Xlll encuentro de Vicarios episcopales para religiosos

HOMILÍA DEL SR. OBISPO

DON MARIO DE GASPERÍN GASPERÍN, OBISPO DE QUERÉTARO

EN LA MISA DE INAUGURACIÓN DEL

XIII ENCUENTRO NACIONAL DE VICARIOS EPISCOPALES PARA LA VIDA CONSAGRADA

Santiago de Querétaro, Qro., 6 de Octubre de 2008


XIII ENCUENTRO NACIONAL DE VICARIOS EPISCOPALES PARA LA VIDA CONSAGRADA

 

1. Bienvenidos, Hermanos Vicarios Episcopales para la Vida Consagrada a esta ciudad episcopal de Santiago de Querétaro. Les deseo que su estancia sea agradable y provechosa para la intención y fin que se han propuesto para este Décimo Tercer Encuentro Nacional para la Vida Consagrada, que han querido iniciar aquí en la santa Iglesia Catedral. 

2. El tema de su reflexión mira a profundizar en su cometido como Promotores de la Comunión en la Vida Consagrada, a fin de dar un aporte sustancial a la Misión Continental, tema que rima perfectamente con el que nos han dejado como tarea, a todos los agentes de pastoral y a los fieles católicos, nuestros pastores en su Documento de Aparecida. Esto ya nos hace entrar en comunión con el Magisterio latinoamericano, a fin de que cada uno de ustedes, “según su carisma” aporte algo significativo a la Misión Continental. 

3. Creo que, en la formulación de este objetivo, la palabra clave es “comunión”, y ésta es sin lugar a duda la palabra propia para definir la naturaleza íntima de la Iglesia. Como decía el Papa Juan Pablo II, “La koinonía o communio encarna y manifiesta la misma esencia del misterio de la Iglesia” (NMI 42). Hablar, pues, de comunión es referirse y tocar la entraña misma de nuestra madre la Iglesia, su corazón. En efecto, “la comunión es fruto y manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da” (Cf Rm 5,5), para que nosotros seamos “un solo corazón y una sola alma” como se define la naciente comunidad cristiana y será siempre nuestro modelo y origen a imitar. La Iglesia es, en el designio de Dios, el icono de la santísima Trinidad.  

4. A partir de este “uno y único corazón” será la Iglesia “signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano” (LG 1). La Iglesia debe servir para unir a los hombres entre sí, en una gran fraternidad, y a unir a toda la humanidad con Dios, a ser santos. Es creadora de fraternidad y promotora de santidad. Por esta razón, la Iglesia debe ser “casa y escuela de comunión” y cada uno de sus miembros, según su propio carisma, deber vivir la “espiritualidad de comunión”. 

5. Los Gálatas, habían roto esta comunión. “Mucho me extraña,  –casi les increpa san Pablo–, me extraña mucho que tan fácilmente hayan abandonado ustedes a Dios Padre, quien los llamó a vivir en la gracia de Cristo, y que sigan otro Evangelio”. Sí; no es que haya otro, porque ese otro no sólo sería espurio, sino merecedor de la maldición de Dios. Sólo existe el evangelio de Jesús, ahora recibido y predicado por el Apóstol, que no es un invento humano, sino revelación de Jesucristo. No sabiduría humana, sino de Dios. 

6. Es muy fácil inventar otro ‘evangelio’, más aún, predicarnos a nosotros mismo y pretender, consciente o inconscientemente, ser nosotros ese ‘evangelio’ para los demás, para los fieles que Dios nos ha confiado. Este peligro lo quiere erradicar san Pablo de una vez por todas: “Si estuviera buscando agradarles a ustedes no seria servidor de Jesucristo”. Quien se predica a si mismo, no es servidor de Jesucristo. 

7. Acaba de inaugurar el santo Padre Benedicto XVI el Sínodo de los Obispos, cuyo tema es “La Palabra de Dios es la vida y misión de la Iglesia”. Lo hizo en la Basílica de San Pablo, porque estamos en el año paulino y porque quiere que aprendamos de San Pablo a ser discípulos y misioneros de Jesucristo.; y decía el Papa en su discurso inaugural palabras graves, refiriéndose a la “influencia de una cultura moderna destructiva y deletérea que, habiendo decidido que ‘Dios ha muerto’, se declara a sí mismo ‘dios’, considerándose el único agente de su propio destino, el propietario absoluto del mundo… y, desentendiéndose de Dios, al no esperar en Él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que quiere y ponerse como la única medida de sí mismo y de su acción”. Cuando el hombre se declara como el único dueño de la creación, “al final el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida”, llena de soledad, de miedo y de ansiedad. Esto, exactamente, es lo que nos está pasando ya, y lo estamos experimentando todos los días, en México. Y, la Iglesia, nosotros, ¿qué hacemos? ¿El miedo nos va a paralizar? ¿Vamos a ser esos “perros mudos” de que nos hablaba hace poco San Gregorio Magno? 

8. La respuesta que vamos a dar nosotros, la Iglesia, a este mundo prepotente, engreído, laicista, autosuficiente pero  solitario, violento y lleno de miedo, es presentándole al Salvador auténtico, enviado por el Padre, a Jesucristo nuestro Señor clavado en la Cruz. Él es el Salvador. Nadie más. Todo otro que se ostente como salvador, es un ladrón y salteador, como el que asaltó al hombre –a la humanidad–, que bajaba de Jerusalén a Jericó. En esas manos violentas estamos, aquí, en nuestra patria y en esas manos están cayendo nuestras comunidades eclesiales y nuestro pueblo católico en general. Nosotros, como Iglesia samaritana, tenemos que salirle al encuentro, ir a buscar a ese herido –la Misión–  y llevarlo al mesón, conducirlo a la Iglesia, y administrarle aceite y vino para curar sus heridas. El remedio para la humanidad es el aceite del Espíritu y el Vino de la Eucaristía servido mediante el alimento de la Palabra de Dios: “Alimentarse de la Palabra de Dios es para la Iglesia su primera y fundamental tarea”, decía el Papa Benedicto. 

9. Esto es –me atrevo a decirlo–, lo que no hacemos, al menos con la abundancia y generosidad que requiere el herido y agonizante. “De hecho –prosigue el Papa–, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades humanas y las pobrezas de los hombres que la conforman”: y prosiguió, citando completa la frase conocida de san Jerónimo: “Quien no conoce las Escrituras, no conoce la potencia de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Jesucristo”.  

10. Buscamos sabidurías, filosofías y teorías para convencer a los hombres; buscamos metodologías para congraciarnos y acercarnos a ellos, a veces a costa de la integridad del Evangelio,  hasta inventado el nuestro, pero le damos la vuelta a la “sabiduría y la potencia” de Dios que es Jesucristo clavado en la cruz. Le queremos arrebatar la viña al Propietario que nos contrató para trabajar en ella, matando al heredero, ignorando precisamente que en ese heredero, en el Hijo, nosotros ya estábamos destinados a poseer esa herencia, más aún, que esa herencia ya es nuestra: La Iglesia y, después, el Reino. Quizá todavía nos sentimos asalariados, no herederos. Creando la comunión, viviendo la “eclesiología de comunión”, dejándonos adoctrinar y guiar por el Espíritu, seremos auténticos trabajadores de la Viña del Señor. María Santísima, “maestra y creadora de comunión”, nos alcance esta gracia.

Mario de Gasperín Gasperín

Obispo de Querétaro

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