El Observador
Escrito por Juan Carlos Moreno Romo
Domingo 21 de Septiembre 2008
AL MARGEN…
El Cantar de los cantares, me dice preocupada, va a ser utilizado por un grupo de jóvenes mexicanos para promover el uso del condón…
La noticia truena como aquella, lejana, de que
¿Dicen que es cosa caduca y muerta, y tanto tanto la odian y desprecian? ¿Por qué entonces se ocupan tanto, y tan insistentemente, y hasta con tanta rabia de ella? Y, volviendo a la noticia «nueva»: ¿de veras un grupo de «jóvenes» puede lanzar toda una campaña publicitaria como esa? ¿De quiénes serán hijos esos «jóvenes», que por lo menos deben de tener muchos y muy «buenos» contactos? ¿Qué «padrinos» tendrán que son «noticia»?
Esos niños malcriados que, según declaran, o vociferan más bien, le quieren enseñar el padre nuestro al señor cura, me dice Vicky que se hacen llamar «Red Nacional Católica de Jóvenes por el Derecho a Decidir». ¡Desde luego! También anda por ahí la secta de unos que se hacen llamar a sí mismos los «cristianos», como si no hubiese cristianos en este mundo, o en este país; como si cualquiera pudiese hacer con las palabras, y con los nombres en este caso, lo que quiera.
Vicky está preocupada y me pide que defienda al libro sagrado en mi columna, y que explique o comente el verdadero sentido del Cantar de los cantares, que literalmente es un hermoso libro sobre el amor humano —que por ejemplo exalta la fidelidad en la pareja cuando bellamente dice: «yo soy para mi amado y mi amado es para mí»—, y alegóricamente es, según los Padres, un hermoso libro sobre el amor de Dios por su Iglesia. Hecho está. Tú misma has defendido al santo libro, Vicky, al sugerirme que citara ese verso y su sentido.
Usando el viejo truco de caricaturizar al enemigo, los «cerebros» de esa campaña nos quieren hacer creer, en cambio, que la moral cristiana es esa mojigatería que se asusta cuando se habla de sexo. Van tras los alumnos rezagados y les cuentan que a los profesores los abruman las sumas y las restas, y que hay incluso multiplicaciones de hasta cinco cifras en las que ellos mismos no son capaces de acertar. Quiero decir que combaten los errores más groseros que se les pueden ocurrir a los peor instruidos. ¡Y nos quieren hacer creer, sin embargo, que de veras se han leído el Cantar de los cantares! ¡La jugada es tan sucia y evidente!
Imagino a un buen fraile jesuita, o a un humilde franciscano entrando a una vieja aldea, y a un grupo de niños, unos más grandes y otros más chicos, que en vez de irse a él cariñosos y ávidos de sus bendiciones y enseñanzas, van a él con rencor, e inflados —por alguien muy mal intencionado— en su orgullo pueril, y en su vanidad, y en su odio por quién sabe quién (pues desde luego no saben quién es él, ni quién es