Vive foro del Cervantino 90 minutos
de una tragedia extrañamente realista
Un muro manchado de sangre nos anuncia la tragedia. Huellas de manos que intentaron salvarse de una muerte no deseada, coágulos de hemoglobina, fuentes carmesí que de seguro se brotaron de una cortada yugular. Un muro inquebrantable que proyecta a los actores hacia el público, y que, al parecer, no les deja escapatoria.
Así nos prepara la escenografía a la primera obra clásica revisitada por el director alemán Michael Thalheimer y por su fiel equipo de trabajo: actores, iluminadores, músicos, escenógrafos, vestuaristas y algún buen inventor -quizá el mismo Thalheimer- que lograra crear un líquido espeso, resbaloso, pegajoso y rojo, idéntico a la sangre que corre por nuestras venas, en el mejor de los casos.
Líquido que la propia Clitemnestra, mujer grande, imponente, y en ropa interior, se vierte ella misma desde el primer momento en el que pisa el estrecho corredor que le servirá de escenario. A ella y a su triste casa, como bien lo dice el coro.
Cruda, intensa y paradójica podría definirse esta versión abreviada de La Orestiada, que por su fuerza y contundencia hace vivir 90 minutos de una tragedia extrañamente realista. Una tragedia en donde se habla de dioses, destino, valores y principios, pero se ve lo contrario: excreciones, cabello seboso, vómito, orines, saliva y gritos desmesurados, desesperados, tan inesperados en una tragedia griega, en la que los personajes femeninos suelen aceptan con serenidad y fatalidad su trágico destino impuesto por los dioses.
Asimismo, Clitemnestra, madre herida y vengativa, mujer furiosa, resalta a lo largo de la obra un encuentro de dos contrarios: la indiferencia a un mundo terrenal del que ninguno de los actores puede escapar.
Con un trabajo profundo, el director logró que cada uno de los actores representara una versión contemporánea de los míticos personajes:, a través de elementos corporales como la gestualidad, la entonación y el ritmo corporal: Clitemnestra -Constanze Becker- una mujer imponente, dura, consciente de que su condición de madre y mujer no le facilita las cosas; Agamenón -Henning Vogt- hombre inseguro, obsesionado con la gloria y el honor; obsesión transformada hoy en día en el deseo de poder, fama y éxito; Casandra -Katharina Schmalenberg-, la profetisa legendaria, es una mujer que nos recuerda a un alma atormentada y esquizofrénica; y Orestes, que nunca se ha distinguido por su valentía y aplomo, es un joven casi autista, entre niño violento y adulto traumatizado, con una gran dosis de humor.
Siguiendo los diálogos clásicos, y con una guitarra eléctrica melancólica, La Orestiada nos hace tambalear constantemente al vértice de dos mundos: el de los mitos inmortales, y el de nuestra realidad: un mundo violento y desencantado. Seamos responsables de nuestros actos, parecían decir los actores.
Conocido en el teatro alemán como un vanguardista y generador de tendencias, el director Michael Thalheimer adaptó, comprimió y trasladó en el tiempo la clásica tragedia, con mucho cuidado en conservar su esencia. Así, se estrenó en 2007 una obra que la crítica calificó como despiadada e intelectualmente afilada. Una Orestiada abreviada y sin intermedio, con una moderna Clitemnestra -Constanze Becker- sin nada que perder, destrozada por la muerte de su hija Ifigenia. Durante cien intensos minutos los modernos héroes trágicos intentan comprender cómo funciona el mundo y el clásico coro griego se transforma en psicóticas voces imaginarias que resuenan sin cesar en la mente de cada personaje: «Actúa, sufre, aprende».
Matricidio, parricidio, venganza, culpa y condena: en esta adaptación la humanidad es una mancha sangrienta con el sello personal del director: no hay salvación ni dios que acuda al rescate de los simples mortales. Sólo resuenan los inmutables acordes de guitarra eléctrica, respondiendo a la época en la que el director transportó a los personajes, y quizá a los fracasados ideales de progreso del siglo XX .
Esa noche en el Teatro Principal de Guanajuato, el público mantuvo silencio, olió el humo del tabaco fumado por Clitemnestra y su amante Egisto, sintió la sangre espesa y tibia que cubría vivos y muertos, y, con sus aplausos, celebró una vez más los grandes clásicos de la humanidad.
El público que asiste al Cervantino podrá disfrutar de una función más de la puesta teatral de la Deutsches Theater Berlin, este sábado 11 de octubre, a las 18:00 horas, en el Teatro Cervantes.