A cincuenta años de
Balún Canán*
Castellanos sólo había publicado hasta entonces poesía, de ahí que la lectura de su primera novela sea en varios momentos demasiado lírica.
Cuenta Emilio Carballido que, después de largas pláticas entre Castellanos, Sergio Magaña y el propio Carballido, éstos incitaron a su entrañable amiga a que escribiera sobre su infancia en Comitán, Chiapas: «Dudaba. La insistencia nuestra fue mucha: ‘tienes que, tienes que’. Poco a poco fueron brotando las páginas cada vez más fáciles, más abundantes de Balún Canán.»
Balún Canán es una novela con tintes autobiográficos donde la autora recupera, a través de la memoria, un pasado añorado a la vez que doloroso; su niñez entre dos mundos antagónicos que, no obstante, están en contacto: el de los blancos terratenientes y el de los indígenas que lo mismo son explotados y abusados por los grandes poseedores de tierras, que vengativos.
Al igual que su protagonista, Rosario Castellanos fue hija de terratenientes, vivió su infancia en Comitán y estuvo al cuidado de su nana Rufina, quien abandonó la casa de la familia cuando el reparto agrario casi arruinó a los dueños de fincas y los Castellanos emigraron hacia Ciudad de México.
Como la niña de la novela, Rosario tuvo un hermano, Mario Benjamín, quien murió de apendicitis a los siete años.
En la novela se ficcionaliza la muerte de Mario con la interpretación ambigua de la apendicitis y la brujería de la que es víctima el niño como venganza de los indios que se revelan frente a la autoridad de don César, el padre de la protagonista.
La novela está dividida en tres partes.
La primera y la tercera están narradas por la protagonista, una niña de siete años que habla del mundo indígena, de su familia terrateniente, así como de la relación que lleva con su hermano Mario, un año menor que ella, quien en el futuro se convertiría en el heredero del apellido y de las grandes extensiones de tierra de la familia Argüello, pues por tradición es el varón el que debe encargarse de perpetuar el poder social y económico de la familia.
La segunda parte de la novela emplea un narrador omnisciente que habla principalmente del descontento indígena, de los brotes de violencia en las fincas, así como del reparto agrario impulsado por el general Lázaro Cárdenas durante su mandato (1936-1940).
Esta segunda parte resulta, por lo tanto, más histórica, aunque se aleja de la tradición de la novela indigenista de los años treinta y cuarenta donde el objetivo es la denuncia de las condiciones infrahumanas a las que son Con Balún Canán, y posteriormente con Ciudad Real (1960), Oficio de tinieblas (1962) y Los convidados de agosto (1964), Rosario Castellanos se convierte en una narradora imprescindible en las letras mexicanas del siglo XX.
Sometidos los indígenas a manos de sus explotadores: el terrateniente, el capataz, la autoridad y el cura adherido al poder.
Rosario Castellanos estuvo en desacuerdo en que a su novela se le etiquetara como «indigenista» y señala que la temática de sus obras «indigenistas» la «constituye la persistencia de ciertas figuras recurrentes: la niña desvalida, la adolescente encerrada, la solterona vencida, la casada defraudada. ¿No hay otra opción? Dentro de esos marcos establecidos sí.
La fuga, la locura, la muerte […] si lo consideramos bien, las primeras como las otras alternativas [la vida indígena] no son propiamente cauces de vida, sino formas de muerte».
El tratamiento del tema es diferente al de la novela, sin embargo, en este cuento se pone mayor énfasis en la relación entre la niña y el hermano, así como en la muerte de éste y en el sentimiento de culpa que experimenta la protagonista que, para expiar sus faltas, escribe en varias partes de su casa el nombre del hermano:
«Con mi letra inhábil, torpe, fui escribiendo el nombre de Mario.
Mario en los ladrillos del jardín.
Mario en las paredes del corredor.
Mario en las páginas de mis cuadernos.
Porque Mario está lejos.
Y yo quisiera pedirle perdón.
» En el cuento no aparecen los indígenas como tema o personajes.
Podemos decir que la escritura de la novela de Castellanos cumple en cierto sentido la misma función que en la niña protagonista: la búsqueda del perdón por parte del hermano ausente, el que desde la visión de los padres no debió haber muerto, y fijar en un texto esa historia dolorosa, exorcizar la presencia de una pérdida a través de la escritura
En Balún Canán, la figura de la nana india es muy significativa, ya que proporciona a la niña «ladina» el sentido de la comprensión y la solidaridad entre los individuos.
Es esta mujer la que le cuenta historias indígenas y trata de que la protagonista no experimente el mismo desprecio que sienten sus padres hacia los indios; la introduce a un mundo «entre» la cultura occidental y la indígena.
Al igual que la protagonista, la nana carece de nombre dentro de la narración, pues en un sentido familiar y social ambas carecen de valor, no tienen identidad;
la niña por haber nacido mujer, y la nana porque además de ser una mujer que trabaja para los ladinos, es indígena.
La presencia de personajes femeninos con historias trágicas es constante a lo largo de la obra.
La primera de ellas es Zoraida, la madre de la niña cuyo matrimonio, como en el caso de la madre de Rosario Castellanos, con un hombre veinte años mayor que ella, significó un ascenso social y económico.
Zoraida aparece como una mujer frustrada en lo conyugal, y devaluada a la muerte de su hijo Mario, que en muchos sentidos justificaba su existencia por haber nacido hombre.
Significativamente, este personaje no vuelve a tener participación dentro de la historia a la muerte de Mario; su voz y autoridad no se vuelven a escuchar, desaparece como personaje.
Tres personajes femeninos –las primas de César Argüello– resultan significativos: Francisca, una mujer solterona y dominante que tiene contactos con el Dzulum –especie de demonio indígena– y que es temida incluso por los propios indios de su finca;
Romelia, mujer casada que cuando pelea con su marido se inventa enfermedades;
El destino de esta última es el más catastrófico pues, al esperar un hijo de su propio sobrino, opta por el aborto y se interna en la selva donde, según los demás personajes, el Dzulum se apodera de ella.
Estas tres mujeres están unidas por la insatisfacción. Así, tener o no un marido, no las aparta de sus obsesiones, tampoco les asegura una vida más tranquila.
El personaje de Amalia, una solterona terrateniente, es igualmente catastrófico. Frente a la espera de que su madre muera para poder ingresar como religiosa, el paso del tiempo le impide consagrarse a la religión.
Es ella la que prepara a Mario y a la protagonista para la primera comunión; les infunde el miedo hacia un Dios poderoso que castiga; al hablarles del pecado y la gracia, del cielo y del infierno, de la bondad y de la maldad, crea en los niños la imagen de un Dios amenazante. Amalia es también una mujer frustrada que no ha podido realizarse ni como mujer, ni como religiosa.
Del sector de los blancos pobres, los personajes femeninos de
La primera vive de la caridad de Zoraida, está imposibilitada para caminar y, frente a los augurios revelados de la muerte de Mario, es desprotegida y humillada por la madre de la protagonista.
Doña Nati es la mujer pobre que se involucró con el hermano de César; ahora está ciega y depende de la caridad de la gente, así como del trabajo de su hijo, quien es asesinado como venganza del maltrato hacia los niños indígenas de la finca cuando es obligado por su tío César a ser el maestro rural.
Balún Canán es una novela que expone varias líneas temáticas: el mundo indígena con su cosmovisión, los conflictos entre terratenientes y nativos, el destino trágico de todos los personajes femeninos, el gran cariño e identificación entre la nana india y la niña blanca, el mundo «entre», «transculturado» de la protagonista, así como la muerte de Mario y el sentimiento de culpa en la niña.
La novela de Castellanos sigue siendo muy actual en cuanto a las dificultades de supervivencia de los indígenas de los Altos de Chiapas, así como por la indiferencia y desprecio de los poseedores y gobiernos.
Con Balún Canán, y posteriormente con Ciudad Real (1960), Oficio de tinieblas (1962) y Los convidados de agosto (1964), Rosario Castellanos se convierte en una narradora imprescindible en las letras mexicanas del siglo XX.
Gerardo Bustamante Bermúdez