cuatro amigos. Ya todos los ha perdido. Todos curiosamente polos del mismo signo: la soledad. Esposo de una mujer que estaba cansada y de mal humor la mayor parte del tiempo.
Allá va. Va enojado por la carretera. Faltan solo pocos metros para llegar al accidente. El buen ciudadano a lo lejos ya ve la ambulancia. Ya esta menos preocupado que hace un rato.
Ya ve que el servicio de ayuda se aproxima a toda madre. Ve que viene muy rápido. Ve con buen gusto que tal vez muy seguramente el atropellado se salvara ante la prontitud de la ambulancia.
Roberto conduce muy rápidamente. Vuela. Se halla perdido. Se sentía solo, desesperadamente solo, hambriento de cariño, ávido de mimos y caricias, con el ansia voraz y animal de una piraña. ¿Suena tan raro? Todos necesitamos abrazos de vez en cuando. Irreversiblemente va hacia el abismo. Va vuelto madres. Prácticamente desde que le dijeron la verdad no habla. A sus ojos, él ya no es su hijo. A los suyos, ellos ya no son sus padres. En eso consiste su cariño fraternal. No sabe ni siquiera que por ir cavilando hasta la madre paso por encima del cuerpo del desgraciado que habían atropellado. Fue todo muy rápido. Ocurrió en un vértigo, como cuando nos giramos y de pronto vemos a alguien que se abalanza contra nosotros.
Contra toda lógica, contra toda expectativa remato al pobre pendejo que habían atropellado, que debido al estado en que quedo, fue imposible identificarlo. Le arrastro, haciéndole completamente pedazos, pues el cuerpo, en pequeñas fracciones, quedo regado en el trayecto recorrido por la ambulancia. Y él sin saberlo. El muertito muertito esta. El cielo es un señuelo para los tontos, y una justificación descarada para el crimen de traer hijos a este mundo. Nadie va para el cielo. Todos vamos hacia la muerte y sus gusanos. Dios no hioz nada: nosotros lo hicimos a él. Lo inventamos por cobardes, por temor al rayo. No por otra cosa. No nos hagamos ilusiones con el cielo que el cielo no da asidero a la esperanza. Lo único cierto es que Dios no existe, tampoco son ciertos los planetas. Nos ha engañado la teología y nos miente la ciencia del universo.
El buen ciudadano no supo ni que decir. Se quedo de a seis. Se quedo llorando. Se quedo serio, demudado, con la preocupación reflejada en el rostro. No hallaba a entender que había pasado. Vio a la ambulancia tan cerca que casi notó en su cuerpo el tremendo impacto. Nunca olvidara el ruido de la ambulancia pasando encima de un obrero. Se quedó como estatua de piedra mirando, sin capacidad de reacción. De milagro y no lo arrastro también a él. Por poquito y se lo chinga la ambulancia. Bueno el que va al volante.
De no ser porque se hizo a un lado. Se estremeció. Aquello fue demasiado. Ser buena gente no le trajo nada bueno.
¡Hay Dios santo! Fue espantoso.
¿Qué va a ser de los hijos de este obrero? Carne de cañón para los empresarios, políticos, jerarcas religiosos y el hampa. ¿O es que les va a dar trabajo el Papa? ¿Cuándo se ha visto que él de trabajo? Nunca. Y como va a dar trabajo si ni trabaja. Él solo viaja. Y viaja bonito. Él no es un turista pobre. El viaja como rico porque así les cobra a los ricos.
Un obrero menos. Un obrero menos no es nada. No es nadie. Un obrero menos no es nadie. Un obrero menos es papilla. Un obrero es clientela para unos y motivo de pavor para otros. El salario de un obrero es un elemento sin el cual los grandes ricos no podrían existir. Aquí se abusa de este grupo. La divisa de los ricos es. Al Cesar, lo que es del Cesar; A Dios, lo que es de Dios.
El obrero. Hoy obrero occioso. Obrero picadillo. Hoy en una fosa común no tuvo nunca noción de lo que era una huelga de hambre.
Llego tarde al sindicalismo y sus beneficios. Este obrero no tuvo nunca noción alguna sobre el significado de un movimiento sindical y no conocerá.
En vida, este obrero no pudo darse el lujo de poder escuchar la exquisitez que caracteriza el canto y la música de la trova cubana, porque de la televisión local sólo le llego el cúmulo de grupitos de moda.
Al obrero le había llegado su hora.
¿Y la justicia? Aquí no hay justicia ni ley sagrada: aquí hay leyes. Leyes y leyes, incesantemente cambiantes, como cambian los clientes las prostitutas y cambian los hampones que nos atracan. Aquí no bien empiezas a levantar la cabeza e inmediatamente la policía secreta se pone a vigilar todos tus movimientos. Y es que no son nada pendejos. Aquí todo mundo es observable. Y no se diga los inconformes. Esos están bien checaditos.
La consagración descarada del atropello del ciudadano por el Estado.
El buen ciudadano subió al coche. Todavía sacado de onda. Echo a andar el pesado carro. No necesitaba estar allí. Para que con un pinche muerto hecho papilla, para qué. Encendió un cigarro. No había de que preocuparse.
El muerto, muerto estaba. Pedazos de cráneo y sangre por todas partes de la carretera. Arranco. Arranco velozmente. Iba perdido. Las llantas también pasaron pro encima de ese obrero. No pudo evitarlo. Lo hecho, hecho estaba. Y estaba bien hecho. Lo mismo hizo un gran número de autos, trasporte pesado, autobuses rumbo al norte. De todos tamaños. Su corazón ya no suspira, y sus ojos ya no lloran.
De Roberto no sabemos hasta donde fue a dar.
Una mancha de sangre quedó junto al agua como constancia de lo ahí ocurrido. ¡Tan simple y sencillo como eso! Ni modo, hay ocasiones en que un buen samaritano no todo lo vence. ¡A huevo!