Cesare Pavese a un siglo

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El amigo que duerme¿Qué le diremos esta noche al amigo que
   duerme?

La palabra más tenue nos sube a los labios

desde la pena más atroz. Miraremos al amigo,

sus inútiles labios que no dicen nada,

quedamente hablaremos.

                                        La noche tendrá el rostro

del antiguo dolor que cada tarde resurge,

impasible y vivo. El silencio remoto

sufrirá como un alma, mudo, en la oscuridad.

Le hablaremos a la noche, que levemente

   respira.

Oiremos los instantes goteando en lo oscuro,

más allá de las cosas, en la ansiedad del alba

que vendrá de improviso esculpiendo las cosas

contra el silencio muerto. La luz inútil

develará la faz absorta del día. Los instantes

callarán. Y hablarán quedamente las cosas.

1937

Un siglo de Cesare Pavese 

Rodolfo Alonso  

Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de setiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, en las Langhe, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida   

 

Vendrá la muerte y tendrá tus ojosVendrá la muerte y tendrá tus ojos

—esta muerte que nos acompaña

de la mañana a la noche, insomne,

sorda, como un viejo remordimiento

o.un vicio absurdo. Tus ojos

serán una palabra hueca,

un grito ahogado, un silencio.

Así los ves cada mañana

cuando a solas te inclinas

 hacia el espejo. Oh querida esperanza,

ese día también sabremos

que eres la vida y la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Será como dejar un vicio,

como mirar en el espejo

asomarse un rostro muerto,

como escuchar un labio cerrado.

Nos hundiremos en el remolino, mudos.

1950

 

“Palabras no. Un gesto.No escribiré más”. 

Son las últimas líneas de su indeleble diario, El oficio de vivir, en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950.  

Esa vida –y esa obra– se irían cubriendo de significados a la vez hondos y nítidos, donde conviven voces ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un auténtico clásico.  

Dueño de una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una indomable voluntad de raciocinio, en pocos como en él se reunieron en su época, a la vez como evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la entereza de un humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos “en medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre.  

Técnicamente especializado, pero radicado en una sociedad cuyo ideal no puede dejar de ser el siempre mayor conocimiento de cada uno –lo que significa la máxima eficiencia del trabajo individual, pero consciente del trabajo de todos–, el hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura… y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida”.  

Junto a ello, la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que llegara a parecer “La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida.”  

En esa tensión, de la que su obra –tan tersa y límpida como cargada de profundos y primigenios contenidos, amplia de géneros pero siempre coherente en forma y sentido– no supo dejar afuera su propia vida, alcanza una tensión y una calidad especialmente tocantes.  

Y sin embargo, ese humanismo ejemplar convive con la aguda conciencia del tiempo y de la muerte, ese humanismo (como debe ser) no se niega a ningún dato de la realidad humana, y aunque el suicidio parece constituir el broche de la angustia, hay una tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo que emerge limpiamente de sus palabras.

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