Al filo del agua…

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Guadalajara, 1904 – México, 1980  Narrador y ensayista mexicano, figura clave en el desarrollo de la narrativa nacional, sobre todo por Al filo del agua, novela que marcó un antes y un después.  

Al filo del agua

Fragmento

-¿Ya saben que muchas mujeres andan con los maderistas, carabina en mano, las cartucheras cruzadas en el pecho?

Puertas y ventanas no dejan escapar ninguna luz. Nadie ha encendido en las casas ni un cirio. Salas, corredores, alcobas, cocinas en tinieblas, en absolutas tinieblas. Lloran los niños. Por modo tan incontenible y creciente, que sus llantos rompen la clausura, suben a las azoteas, caen a la calle, redoblan el espeluzno de la noche, atropellados por carreras, gritos, canciones, músicas desacordadas.

Ya serán las nueve o las doce -¡quién sabe!-, no se han dormido los niños; han despertado los perros, todos los perros, cuyos ladridos dominan el infernal rumor; los niños quieren pan, quieren leche, quieren suelo. Aumentan los estampidos de las detonaciones remotas o cercanas, crece el aullar de perros. A cada tiro –toda la tarde, toda la noche- se baja la sangre a los talones.

-¿Matarían a alguien?

Recomienza el fervor de los rezos comprimidos en la sofocación de las alcobas.

-No recen tan recio. Que no se oiga.

-No, no prendas las velas benditas. Con la intención basta.

-Belén, tapa bien ese cirio, que no salga la luz.

Rezos interminables en la interminable tarde, durante la interminable noche.

-Que ya le sacaron al señor cura la corneta del día del juicio que tocan en los
Ejercicios. . .

-Que ya completaron el préstamo y cargaron con todas las recuas de los mesones, para llevar los víveres.

-Ahora es el mayor peligro de las muchachas.

-Que ya se van . . .

-Ahora es el peligro mayor. . .

-¿Quién podrá escapar a tan continuos choques encontrados, a excitaciones y sobresaltos que no tienen fin?

Ya se oye una corneta destemplada que imita toques militares, tan raramente oídos en el pueblo. Cesan los tiros. Van cesando en los barrios el paso de cabalgaduras y la gritería.

-Ahí van.

-Ya se fueron. Tomaron el rumbo de Nochistlán.

-Allí sí que va a ser el día del juicio.

-¿No y aquí? ¿Se te hizo poco?

-No mataron a nadie. No se llevaron a nadie.

Transcurrido el tiempo, la renuente vigilia en azoro tiene su final estremecimiento:

¡Se llevaron a María, la sobrina del señor cura!

-¡Cómo!

-¡Sí, que no la hallan por ninguna parte!

A los primeros rumores, a la noticia categórica, sigue la ominosa versión y las airadas glosas:

-¡Que se fue por su voluntad!

-¡Sí, que estaba de acuerdo con los maderistas!

-¡Que se fueron ella y la viuda de Lucas González!

-¡Cómo!

-Sí, ¡las dos! Iban en unos caballos que le robaron a don Anselmo Toledo.

-Yo siempre pensé que en eso pararía.

-Yo siempre dije que no era gente buena, desde que se juntaba tanto con Micaela.

-Yo siempre anuncié que había de acabar en perdida.

-Leía libros prohibidos.

-Era muy rara. . . Agustín Yañez   Su obra está compuesta por novelas, cuentos, ensayos y crítica literaria.  Entre sus libros más conocidos se encuentran  Al filo del agua (1947),  La tierra pródiga (1960),  Las tierras flacas (1962),  Ojerosa y pintada (1960),  Tres cuentos (1964)  Las vueltas del tiempo (1975).  En 1973 fue galardonado con el Premio Nacional de Letras.

 

 

Al filo del agua está considerada, junto a Pedro Páramo de J. Rulfo y Los de abajo de Mariano Azuela, una de las mejores novelas mexicanas del siglo XX.

 

 

Trabajaba como hombre responsable: después del puesto público, además de la oficina, el quehacer de escribir, doble tarea que muchos escritores soportan, cosa no fácil, pero ahí queda el placer del acto de creación. Los reconocimientos y honores, cuando los hay, suelen ser póstumos, mas no para Agustín Yáñez, a quien en 1973 se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes y murió siendo presidente de la Academia Mexicana de la Lengua.

   

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