La Virgen del Pueblito y su Santuario

 

 

 

virgen-del-pueblito.jpgLa Virgen del Pueblito

José Félix Zavala  

368 años de iniciada su veneración occidental

2300 años de veneración prehispánica

El Cerrito, centro ceremonial prehispánico, en el valle de Querétaro.                                       

“El Pueblito, es una  población que ya existía cuando Querétaro fue conquistado en 1531, por el pochtecatl otomí, Conín y el cacique Nicolás de San Luis de Montañés.  Sus pobladores eran tributarios de Jilotepec.” 

“En la parte norte muy cerca de la población, se yergue una pirámide monumental construida a mano… este cerrillo artificial es llamado Cerro Pelón.” 

“Frente a este adoratorio secular y a la entrada de la población, el viajero se encuentra un soberbio edificio de sencilla pero sólida construcción, lo forman el hermoso santuario y el convento de recolección…”. 

“En el antiguo pueblo de Tlachco, San Francisco Galileo o El Pueblito, desde pequeño se va aprendiendo “la costumbre”, el amor a la Virgen de los Naturales. Para este pueblo, su culto es de importancia decisiva”. 

A partir de 1632, en que fuera colocada la imagen de la Purísima Concepción, por el cura de Querétaro, Fray Nicolás Zamora, esculpida en una pequeña talla de kiote, por Fray Sebastián Gallegos, en las inmediaciones del centro ceremonial milenario, conocido como El Cerrito, en El Pueblito, han pasado 368 años de  veneración continuada a La Virgen del Pueblito y se han dado simultáneamente dos cultos diferentes y paralelos, uno el de los indios y otro el de la jerarquía católica, especialmente en la ciudad de Querétaro.   

Descripción de la Imagen de la Virgen del Pueblito 

«Lleva como atuendo una túnica de cuello circular que, ceñida a la cintura, corre en ligerísimos pliegues hasta descansar, con suave movimiento, a los lados de los pies: se agrega un manto cuyos extremos, uno oculto y el otro visible, se juntan en el lado izquierdo de la cintura, cayendo el resto, en una onda sobre su rodilla derecha». 

«Es una talla entera de belleza singular, de mucho valor artístico considerando el estilo y materiales de la época de su realización». 

«Su frente espaciosa limpia hecha para lucir una corona; sus ojos con bondad y la misericordia plasmada en ellos; sus labios finos cerrados, pero prontos a abrirse como un capullo de rosa; el óvalo de su rostro y el hoyuelo de la barbilla denotando estirpe». 

«Muestra unos rasgos característicos de los naturales, en la forma ovalada, con mejillas y perfil bien delineados y delicados en su forma». 

«Sus ojos entreabiertos, labrados y pintados en color café claro, son el encanto singular del rostro». 

«Es también evidente a la vista el embarazo de Jesús en su seno virginal».  

El culto en la ciudad de Querétaro 

 

 

La Coronación 

El día 7 de octubre fue traída de su santuario la sagrada imagen  

A las 13.30 del jueves 17 de octubre de 1946, en el campo deportivo de la Cruz, (que mide 21 mil m2 cuadrados, situado en la meseta del histórico Sangremal,  cerca del lugar por donde hicieron la entrada en la población las tropas republicanas) el Exmo. y Rvmo. Sr. Obispo de la Diócesis Dr. D. Marciano Tinajero y Estrada, delegado para ello por el soberano Pontífice Pío Xll, por Breve del 23 de octubre de 1943, colocó en las sienes de la maravillosa imagen de Nuestra Señora del Pueblito, áurea coronan. 

En el mes de octubre de 1946, por las calles de la ciudad de Querétaro, hubo un gran desfile, encabezado por la banda de música del estado, al mando de Aurelio Rivas, desfilaron  los  charros queretanos, encabezados por Antonio Uribe, los alumnos de las escuelas católicas, los socorristas de La Cruz Roja, los comerciantes de los mercados, los empleados del comercio, los choferes, los albañiles, los carpinteros, los peluqueros, los peleteros, los sastres, los electricistas, los pintores. Más de treinta mil personas desfilaron, ese domingo 13 de octubre, se caminó de La Alameda al templo de San Francisco, a la Plaza de Abajo, conocida como el Jardín Zenea, pasando alegremente por las calles de Juárez, Madero, Allende, Hidalgo y Corregidora. 

Llegaron fieles de Jalpan, Landa, Arroyo Seco, Tancoyol, Agua Zarca, Acámabaro, Michoacán, Guanajuato, de todos los rumbos. 

El encuentro y el idilio del pueblo queretano con la Virgen del Pueblito, es sencillo, pero lleno de misterio y de poesía, que no resiste el deseo de saberse. 

En los templos se escuchan aún los ecos del Orfeón de la escuela de música sacra, ejecutando la misa “Reinitatis”, a tres voces, el órgano de Julián Zúñiga, la misa “Ave María” de Agustín González, el Ave María de Guadalupe Velázquez, el “Non fecit talliter” de Zúñiga, el “Jubilaris” de Cirilo Conejo, parecen los ángeles quienes cantan, son los grandes músicos queretanos de todos los tiempos. 

El Papa Pío Xll, en Roma, conciente de la fama de La Virgen del Pueblito le dice al obispo Marciano Tinajero y Estrada: «Comisionamos a nuestro venerable hermano el obispo de Querétaro, para que en nuestro nombre corone la imagen de la bienaventurada Virgen María del Pueblito”. Así el sueño de Francisco Banegas, Manuel Rivera, Rafael Sabás, Ramón Camacho y Bernardo Zárate López, obispos todos de Querétaro, se cumplirá. 

Los más de 15 mil km2 de esta diócesis tienen su identidad en este culto. Lo mismo, los grandes conventos femeninos, Capuchinas, Teresas, Clarisas, Descalzas, Rosas y más, tienen motivo para bordar estolas, capas pluviales, paños de hombros, casullas, todo con la imagen de la Virgen del Pueblito.  

Las siguientes palabras se escucharon el día de la coronación, cuando los obispos de México, Morelia, Guadalajara, León, Zamora, Aguascalientes y el delegado apostólico se juntaron para coronar a la Virgen del Pueblito: “Elegí y sacrifiqué este lugar para que en él esté mi nombre y permanezcan mis ojos y mi corazón ahí, todos los días”. 

La librería del “Sagrado Corazón” redactó los “programas”, se mandaron hacer distintivos conmemorativos, Luis Álvarez y Fernando Loyola instalaron los micrófonos, el carpintero José Ma. Carbajal hizo lo propio con el altar, Valente Ortega regaló la madera, Jesús Oviedo, la herrería, la corona se mandó a realizar a la ciudad de Puebla, los ornamentos a las Madres Capuchinas, las medallas conmemorativas a Manuel Arvizu, la comida a José Roiz. 

Ferrocarriles Nacionales, rebajó sus precios lo mismo los hoteles: “El Gran Hotel”, “Hidalgo”, “Buen Tono”, “Querétaro”, las casas de asistencia, como “La Mensajera”, “La Rosa de oro”, “La Poblanita”. 

Las fiestas comenzaron ese día con un popular gallo, acompañado por bandas de música y casi mil farolas. El gallo recorrió las calles de la ciudad, terminando con el canto de Las Mañanitas frente al templo de San Francisco, a las cuatro de la mañana del 17 de octubre de 1946. 

Digno epílogo del grandioso acontecimiento fue: El paseo de carros históricos y cabalgata, la velada literaria y musical efectuada en la noche del mismo día; la función pontifical de acción de gracias del siguiente; el solemne funeral por los difuntos devotos  y el regreso triunfal  de la Virgen del Pueblito a su santuario. 

Al segundo aniversario de la coronación pontificia de la Virgen del Pueblito se solicitó al Ordinario la declaración canónica como patrona principal de la diócesis, acto realizado el 17 de octubre de 1948 y ratificado por la Santa Sede el 11 de octubre de 1949. 

Es importante señalar que los indios, habitantes del Pueblito, se inconformaron porque la ceremonia de coronación se llevó a cabo en la ciudad de Querétaro, pidieron que fuera realizada en el Santuario, donde fuera colocada por el doctrinero Fray Nicolás Zamora, Párroco de Querétaro. 

Cuenta el canónigo Cesáreo Munguía, que terminada la coronación pontificia de La Virgen del Pueblito, en un presbiterio construido ex profeso, en cien m2, representantes de la Diócesis y de la Provincia Franciscana, realizaron ante el legado Pontificio la fórmula de consagración y se recibió el juramento de los custodios de las imágenes y de la corona y cetro, y los miles de asistentes irrumpieron inmediatamente con el canto del himno de La Coronación. 

El himno a la Virgen del Pueblito, tiene música de Julián Zúñiga y texto de Mons. Salvador Septién.