Un recuerdo, el angelerío de Carmen Parra

El Angelertío der Carmen Parra 

La espléndida belleza de la exposición de Carmen Parra, en el Museo de Arte sobre los ángeles bíblicos, es la escucha atenta de los seres espirituales que abren la puerta a la meditación y están inspirados en nuestro patrimonio cultural. 

16 ángeles en grupos intercalados con los lunetos, semejan cantores, en el coro de San Cayetano, mientras el altar mayor de Valenciana es dibujado para la eternidad en la experiencia de la mujer mariposa. 

Geronimo de Balbas los realizó bellamente en los retablos dorados de Santa Prisca en Taxco y en el Altar de los Reyes de la Catedral Metropolitana, mientras Carmen Parra llevó al paroxismo a los ángeles queretanos guardados sigilosamente por siglos.   

La mujer que llevara al lienzo, con trazos muy propios, a los ángeles que vigilan los altares barrocos de Santa Rosa de Viterbo y de Santa Clara, tiene un sueño, realizar en un lienzo de 2 x 2,5 el retablo de la Virgen de Guadalupe que se encuentra en el oratorio de las Madres Rosas, en este nuestro Querétaro. 

Mientras los ángeles pintados por ella en oro y azul, sacados de la exuberancia del barroco queretano, recorren el mundo y la representación bíblica de los arcángeles se exponen en el Museo de Arte o en el antiguo Convento de Nuestra Señora de los Dolores, en nuestra ciudad, dejando la posibilidad al símbolo y al mito, de recrear la vista de propios y extraños. 

Carmen Parra, la mujer ángel, la mujer viento, la mujer mariposa, habla mientras pasea por los corredores del convento y mira y remira los ángeles musicantes de la cúpula del templo de San Agustín, donde pide ser retratada. 

Los ángeles, inteligencias puras, creadas por Dios para su propia gloria y al servicio del hombre, nacidos en la tradición Sumeria, retomados por la civilización judeo cristiana y traducidos por la civilización mesomaricana, ahora son interpretadas por Carmen Parra.   

“Empiezo a pintar ángeles cuando la mirada de los artistas mexicanos estaba puesta en el extranjero, el centro histórico de la ciudad de México estaba en el peor abandono y la Catedral de México estaba siendo restaurada a causa del incendio”, 

Se abrieron las salas 14, 15, 16 y 17 a los Angeles de Carmen Parra, la artista del mito, en una exposición llamada “Alas de la Palabra”.  

El edificio del museo de arte está en plena remodelación, las grietas están cerradas, la cantera se restaura, la pintura resplandece, su librería se vuelve a abrir, mientras Araceli Ardón corre por todos lados y José Luis Esquivel busca respaldarla. 

“El barroco es el último movimiento que ve hacia la naturaleza, representa a la flora, a la fauna, al hombre, que el hombre y el artista posterior olvidan, mientras en él existe una interrelación con el barroquismo indígena, visto como ejemplo en las urnas de Teotihuacan”. Señala Carmen Parra. 

Me cuenta como quien dice un secreto, quien descubrió muy niña, viviendo frente al templo de Valenciana en Guanajuato, su vocación, por la plástica, por el color, por el oro, por el barroco mexicano. 

Medía 1,20 centímetros de estatura, dice, cuando desde las entrecalles de los retablos dorados de San Cayetano, se le venía el cielo a los ojos en color oro y azul, como en cascadas de luz. 

Querétaro le fue siempre familiar a su paso entre la ciudad de México y Guanajuato, nuestros oratorios fueron siempre el principio y el final de su visita a nuestra ciudad,  hasta que los convirtió en propios. 

“Mi interés y mi trabajo no tienen nada que ver con la moda, soy ajena a los movimientos artísticos”. Advierte. 

Escucha atenta la historia de los Cristos de caña que alberga el Museo de Arte y reconoce la profundidad y necesidad de mantener el culto a nuestros antepasados y contempla una talla de San Agustín revestido como obispo de la edad media y fuera de su contexto histórico, pero hermoso, que conserva nuestro museo de arte. 

El hombre siempre se ha sentido mirado

Sin ver de quién

Los Angeles provocan

El delirio de persecución 

En la ciudad de México existe una fundación, que ella alienta, en apoyo a creadores, llamada “El Aire, Centro de Arte”, que espera a esta mujer y su angelerío, buscando explicar el mito inmerso en todas las culturas y en todas las religiones de los seres alados. 

“No sé de quien tenga influencias, es muy difícil decirlo o reconocerlo, el estilo pertenece al ritmo  interior de cada artista, el grafismo es como el temperamento, que tiene que ver con el inconsciente, yo no podría decir a quien pertenecen mis trazos”. Contesta al preguntársele la semejanza que pudieran tener sus dibujos con los de José Luis Cuevas. 

Carmen Parra nace un 12 de noviembre al Igual que Sor Juana Inés de la Cruz, una en 1648 y otra en 1944. Héctor Azahar le abre las puertas de la Casa del Lago en Chapultepec en 1966, para su primera exposición. 

“El arte maneja los símbolos, por eso quien ve mi obra encuentra en ella una empatía”. 

Los ángeles son la presencia

Manifiesta. Ocultándose 

En 1972 se casa con Alberto Gironella y desde niña sabe que todo ángel es terrible y que los símbolos son el lenguaje de los misterios. 

“La paleta se hace y los colores corresponden al alma de cada artista, es como una sinfonía que tiene ciertos tonos, el color surge de la necesidad de la combinación, no tiene que ver nada con la racionalidad”. 

Me contemplo y me veo ángel.

Dice el poeta.                                                Mallarmé 

“Mi educación fue a través del arte mexicano desde mi padre, en mi madre por las artesanías y la escultura mesoamericana, conocí de niña el taller de Diego Rivera, conocí a Orozco,  a O´gorman, no reconozco diferencias, soy una continuidad, aprendí de Olga Acosta y de Chávez Morado”, Reclama para sí. 

“Los Artistas somos un punto sensible de la sociedad y a través de nosotros se pueden decir muchas cosas que quedan para la historia, abrimos puertas que otros no pueden abrir, somos parte de la historia fantástica del pueblo mexicano”. Resalta su conciencia y su compromiso. 

Frente a la casa de Carmen Parra, ella vio lo que yo contemplara en años posteriores. 

“Un arco de cantera, con intrados tallados con ángeles musicantes llevan en sus manos, unos la chirimía, otros las trompetas, alguno el corno, en un concierto para órgano y orquesta”. 

Repite constantemente que tiene su maestro de teología, Manuel Limón Nolasco, del logro de su trabajo al constatar que detrás de ella entran los restauradores a los recintos donde  hace sus trazos y los da a conocer al mundo. 

“El artista hace suyo el tema, para explicárselo a sí mismo, es un proceso de investigación”. 

Cuando se le interroga sobre las vírgenes que pinta, declara su necesidad de volver a recorrer el país para rescatarlas  una  a una, ya que la gente le dice que le gustan más las que ella pinta que las originales, porque se les hacen más entendibles. 

La capilla de los Angeles, en la Catedral de México,  la introduce a un ambiente entre el oro y las siete categorías de ángeles que  invaden el recinto, Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potestades, Virtudes, Principados, Arcángeles y Angeles. 

Capilla esplendorosa y llena de misterio, patrocinada por Juan Caballero y Osio, el gran benefactor queretano, lugar de comienzo del rescate en lienzo, del mito, del símbolo, de los seres alados, de la obra de Carmen Parra. 

“La cultura no se salvará, si no se salva el medio ambiente y la cultura de nuestros antepasados. Si no hay unión de conceptos, es muy difícil que avancemos, si la sociedad no contempla sus bienes y se los apropia realmente, no se avanza”. 

“En esta búsqueda de la inmediatez la gente pierde la referencia con el entorno, con el tiempo y no ve donde está”. Nos advierte asustadiza la mujer ángel, la mujer oro, la mujer azul, la mujer barroco. 

Los ángeles de Carmen Parra no son los de la moda, no contaminan, son los ángeles de la Biblia y poseen la sobriedad en que son presentados, por la artista, como mensajeros del cielo.   

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