Escrito por Gilberto Hernández García | |
Domingo 05 de Octubre 2008 | |
REPORTAJE
(Primera de dos partes) Los jornaleros agrícolas son parte del complejo fenómeno migratorio que se vive en México. Por Gilberto Hernández García Por la angosta y maltrecha carretera que une la ciudad de Au-tlán y el pueblo costero de Melaque, Jalisco, a cinco kilómetros de la cabecera municipal, se encuentra un apiñado caserío que a primera vista evoca tristeza y abandono. Un pequeño trecho polvoroso de terracería conduce a los que, por asomo o por equivocación, llegan al lugar después de un riguroso baño de tierra blanca. Se trata de La Media Luna, uno de los muchos campamentos para jornaleros que se ocupan en la zafra en esa región jalisciense. La otra migración Los jornaleros agrícolas son parte del complejo fenómeno migratorio que se vive en México. Por lo general, al hablar de migración, la primera idea remite a los «braceros», «espaldas mojadas» o «alambrados» que abandonan sus poblaciones y se van rumbo al Norte, en busca de dólares y de una vida mejor para los que se van y para los que acá se quedan. La otra dinámica migratoria, la que hoy nos ocupa particularmente, se da con mayor fuerza de lo que comúnmente se le atribuye: es la migración rural-rural, que se ha venido acrecentando por la tecnificación del campo en algunas zonas del país, por la creación de grandes emporios agroindustriales, muchos de ellos transnacionales; por otra parte, en el fondo de esta situación se encuentra la crisis actual del sector agrícola campesino en México, resultado de los procesos y políticas gubernamentales de tinte neoliberal. Con los pies en pos de pan y paz Los jornaleros agrícolas migrantes, conocidos también como «golondrinos» o «temporeros», son personas que aprovechan la necesidad de abundante fuerza de trabajo en determinados periodos del año para las faenas de siembra, cultivo y cosecha de ciertos productos agrícolas, en regiones que no son las suyas, reportan niveles de desarrollo económico-comercial considerables en comparación con el resto del país. Provienen, mayoritariamente, de regiones en donde la economía campesina está en decadencia. Los estados que generan más este éxodo son: Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Hidalgo, Veracruz, Puebla, San Luis Potosí, Zacatecas, Tabasco y Campeche, donde el grado de marginación, según datos del INEGI, está considerado como «muy alto» o «alto» a secas. La pobreza y la exclusión los obligan a que, por lo menos, seis meses del año transiten de región en región, de campo en campo, en busca de trabajo que les permita subsistir. En México, de la población campesina, que asciende a unos 30 millones, 5 millones son jornaleros; de estos, 3.5 millones emigran al año para dedicarse al trabajo agrícola en los prometedores campos del centro-occidente y noroeste de México: Sinaloa, Sonora, Baja California, Baja California Sur, además de algunas regiones del Bajío, Michoacán y Jalisco, particularmente en el corte de caña. Dentro de este porcentaje se encuentran unas 750 mil mujeres. De acuerdo con las estadísticas que maneja la Secretaría de Desarrollo Social a través del Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas, para el año 2003 el 40% de los jornaleros migrantes son indígenas, mientras que 20 de cada 100 son niños, la mayoría de los cuales —desde los ocho años de edad— ya se ocupan en faenas agrícolas. Casi 30% de estos migrantes son analfabetos. Algunos tienen 20 o treinta años de recorrer el país, contactados por «enganchadores» que los incorporan en su trayecto a la «ruta de la servidumbre», como han llamado los analistas a este fenómeno. Los campesinos indígenas son ahora, con las actuales estructuras económicas, trabajadores agrícolas obligados a emigrar de sus comunidades evadiendo la pobreza de unas tierras sobre-explotadas y erosionadas que ya no daban buenas cosechas, además de no contar con recursos para semillas y fertilizantes. De las marraneras al albergue Según cuenta don Juan el Cabo, como lo conocen los habitantes de La Media Luna, hace más de 30 años, cuando él llegó con su esposa, provenientes del estado de Morelos a trabajar en estas tierras, lo que hoy es el albergue de La Media Luna, no era sino corrales para marranos. Las «marraneras», así conocían los vecinos de Autlán a esta zona. Cuando los productores de caña se dieron cuenta de que era mejor tener a los jornaleros cerca, juntos, y advirtieron las posibilidades de control sobre ellos, decidieron buscar un «lugar adecuado» para alojarlos; así, las marraneras se convirtieron, de la noche a la mañana, en un albergue. Los grandes galerones fueron vaciados de sus moradores originales y en su lugar llegaron los trabajadores migrantes. «Aquello era feo —relata el Cabo—, era un jacalón enorme; lo único que hicieron [los cañeros] fue darle una medio limpiada, una encalada a las paredes, y ahí tiene, todos vamos pa’ dentro, todos juntos y revueltos». Así se mantuvo el lugar por un par de años. En ese entonces la mayoría de los habitantes eran solteros, o emprendían la aventura sin sus familias, que habían dejado en sus pueblos; por tal razón el lugar, aunque incómodo, no les causaba mayor problema: «después de todo, teníamos un rincón para descansar», remata el Cabo. Debido al auge que experimentó la industria cañera en la década de los setenta y ochenta, los cañeros se vieron en la necesidad de reclutar más gente para las faenas de la zafra y dar abasto a la demanda azucarera. Ya organizados formalmente en la Confederación Nacional Campesina (CNC) o en la Conferencia Nacional de Propietarios Rurales (CNPR), los dueños iniciaron la ampliación del campamento. Con financiamiento de las confederaciones, del propio ingenio y de los gobiernos estatal y federal bajo el Programa de Atención al Jornalero Migrante, construyeron una serie de viviendas de mampostería y techos de asbesto con habitaciones dobles, apiñadas las casas una tras otra en medianas hileras. Las antiguas marraneras fueron reacondicionadas y cada trabajador pudo tener su propia casa y algo de privacidad; desde entonces la constante es que emprendan el viaje familias enteras. Pasaron ya casi treinta años desde que las marraneras cedieron su lugar a los jornaleros migrantes; sin embargo, los pueblerinos de Autlán aún siguen llamando al lugar «las marraneras» y a sus habitantes, «los marranos», indicador del rumbo que siguen las relaciones de los moradores del lugar con los autlenses. «A comparación de otros lados, aquí estamos en la gloria —ahora comenta Ubaldo, que llegó procedente de Guerrero hace más de 20 años—. En otros campamentos ya quisieran tener las comodidades que aquí tenemos». Y con él echamos un vistazo al lugar para constatar esas «comodidades». Rostros «golondrinos» En La Media Luna, en el ciclo agrícola que va de noviembre a junio, llegan a habitar aproximadamente 500 personas provenientes de los estados de Guerrero y Morelos, principalmente, aunque las hay procedentes de Michoacán, San Luis Potosí y Puebla. Hay una clara presencia de indígenas nahuas o mexicanos —que podemos decir forman un 45% de la población del albergue, según nuestra propia encuesta— y tlapanecos. Aquí tratan de convivir 98 familias, según el modelo nuclear tradicional, que incluyen muchas veces a otros parientes cercanos: abuelos, tíos, primos o sobrinos. 27 adultos varones radican en este lugar sin sus familias, bien porque las han dejado en su pueblo o porque son solteros. La población infantil menor de 10 años se aproxima a los 160. De la población total, el 90% son católicos y el restante porcentaje corresponde a evangélicos de varias denominaciones y Testigos de Jehová. Retos nada temporales Hoy en día los habitantes de La Media Luna se enfrentan, tal vez sin mucha conciencia del hecho, a una serie de retos, además de la sobrevivencia en términos materiales: ¿Cómo mantener la identidad cultural —que incluye su vestido, su lengua, sus creencias y ritos, sus maneras de relacionarse con el entorno y el tiempo—, en el exilio, en la diáspora, en una tierra que no es la suya? ¿Cómo integrarse a una sociedad que no es capaz de superar estereotipos con relación a «lo indígena», como sinónimo de atraso y lastre para el «desarrollo nacional»? |