La población de Querétaro en la época Barroca
David Charles Wright Carr
Querétaro, como todas las ciudades de
Los españoles peninsulares, llamados chapetones o gachupines, ocupaban un lugar privilegiado en la sociedad colonial. Para ellos,
Según las Leyes de Indias no podían inmigrar a
Los criollos, o personas de sangre española nacidas aquí, frecuentemente son llamados «españoles» en los documentos virreinales. Sin embargo, constituían una categoría social distinta. Especialmente en la primera parte de la época Barroca, los peninsulares imaginaban que los criollos eran físicamente y mentalmente inferiores, debido al efecto del medio ambiente en su desarrollo.
Los descendientes de los conquistadores y colonizadores veían con frustación que los recién llegados de España acaparaban el poder, ocupando los puestos superiores en la burocracia y
En Querétaro hubo criollos sobresalientes, como don Juan Caballero y Ocio, que ocupó importantes puestos en el gobierno y
En Querétaro la proporción de españoles (peninsulares y criollos) iba en aumento, desde una pequeña minoría en el siglo XVI, hasta constituir más de la cuarta parte de la población en el último cuarto del siglo XVIII, y casi la tercera parte al final del Virreinato.
El grupo racial más numeroso de la ciudad fueron los indígenas. Los más antiguos en la zona fueron los chichimecas. Después llegaron los otomíes para fundar el pueblo; éstos siempre se mencionan en los documentos virreinales como el grupo mayoritario entre los indios de la ciudad.
También había tarascos y nahuas en Querétaro. Por bastante tiempo los indígenas mantuvieron muchos rasgos de su antigua cultura, aunque se incorporaron en la economía española. Probablemente constituían más del noventa por ciento de la población de la ciudad hasta los primeros años del siglo XVII. Desde mediados del siglo XVII hasta la mitad del XVIII alrededor del cincuenta por ciento de la población fueron indígenas. Para la primera década del siglo XIX, la proporción de indios había bajado hasta el veinticinco por ciento, más o menos.
Entre los caciques otomíes se destacaba de manera especial don Diego de Tapia, hijo de Conni. Heredó de su padre los cargos de capitán general y gobernador de Querétaro, así como extensas propiedades. Éstas, junto con las minas que descubrió en el Norte, le permitían vivir como un magnate. Fue gobernador desde 1581 hasta su muerte en 1614.
En el siglo XVII los caciques de Querétaro conservaban algo del poder y prestigio que habían ganado sus antepasados, como aliados del gobierno virreinal en
En 1696 un hijo de caciques queretanos, educado en el colegio jesuito de la ciudad, recibió el grado de Bachiller en Artes, después de presentar un examen en
El prestigio del gobernador y la influencia de los caciques en general decayeron en la segunda mitad del siglo XVII y en el siglo XVIII. Al final de la época Barroca apenas se distinguían de los indios comunes.
Contribuía a este proceso la pérdida de las tierras de los indígenas, comunales y privadas, a los hacendados españoles. Hacia mediados del siglo XVIII éstos poseían la mayor parte de las tierras productivas de la región y los campesinos indígenas fueron reducidos a la condición de peones en las haciendas.
Los indios de la ciudad desempeñaban trabajos muy diversos, desde labores manuales en las empresas de los españoles, hasta oficios artesanales diversos, la creación pictórica y escultórica, el diseño arquitectónico y la construcción. Otros fueron comerciantes, dueños de trapiches textiles y abogados.
La tercera raza básica que conformaba la población queretana fue la negra. Los africanos fueron importados como esclavos, sobre todo en las últimas décadas del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Los españoles los compraban para proveer de mano de obra a sus empresas y como símbolos de su rango social.
En Querétaro la mayoría de los esclavos trabajaban en los obrajes textiles, donde constituían una parte muy grande de la fuerza laboral durante el siglo XVII. Los negros que no estaban en las fábricas eran sirvientes domésticos (muy codiciados por la clase alta), artesanos (particularmente herreros y sastres) o pastores en las estancias campestres de sus dueños. Sigüenza menciona en 1680 que «cuatro piezas de esclavos» fueron donados a
La belleza física de las mujeres negras debe de haber hechizado a los varones españoles, pues pronto empezaron a proliferar los mulatos, nuevo tipo de la especie humana, de sangre hispanoafricana. Algunos compartían con sus madres la condición de esclavitud, pero con frecuencia los españoles concedían la libertad a sus hijos concebidos con esclavas. En algunas ciudades novohispanas era común que las jóvenes negras y mulatas libres anduvieran adornadas con costosas joyas, regalos de sus amantes españoles de la élite social. En 1778 el diez por ciento de los queretanos fueron mulatos, según un censo oficial. En general los mulatos queretanos se dedicaban a trabajos manuales, en los obrajes, talleres artesanales y en el campo. Como las otras mezclas, tenían poco prestigio y frecuentemente se metían en problemas con la ley.
Otro tipo humano de sangre mezclada fue el mestizo, o hijo de español e india. Al principio los españoles tendían a despreciarlos. Se les negaba el derecho de llevar ropa de estilo español y de ocupar ciertos cargos burocráticos y eclesiásticos, pero en ocasiones se hicieron excepciones, considerando como criollos a los mestizos destacados, a pesar de su sangre indígena. Como los indios, algunos fueron obligados por endeudamiento a trabajar en los obrajes. También laboraban en los talleres artesanales, aunque los reglamentos gremiales no les permitían aspirar a la categoría de maestro en las artesanías más prestigiadas. En el campo servían como pastores y ayudantes. Pocos al principio de la época Barroca, llegaron a constituir en Querétaro el tercer grupo hacia fines del periodo, después de los indios y españoles (el dieciocho por ciento de la población en 1778). Gradualmente mejoraron sus posibilidades en el siglo XVIII, al final del cual ya había comerciantes y agricultores mestizos; algunos se casaban con españolas.
En adición a los tipos mencionados, surgió una gran variedad de mezclas. La obsesión de aquella sociedad con las categorías raciales llevó a la creación de una designación para cada combinación. Leonard dice que «Literalmente veintenas de denominaciones fueron inventadas o aplicadas a las diferentes gradaciones de color y sangre, cuyas variedades agotaron los recursos del lenguaje».
La terminología variaba, pero en general es evidente la insensibilidad y racismo que caracterizaban al español de la época.