Estremecedora narración de Aristegui

Junco de la Vega

Carmen Aristegui F.
 

Reforma, 24-X-2008.


«Fui cuerpo. Tuve cuerpo. ¿Seré alma?».

                                   –Carlos Fuentes
 
 

Alejandro Junco de la Vega, presidente del Grupo Reforma, dictó la semana pasada, en Nueva York, un discurso francamente estremecedor sobre la realidad del México de hoy: narcotráfico, violencia y ausencia de un Estado de derecho.

La cruda descripción del coctel compuesto por crimen, violencia e impunidad que afecta a ciudadanos en general y a medios y periodistas en particular que realizan o pretenden realizar su tarea.

No fue un discurso cualquiera. Alejandro no sólo describió el grado de descomposición en el que hemos caído y la perspectiva de que todo empeore sino que confirmó -ante su audiencia- un hecho de suma gravedad divulgado semanas atrás: Alejandro Junco de la Vega, presidente de uno de los grupos de comunicación más poderosos e influyentes de México, tomó la decisión de abandonar el país, junto con su familia, por razones de seguridad y en un contexto de amenaza: «…este año, por segunda ocasión en cuatro décadas, me he visto obligado a mudarme con mi familia a algún lugar seguro en Estados Unidos… Nos encontramos bajo el asedio de los capos de la droga, de los criminales; y mientras más exponemos sus actividades, más fuerte responden.

La vida es barata. Ellos presionan duro».

Junco de la Vega daba cuenta, así, de una decisión tomada desde una situación necesariamente crítica que -si bien no fue detallada- apunta, inequívocamente, a las tareas periodísticas que realiza el Grupo que encabeza.

Se dolió, desde la perspectiva de alguien que ha defendido la libertad de expresión, la justicia y el Estado de derecho. De quien ha dedicado su «…vida entera a la publicación de periódicos que han hecho una cruzada por esas causas y… sostenido que esto hará de México un país mejor».

Es obvio que algo sumamente grave tuvo que haber ocurrido para que alguien como Junco -acostumbrado a lidiar, desde su posición y desde hace décadas, con todo tipo de presiones, insinuaciones o francas amenazas de cualquiera de las expresiones de poder en este país- se haya visto orillado a una decisión extrema como el autoexilio reconocido desde Nueva York.

Los invitados al almuerzo, ofrecido por la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia el pasado jueves 16, seguíamos con atención los puntos que Junco, como orador invitado, tocaba sobre las fibras más sensibles que describen el entorno trágico de nuestro país: cuando jovencitos son secuestrados y asesinados por gente que se desplaza en vehículos de policía; cuando la intimidación se presenta en forma de decapitados; cuando en la morgue 80 cuerpos esperan porque los doctores no se dan abasto; cuando los niños de cinco años dibujan escenas de ejecuciones o cuando las granadas llegan a las redacciones.

Muchos ahí recordaban que semanas atrás, Reporte Índigo, de Ramón Alberto Garza, dio a conocer la carta que Junco de la Vega le hiciera llegar al gobernador de su estado en donde le informaba sobre la decisión de irse de este país en donde los periodistas son amenazados por el narcotráfico.

Junco de la Vega contó, entre otras cosas, que recientemente dos reporteros de nuestro periódico en Monterrey investigaban una historia.

Se sabía que el dueño de una vulcanizadora de un pueblo cercano estaba siendo fuertemente extorsionado para dar dinero a cambio de protección, que es la manera en que los narcotraficantes se han ido «diversificando».

El reportero y el fotógrafo visitaron el pueblo y cuando aún no habían pasado 10 minutos, varios vehículos blindados se estacionaron fuera del local, bloqueando la salida.

Los reporteros fueron arrojados al suelo y sus computadoras, cámaras, teléfonos e identificaciones con su dirección les fueron arrebatados.

Posteriormente fueron golpeados, con el resultado de varias costillas rotas, hombros y tímpanos dañados. Ambos renunciaron a sus trabajos. Contó que no es la primera vez que una cosa así sucede y «los criminales han dejado muy claro que a menos que los dejemos en paz, no va a ser la última vez». Podemos encontrar, decía Junco «…todas las razones para abandonar este tipo de reportajes. Podemos encontrar otras más para voltear nuestra mirada a otro sitio.

Pero, ¿cómo podríamos? ¿Cómo podríamos ignorar las palabras de Edmund Burke? ‘Todo lo que el mal necesita para triunfar es que la gente buena se mantenga callada'».

Para cerrar éste, que no era un discurso cualquiera, Alejandro Junco adaptó las famosas palabras de Martin Niemoeller:
 

«Primero fue la violencia entre los narcotraficantes, pero como yo no soy un traficante, no dije nada.

«Después fue el secuestro de la gente rica, pero como yo no soy rico, no dije nada.

«Después vinieron por la gente que causaba conflictos, pero como yo no tengo problemas con nadie, no dije nada.

«Al final, vinieron por mí, y ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí».

Para cerrar, dejó este mensaje: «Todos somos miembros de alguna comunidad y no hay comunidad en el mundo que esté mejor protegida que la de un buen periódico que mantenga su denuncia».

Muchos así lo creemos, Alejandro. No estás solo. (Carmen Aristegui, Reforma, 24-X-2008).   

 

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