Antonio Alatorre y La Casa de España

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Antonio Alatorre, La Casa de España y el COLMEX     

70 años de la Casa de España  

 Tras el triunfo de Franco, se fundó El Colegio de México 

Arturo García Hernández 

La Jornada 

Resume el prestigiado editor, catedrático, investigador, crítico y traductor:  

“La tarea que hicieron es de un valor absolutamente inapreciable, había que ver renglón por renglón qué ha sido México antes y después de estos grandes hombres”. 

Antonio Alatorre es el académico con más antigüedad en El Colegio de México, al que ingresó en 1948.  

Antonio Alatorre (Autlán, Jalisco, 1922), hizo estudios de derecho en la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG) y de letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).  

Es profesor investigador del Colmex desde 1951; de 1953 a 1972 dirigió el Centro de Estudios Filológicos, que después sería el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios. 

Tuvo, por tanto, la “bendición” de convivir con aquella irrepetible generación de intelectuales españoles exiliados y de mexicanos que crearon una institución decisiva en la consolidación del país después de la Revolución.  

El autor de Los 1001 años de la lengua española tuvo a su cargo una de las dos conferencias magistrales que serían dictadas durante la ceremonia conmemorativa de los 70 años de la Casa de España –embrión del Colmex– a la que asistiron los príncipes de Asturias. 

La Casa de España, mi casa”, se llama la disertación de Alatorre, quien evoca en entrevista algunos aspectos de aquella gesta cultural. 

Después de una estancia en la España republicana, donde observó las condiciones y riesgos en que vivían y trabajaban notables artistas e intelectuales durante la Guerra Civil, Daniel Cosío Villegas le propuso al presidente Lázaro Cárdenas invitarlos a trabajar a México mientras terminaba el conflicto. 

Aceptada la propuesta, Alfonso Reyes puso al servicio del proyecto el enorme prestigio que tenía en el ámbito cultural y literario hispanoamericano. 

Compromiso con el país 

 

La Casa de España se abrió en 1938: “Cuando se vio que el triunfo de Franco sería inevitable y duradero, la casa dejó su nombre y pasó a llamarse El Colegio de México”. Ya en calidad de exiliados, el número de invitados aumentó. 

En la cultura mexicana –subraya Alatorre– hay un antes y un después de la llegada de los intelectuales españoles: “la filosofía era una antes y fue otra después con José Gaos, por mencionar un solo nombre, aunque no era el único filósofo; lo que había de vida musical antes, aunque tuviéramos a Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, fue otra con la llegada de los españoles.  

Aumentaron los conciertos, se organizaron por primera vez conciertos de música de cámara, se hicieron publicaciones de música; el sicoanálisis era desconocido aquí, prácticamente empezó con los españoles”. 

Los elementos en común entre aquel grupo eran: rigor intelectual, mística de trabajo, disciplina, compromiso con el país. 

Daniel Cosío Villegas tenía fama de intratable. Matiza Antonio Alatorre: “Yo diría que intratable con la mediocridad, un tonto no podía aspirar a encontrar misericordia de Cosío Villegas. Así es que quedar bien con él era un verdadero diploma.  

Tengo que decir, un poco cohibido, que desde el primer momento (Cosío) Villegas fue un gran amigo para mí; supo descubrir en mí el verdadero deseo de estudiar, que tenía hambre de aprender, de manera que primero me dio trabajo en el Fondo de Cultura Económica, donde era director, ahí estuve dos años, antes de entrar al Colmex, en 1948. Fueron años enormemente útiles”.  

Considerada una epopeya cultural, la fundación de la Casa de España no fue tarea fácil ni tersa: 

“Hay que decir que no todo México recibió a los españoles con los brazos abiertos, como se ha dicho. Y no sólo de parte de la derecha y de la Iglesia, que veían con mucho recelo a esos rojillos, a esos comunistas que venían a infectar a México, sino también de maestros y artistas que comenzaron a resentir los altos sueldos que se les daban a los españoles, y claro que era así, porque ellos no tenían nada y había que crearlo todo.” 

Hubo “penosas reclamaciones de ciertos periodistas muy enemigos de la idea, que le exigían a don Alfonso Reyes pruebas de que la casa y, después, el Colmex, eran dignos del subsidio que les daba el gobierno. De manera que él les decía a los españoles: a trabajar, si no esto se acaba. Y los españoles como que se sentían un poco bajo el látigo”. 

A manera de ejemplo, Alatorre recuerda un “incidente muy penoso” que se dio con Jesús Val y Gay, “un gran musicólogo que en México se desempeñaba también como crítico musical. Un día se le criticó a los cantantes que habían participado en una ópera señalando que eran aficionados de mala calidad. “¿Por qué lo dijo?, pues porque tenía un compromiso con el país, quería levantarlo, incluir parámetros de exigencia”. 

Los cantantes “se sintieron ofendidos” por la critica de “un gachupín” y acudieron a una figura importante del mundo musical mexicano, la cantante Fany Anitúa, quien previo al inicio de un acto artístico en el Palacio de Bellas Artes, “protestó enérgicamente por el hecho de que un extranjero viniera a poner por los suelos a los artistas mexicanos”. 

Esto, como ejemplo de que “no todo fue color de rosa” para aquellos españoles que tanto hicieron por el país. 

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