El concilio de Jerusalén
y la controversia de Antioquía
Del Papa Benedicto XVl
El Observatore Romano
Queridos hermanos y hermanas:
El respeto y la veneración que san Pablo cultivó siempre hacia los Doce no disminuyeron cuando él defendía con franqueza la verdad del Evangelio, que no es otro que Jesucristo, el Señor. Hoy queremos detenernos en dos episodios que demuestran la veneración y, al mismo tiempo, la libertad con la que el Apóstol se dirige a Cefas y a los demás Apóstoles: el llamado «Concilio» de Jerusalén y la controversia de Antioquía de Siria, relatados en la carta a los Gálatas (cf. Ga 2, 1-10; 2, 11-14).
Todo concilio y sínodo de
A la asamblea de Jerusalén se refiere también san Pablo en la carta a los Gálatas (Ga 2, 1-10): tras catorce años de su encuentro con el Resucitado en Damasco -estamos en la segunda mitad de la década del 40 d.C.-, Pablo parte con Bernabé desde Antioquía de Siria y se hace acompañar de Tito, su fiel colaborador que, aun siendo de origen griego, no había sido obligado a hacerse circuncidar cuando entró en
En esta ocasión, san Pablo expuso a los Doce, definidos como las personas más relevantes, su evangelio de libertad de
En la carta a los Gálatas refiere, con pocas palabras, el desarrollo de
Las dos modalidades con que san Pablo y san Lucas describen la asamblea de Jerusalén se unen por la acción liberadora del Espíritu, porque «donde está el Espíritu del Señor hay libertad», como dice en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 3, 17).
Con todo, como aparece con gran claridad en las cartas de san Pablo, la libertad cristiana no se identifica nunca con el libertinaje o con el arbitrio de hacer lo que se quiere; esta se realiza en conformidad con Cristo y por eso, en el auténtico servicio a los hermanos, sobre todo a los más necesitados.
Por esta razón, el relato de san Pablo sobre la asamblea se cierra con el recuerdo de la recomendación que le dirigieron los Apóstoles: «Sólo que nosotros debíamos tener presentes a los pobres, cosa que he procurado cumplir con todo esmero» (Ga 2, 10). Cada concilio nace de
En la preocupación por los pobres, atestiguada particularmente en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 8-9) y en la conclusión de la carta a los Romanos (cf. Rm 15), san Pablo demuestra su fidelidad a las decisiones maduradas durante
Quizás ya no seamos capaces de comprender plenamente el significado que san Pablo y sus comunidades atribuyeron a la colecta para los pobres de Jerusalén. Se trató de una iniciativa totalmente nueva en el ámbito de las actividades religiosas: no fue obligatoria, sino libre y espontánea; tomaron parte todas las Iglesias fundadas por san Pablo en Occidente. La colecta expresaba la deuda de sus comunidades a
Tan grande es el valor que Pablo atribuye a este gesto de participación que raramente la llama simplemente «colecta»: para él es más bien «servicio», «bendición», «amor», «gracia», más aún, «liturgia» (2 Co 9). Sorprende, particularmente, este último término, que confiere a la colecta en dinero un valor incluso de culto: por una parte es un gesto litúrgico o «servicio», ofrecido por cada comunidad a Dios, y por otra es acción de amor cumplida a favor del pueblo. Amor a los pobres y liturgia divina van juntas, el amor a los pobres es liturgia.
Los dos horizontes están presentes en toda liturgia celebrada y vivida en
Así el concilio de Jerusalén nace para dirimir la cuestión sobre cómo comportarse con los paganos que llegaban a la fe, optando por la libertad de la circuncisión y de las observancias impuestas por
El segundo episodio es la conocida controversia de Antioquía, en Siria, que atestigua la libertad interior de que gozaba san Pablo: ¿Cómo comportarse en ocasión de la comunión de mesa entre creyentes de origen judío y los procedentes de los gentiles? Aquí se pone de manifiesto el otro epicentro de la observancia mosaica: la distinción entre alimentos puros e impuros, que dividía profundamente a los hebreos observantes de los paganos. Inicialmente Cefas, Pedro, compartía la mesa con unos y con otros: pero con la llegada de algunos cristianos vinculados a Santiago, «el hermano del Señor» (Ga 1, 19), Pedro había empezado a evitar los contactos en la mesa con los paganos, para no escandalizar a los que continuaban observando las leyes de pureza alimentaria; y la opción era compartida por Bernabé.
Tal opción dividía profundamente a los cristianos procedentes de la circuncisión y los cristianos venidos del paganismo.
Este comportamiento, que amenazaba realmente la unidad y la libertad de
Si la justificación se realiza sólo en virtud de la fe en Cristo, de la conformidad con él, sin obra alguna de
Es extraño decirlo, pero al escribir a los cristianos de Roma, algunos años después (hacia la mitad de la década del 50 d.C.), san Pablo mismo se encontrará ante una situación análoga y pedirá a los fuertes que no coman comida impura para no perder o para no escandalizar a los débiles: «Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece, o se escandalice, o flaquee» (Rm 14, 21).
La controversia de Antioquía se reveló así como una lección tanto para san Pedro como para san Pablo. Sólo el diálogo sincero, abierto a la verdad del Evangelio, pudo orientar el camino de
Es esencial conformarnos cada vez más a Cristo. De esta forma se es realmente libre. Así se expresa en nosotros el núcleo más profundo de