Los poetas siempre tienen razón
José Félix Zavala
Compilador
“El oficio de vivir”
“El Oficio de poeta”
Piamontés universal, Cesare Pavese es uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX.
Nacido el 9 de septiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, decidió a poner fin a su vida en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950
Esa vida y esa obra se irían cubriendo de significados, voces ancestrales y una moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un clásico.
Emilio Cecchi lo dijo quizá mejor que nadie:
«Reconozcamos, una vez más, que de su generación Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el conjunto de todas las facultades, intelectualmente y moralmente más ejemplares».
Él mismo reconoce, en una entrevista hecha poco antes de su muerte (1950), que
«no ha renunciado hasta ahora a su ambigua naturaleza, a la ambición de fundir en unidad las dos inspiraciones que allí se han combatido, desde el principio: mirada abierta a la realidad inmediata, cotidiana, ´rugosa´, y recato profesional, artesano, humanista -hábito de los clásicos como si fueran contemporáneos, y de los contemporáneos como si fueran clásicos- , es decir, la cultura entendida como oficio».
A lo que agrega de inmediato: «Exigencias difícilmente conciliables, es cierto».
Tuvo repercusión y la estima de sus contemporáneos.
Percibió su compleja y angustiada personalidad, esa voluntad iluminista que no abandona la auscultación instintiva:
«Que los dos motivos estuvieron ligados (dice Calvino), y fueron inseparables para él, está claro: la misma concepción de la poesía como una operación racional y liberadora no es posible sino en relación a la irracionalidad de su objeto, el descubrimiento mítico».
Allí resplandece el Pavese escritor, la tersura de un estilo directo y sin embargo distante: «Narrar es como nadar», dijo, aludiendo a los ritmos combinados del cuerpo y el agua, y también «Narrar es monótono», por el sentido de persistencia en un tono, en un clima, nunca puramente verbal aunque hecho de lenguaje.
Supo aludir a las palabras de los hombres como «esas tiernas cosas, intratables y vivas».
“demasiado íntimo y sensible”.
El oficio de vivir es un verdadero diario literario
Más que vivir, el oficio de Cesare Pavese -1908–2008 – fue leer
Dado su suicidio, su oficio de vivir no le resultó lo suficiente para sobrevivir
El oficio de vivir, tiene poco que ver con el testimonio, de un poeta maldito que se mata en un acto de supremo fastidio
Nunca se sabe porque se mata la gente.
El riesgo póstumo tomado por un poeta que se suicida, si acaso, estaba contemplado por el propio Cesare Pavese, en la entrada de El oficio de vivir del 26 de abril de 1936
“No existe la tempestad sufrida locamente y luego la liberación a través de la obra, so pena de suicidio. Tan verdad es, que los artistas que verdaderamente se han matado por sus casos trágicos son de ordinario cantores ligeros, diletantes de sensaciones, que a nada aludieron en sus cancioneros del profundo cáncer que los devoraba. De lo que se aprende que el único modo de salvarse del abismo es mirarlo y medirlo y sondarlo y bajar a él.”
Dijo Alberto Moravia que de Cesare Pavese quedaría más el intelectual que el escritor, que sus ideas importaban más que su obra
No sé si tenga razón, me pongo a leer, relatos y novelas pavesianas; Ciau Masino, El camarada, Esa tierra, y admiro la falsa vocación realista, el tino poético que falta en muchos de sus versos
Vuelvo a El oficio de vivir, que es el cuaderno de un lector, de un crítico y encuentro que casi todo lo que dice me interesa.
Cesare Pavese era, muy en el tono de su época, un estudioso de las religiones comparadas y de la mitología, como Caillois y Bataille, Jünger u Octavio Paz
“el problema con los grandes escritores italianos es que nunca son verdaderamente grandes…” O. P.
Pavese se conocía al revés y al derecho La rama dorada, de Sir James Frazer y muchos otros tratados de ese orden y, al parecer, aplicó esa sabiduría a sus obras narrativas
Según Sergio Solmi, Cesare Pavese iba de la poesía de la intuición a la poesía del mito y obedeció, casi al pie de la letra, la petición de Nietzsche, de que un artista debe comprometerse a representar su comedia interior y en ello consumirse.
Pero El oficio de vivir no parece obra de alguien que se apaga sino de alguien que piensa y lo hace muy claramente.
Ha sido un estupendo maestro: si se trata de distinguir un símbolo de un mito recurre al ejemplo de los colores, lo que el rojo es y lo que el rojo significa,
De El oficio de vivir lo más envejecido, quizá, es la misoginia de Pavese
Dice cosas sublimes en ese alcurnioso género que es la máxima escrita por los varones sobre las mujeres, ingeniándoselas para hacer leña del árbol caído de Eva.
“de joven nos dolemos de una mujer; ya maduros, de la mujer.”
Pero escribe otras cosas que, para el criterio del joven siglo XXI, incluso si quien cree ejercerlo se tiene por persona no del todo políticamente correcta, son un tanto vulgares, a medio camino entre la invectiva y el chiste verde, que acaban exponiendo a Cesare Pavese como un hombre resentido, un tanto amargado y, que, además, muestra poca experiencia con las mujeres.
Pavese es mal psicólogo y quizá por eso se mató.
De Stendhal, a quien compara, en un juicio muy extraño para nosotros, con Hemingway, tomó las lecciones equivocadas.
El crítico Cesare Pavese es magnífico
Destaco lo mucho que sabe de Shakespeare, sus páginas magistrales sobre la literatura de los Estados Unidos, la educación pura y dura en Leopardi y sus Zibaldone, su desconfianza ante el genio de Tolstói o su explicación de por qué “El adolescente” es la menos leída de las novelas de Dostoievsky.
Cesare Pavese, a quien le aburrían los libros de viajes adoraba, una vez pasadas las fiestas, el momento en que se van los invitados y uno, él, pasa a gozar del “refrigerio de estar solo”.
Tú sabes,
Cesare Pavese, el suicida, había elegido, en otro momento de su vida, hacer un viaje distinto, como cuando escribe en El oficio de vivir:
“es bonito irse a dormir porque nos despertaremos.
Nota:
Seix Barral recupera la edición íntegra y definitiva de una obra básica de nuestro tiempo: El oficio de vivir, diario de Cesare Pavese.
Publicada por primera vez en italiano en 1952, la obra alcanzó extraordinaria resonancia entre varias generaciones sucesivas de lectores en todo el mundo; pero sólo en 1990 apareció en italiano finalmente esta nueva edición, basada en el manuscrito autógrafo que se conserva en
Entre los motivos que van más allá de la celebración del recordatorio de este poeta piamontés que sigue vivo en sus poemas, a pesar de que en la aciaga noche de un lejano 26 de agosto de 1950 se quitara la vida en la soledad de una triste habitación de hotel, se encuentra, precisamente, el difícil interrogante sobre los vínculos y las abruptas disonancias que acontecen entre el lírico oficio de poeta y el dramático oficio de vivir
O lo que es lo mismo, las distorsiones entre la retórica de las palabras, el punto fronterizo de los gestos y la irreversibilidad de los hechos.
Continuamos:
Cesare Pavese no fue un suicida sin notas de despedida.
Su despedida tiene algunos singulares paralelismos con la de otro poeta más vociferante y septentrional llamado Vladimir Maiakovski.
Todos los gestos humanos, hasta los más trágicos o aparentemente inimaginables, están hechos de repetición. Anochecía.
“Era sábado.
Pavese cerró sobre una mesilla de madera el folder que contenía los últimos poemas que había escrito y se dirigió al teléfono negro que colgaba de la pared.
Hizo tres llamadas a tres mujeres. Las invitó a cenar. Ninguna aceptó. Tomó un bolígrafo y escribió:
Perdono a todos y a todos pido perdón. No murmuren demasiado”.
Veinte años antes, desde la habitación de un estudio donde reinaba una soledad parecida, Maiakovski rogaba sin éxito a la actriz Veronika Polonskaia que subiera a su habitación. Según dicen, hizo otra llamada a Lili Brik, pero nadie contestó al teléfono. El día anterior había escrito una breve carta, con este comienzo:
“De que muero no culpéis a nadie y, por favor, no chismeéis. El difunto lo odiaba terriblemente”.
Que el corazón de Cesare Pavese dejase de latir por la ingestión de unos botes de somníferos y el del autor de La nube en pantalones por una bala constituye únicamente un circunstancial detalle forense.
Dicen que uno no se mata por el amor de una mujer
Que los suicidas son asesinos tímidos
Sí, incluso cuando afirman que hasta sacrificarse o renunciar es un problema de astucia.
O cuando afirman que uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada.
Sí, la poesía es un territorio en el que cualquier afirmación se hace verdad, sí, salvo probablemente cuando proclama que la muerte es la firma de la paz con la vida.
Cesare Pavese fue un escritor italiano, uno de los más importantes del Siglo XX. Nacido en Santo Stefano Belbo (Cuneo) el 9 de septiembre de 1908 y fallecido en Turín el 27 de agosto de 1950).
Durante toda su vida tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Poeta y novelista italiano.
Estudió filología inglesa en la universidad de Turín y, tras su licenciatura, se dedicó por completo a traducir a numerosos escritores norteamericanos, como Sherwood Anderson, Gertrude Stein, John Ernst Steinbeck y Ernest Miller Hemingway, así como a escribir crítica literaria.
Fue uno de los fundadores de la editorial Einaudi, en la que permaneció como editor hasta su muerte. Sus escritos antifascistas, publicados en la revista
La narrativa de Pavese trata, por lo general, de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950), considerada como su mejor novela.
En cambio, su más bello y escalofriante poema es, quizá, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951).
Más tarde, en el año 1957, se creó un premio literario con su nombre para honrar su memoria. Algunas de las mejores y más conmovedoras páginas de Pavese se encuentran en su diario, que fue publicado póstumamente, en 1952, bajo el título El oficio de vivir. Pavese se suicidó en una habitación de hotel después de haber recibido un premio literario por su libro El bello verano (1949).
Estudioso y pensador que se reconocía en la izquierda italiana, se suicidó a los cuarenta y dos años de edad. Su gran amigo el escritor Davide Lajolo describió en un libro titulado El vicio absurdo el malestar existencial que envolvió siempre su vida.
Fue importante su obra como escritor, traductor y crítico, que además de
Su actividad de crítico, en particular, contribuyó a crear un cierto mito de América. Mientras trabajaba en el sector editorial (para la editorial Einaudi), Pavese propuso a la cultura italiana escritos sobre temas diferentes, y anteriormente raramente abordados, como el idealismo y el marxismo, y temas religiosos, etnológicos y psicológicos.
Trabajar cansa
Los poemas de Trabajar cansa (1936) fueron muy innovadores y, junto a sus obras narrativas, atraen todavía a un público muy amplio.
Pavese nació en Santo Stefano Belbo, donde su padre, procurador de tribunal en Turín, tenía una delegación.
Estos son los lugares y las experiencias infantiles que mitificará el Pavese escritor.
En 1914 muere su padre, lo que le causa un primer trauma.
Su madre, de hecho, compensará la ausencia del marido educando de modo bastante rígido a su hijo. Pavese cursa estudios secundarios en Turín con Augusto Monti, colaborador de Gobetti, narrador y pedagogo.
Es su primer contacto con el mundo de los intelectuales y con personalidades como Leone Ginzburg, Tullio Pinelli, Vittorio Foa (estudioso de los problemas políticos y sociales) y Norberto Bobbio.
Pero es en su época universitaria cuando Pavese se interesa por la literatura norteamericana; en esos años, alterna su trabajo de traductor con la enseñanza del inglés.
Se licencia con una tesis sobre el poeta norteamericano Walt Whitman.
En 1935 es confinado por sus actividades antifascistas, de hecho, sólo había conservado unas cartas comprometedoras de una activista comunista de la que se había enamorado; durante este exilio publica Trabajar cansa, que había empezado en 1928 y en ese mismo período empieza la composición de El oficio de vivir, diario literario y existencial que seguirá escribiendo hasta el final de su vida.
De vuelta de su confinamiento, Pavese descubre que la mujer a la que amaba se ha casado, lo que le ocasiona un segundo trauma; a partir de ese momento, Pavese se angustia, temeroso de que lo ya sucedido se pueda repetir.
La angustiosa sensación del fracaso, lo acompañará hasta la muerte.
En 1938, su relación con la editorial Einaudi se estabiliza.
En 1940 termina El bello verano, con el que obtendrá en 1950 el Premio Strega e inicia Feria de agosto;
En 1941, publica Tus pueblos
La adhesión al PCI
Llamado a filas, se le dispensa por el asma que padece. Desde el 8 de septiembre de 1943 hasta la liberación de Italia se refugia en primer lugar en casa de su hermana, y luego en un colegio de Somascos en Casale Monferrato, sin contacto con los acontecimientos que sacuden Italia, mientras muchos de sus amigos entran en
El desengaño amoroso que sufre tras la ruptura de su relación sentimental con la actriz norteamericana Constance Dowling – a la que dedica sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos – y su malestar existencial lo llevan al suicidio el 27 de agosto de 1950, en Turín.
Entre 1936 y 1941
La recopilación se reedita en 1943, añadiendo treinta y un poemas y suprimiendo seis.
En pleno periodo hermético Pavese toma el camino de la poesía narrativa,ritmos narrativos, tono coloquial, ciudad…. La experiencia narrativa produce un verso alargado y de amplia cadencia, decasílabo alargado a trece sílabas
En su ensayo El oficio de poeta Pavese sostiene la necesidad de que las palabras se adhieran a las cosas y rehuye la musicalidad por sí misma.
Estos primeros cánones poéticos serán posteriormente modificados para evitar que la poesía narrativa se convierta en un boceto naturalista.
Pavese teoriza sobre una poesía que se resuelve en imágenes.
Poesía narrativa y poesía – imagen coexisten en Trabajar cansa, obra en la que ya encontramos las constantes de Pavese: soledad como condena existencial, incapacidad de diálogo, añoranza de la mujer, el campo como mito desde el que se originan las primeras impresiones y la identidad del individuo, la figura del exiliado que vuelve al lugar de origen, buscando su propia infancia, persiguiendo la propia identidad.
Pavese une a su capacidad de fabulación una precisa conciencia crítica. La cárcel constituye su primera obra narrativa válida, cárcel de la soledad
El protagonista vive la experiencia del confinamiento pero se trata fundamentalmente de una autobiografía espiritual: la vivencia del intelectual que trata de romper la soledad, pero vuelve a ser absorbido por ésta. Más allá de sus implicaciones políticas la novela se caracteriza por el análisis existencial.
En 1941, publica Tus pueblos (I paesi tuoi) y llama la atención de la crítica, que lo interpreta como una manifestación de realismo.
En realidad la descripción de un medio rural primitivo y los temas de la pasión, de la sangre, sin olvidar un lenguaje que se acerca al dialetto y al lenguaje hablado y la aparente objetividad naturalista confieren una dimensión mítica y ritual a la narración, una lectura de la realidad en clave simbólica, con matices de los estudios antropológicos y de lo sagrado.
Su consagración del mito deriva de la idea según la cual en la infancia se crean mitos y símbolos que forman una especie de memoria atávica.
Pavese se aleja de cualquier representación realista en el sentido que tiene, como principio de poética, la necesidad de focalizar el fondo mítico e irracional propio de cada individuo y que determina su personalidad y su destino.
En el último decenio, entre 1940 y 1950, Pavese produce obras heterogéneas en cuanto a temática y estilo. La reflexión sobre el mito orienta a Pavese en dos direcciones, aparentemente lejanas, pero que tienen el mismo objetivo.
Por una parte recupera el fondo mítico de su propia personalidad, distanciándose de la realidad y refugiándose en el intelectualismo (Diálogos con Leucò) por otro lado hacia el neorrealismo, a la observación del ambiente y de los hombres (El compañero, 1946).
La misma coexistencia de intereses diversos la podemos encontrar en 1949 en La luna y la fogata y en Entre mujeres solas. Los dos motivos se integran, en el sentido de que ponen a fuego al hombre, alienado en el contexto urbano, buscando sus propias raíces míticas. La narrativa de Pavese no se distingue por la complejidad de la trama, sino que se identifica en breves capítulos potencialmente evocadores.
Los dos textos que nos lo muestran son La casa en la colina y La luna y la fogata. La casa en la colina se publicó a la vez que La cárcel. El título del volumen era Antes de que el gallo cante (haciendo mención al episodio evangélico en el que Cristo anuncia a Pedro que antes de que el gallo cante él lo negará tres veces) lo que aclara la proximidad de ambas novelas: el protagonista de La cárcel es esclavo de la soledad hasta el punto de que la ama.
Corrado, protagonista de La casa en la colina, mientras sus amigos participan en la lucha partisana, se refugia en su propia soledad hasta que llega a la certeza de que su aislamiento ha sido una traición. Pavese profundiza además del tema mítico, el social y de clase. La soledad se convierte en estado de ánimo, condición existencial y social.
También La luna y la fogata es una novela-balance, atemporal, en la que Pavese introduce sus propios temas y principios teóricos. El retorno a la infancia y el recorrido obligado para conocerse y tener conciencia del propio destino. La novedad de la novela está en el hecho de que la peregrinación a los lugares míticos de la infancia concluyen constatando que todo se ha perdido: han desaparecido las personas y los lugares han cambiado y la lucida y dolorosa constatación de que la muerte es connatural al hombre.
6 de octubre
EL TIEMPO Y
Dueño de una apasionada inteligencia y una lúcida voluntad de raciocinio, pocos como él encarnaron un humanismo capaz de imaginar un mundo para todos:
«En medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre. Técnicamente especializado, pero radicado en una sociedad cuyo ideal no puede dejar de ser el siempre mayor conocimiento de cada uno -lo que significa la máxima eficiencia del trabajo individual, pero consciente del trabajo de todos-, el hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura (…) y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida».
Ejerció la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por oscura que resulte:
«La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida».
Ese humanismo ejemplar convive con la aguda conciencia del tiempo y de la muerte, y aun detrás del suicidio hay una tozuda y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo.
Creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935 y lo confinó como opositor político en Brancaleone Calabro, de donde volvió en marzo de 1936. Pero no cambiado.
Supo oponerse a la grandilocuente cultura oficial del régimen (al igual que su compañero de generación, Elio Vittorini, que vio su antología Americana prohibida por Mussolini) con la traducción y análisis crítico de la gran literatura norteamericana: Melville, Edgar Lee Masters, Sinclair Lewis, Sherwood Anderson, O. Henry, Dos Passos, Dreiser, Whitman, Gertrude Stein, Faulkner y otros.
Estos autores fueron difundidos con la clara voluntad de oponer a la verborragia fascista una literatura de alta calidad, auténtica, enraizada en su idioma, su sociedad y su cultura, capaz de rozar las cumbres del estilo y los abismos de la condición humana.
Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (1936, con reedición definitiva de 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la poesía italiana moderna.
Es también una revisión exhaustiva de ese mundo natal, lleno de atavismos que, a pura razón, se convierten en auténticas iluminaciones, y que está siempre presente en su narrativa.
Y hasta en sus ensayos, donde la percepción del espacio mítico que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, y los astros, se vuelve alimento de esclarecedoras conclusiones sobre el hombre y la poesía.
Llegó a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia: fue director literario de la prestigiosa editorial Einaudi, y antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega.
Fue Italo Calvino quien reunió todos sus Relatos en un grueso volumen (Einaudi).
El oficio de poeta, Nueva Visión, Buenos Aires, 1957) donde en «El mito» afirma Pavese:
«Antes que fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un comportamiento significativo, un rito que santificó la realidad. Y fue también el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola, inducir a los hombres a realizar obras».
Pavese reiteró que consideraba Diálogos con Leucó «la cosa menos infeliz que yo haya escrito».
Es imposible no coincidir ante esos diálogos de transido lirismo que logran el milagroso resurgir de los fundacionales mitos griegos.
Ese libro quedó abierto junto a su lecho en el cuarto de hotel donde se suicidó.
Porque con la diáfana transparencia de un lenguaje preciso, reviven los dioses humanísimos y los humanos héroes de la mitología griega.
No para escudarse en modelos prestigiosos, sino para hablarnos, a través de ellos, de los temas permanentes de la existencia humana, para reanudar el diálogo con esos dioses nacidos de los anhelos y sueños de los hombres.
Un poco de día en los ojos claros
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