Historia de Querétaro Siglo XVlll- 1/2

SIGLO XVIII.  FORJANDO EL PATRIMONIO   AUGE ECONÓMICO 

Desde principios de la época colonial, por ser Querétaro una zona de frontera, se asentaron aquí diferentes grupos étnicos: otomíes que vinieron de Xilotepec del norte, tarascos y españoles. Estos últimos trajeron negros de África para que sustituyeran la mano de obra indígena, sector poblacional que se vio diezmado por los malos tratos y las enfermedades traídas por los españoles. Los negros trabajaron como esclavos en las haciendas, minas, obrajes y en el servicio doméstico. De esta manera, la población no solo creció, sino que aparecieron nuevos grupos étnicos, como resultado de la mezcla de indios, españoles y negros. A los productos de la mezcla se les denominó castas.

Los españoles introdujeron en la Nueva España la ganadería. En Querétaro destacó la crianza de borregos merinos porque proporcionaba la materia prima para los obrajes y talleres textiles. Poco a poco, fueron apareciendo grandes haciendas donde aparte de la ganadería también se practicó la agricultura, cultivando principalmente trigo, maíz y algodón. Las haciendas se formaron a partir de las tierras que otorgaba el rey a los españoles, como pago por sus servicios en la tarea de conquistar territorios. Además, los españoles se apropiaron de las tierras que fueron quedando abandonadas debido al gran número de indígenas que murieron.

 Los dueños de las haciendas eran españoles y formaban parte de la clase más alta de la sociedad. Algunos de ellos eran además militares y ocupaban algún puesto importante en el gobierno o en la Iglesia. Para mantener su poder económico y político se valían de alianzas matrimoniales o de negocios. Muchos hacendados eran también dueños de obrajes en donde tejían la lana de los borregos que ellos mismos criaban. Pasado el siglo XVIII, Querétaro se convirtió en el principal productor de lana de toda la Nueva España, Actividad en la que participaron españoles, indios, mestizos y esclavos negros y mulatos. En la ciudad operaban unos 16 obrajes, cada uno con más de 10 telares dentro de ellos y producían telas de lana anchas y angostas, esto es: paños, jergas, alfombras, sabanillas, frazadas y sayales. Para cada telar se necesitaban alrededor de 15 trabajadores, por lo que los obrajes ocupaban a más de dos mil queretanos. El trabajo necesitaba de  especialistas, de acuerdo a los pasos seguidos en la producción: el lavado de la lana, la carda, el hilado, el tejido, el tinte y necesitaba de especialistas. Las operaciones eran dirigidas por el dueño del taller o un administrador o mayordomo que normalmente era también español. Algunos obrajes eran bastante grandes y su estructura era sólida pues sus paredes  no estaba hechas solo de adobe sino con mezcla de piedra y barro.  Las condiciones  laborales eran bastante malas puesto que a un obraje se llevaban a los presos a cumplir condenas, a chichimecas capturados en la sierra, a esclavos negros y mulatos y a aprendices que ingresaban para aprender algún oficio, ya fuera de manera voluntaria u obligados por sus padres. Era común que los trabajadores del obraje no recibieran un  sueldo, pues a, los que no eran esclavos los mantenían enganchados por deudas desde su ingreso y a los aprendices se les pagaba con la enseñanza, el hospedaje, la comida y al terminar su periodo de aprendizaje se les dotaba de un traje completo.    Además de los obrajes o talleres existieron telares familiares llamados trapiches dentro de las casas de los mestizos e indígenas. Ellos trabajaban principalmente el algodón y aquí el trabajo se dividía  entre los miembros  de una sola familia. La producción de obrajes  y trapiches era para el consumo de las clases populares pues las familias españolas se vestían con prendas importadas de Europa.    Otra rama industrial que ocupó a gran numero de queretanos fue la Real Fábrica de Tabaco de San Fernando que dependía de la Real Fábrica de México. Aquí se elaboraban puros y cigarros.  El tabaco se cultivaba en Veracruz  de ahí lo llevaban a la ciudad de México, de donde los distribuían a Oaxaca, Guadalajara, Puebla y Querétaro. Todas las fábricas  pertenecían a la corona española. La de Querétaro surtía de puros y cigarros a Guanajuato, San Luis Potosí, Monterrey y Tamaulipas. Toda la venta se hacía a través de estanquillos que eran concesionados por el gobierno español, que también controlaba el precio de los productos. En la fábrica de tabaco también se dio una marcada división del trabajo, dividiéndose en tres etapas y ocupando a tres operarios en cada etapa. En la primera trabajaban los recolectores de la hoja de tabaco, los escogedores del papel y los  cernidores. En la segunda etapa estaban los cigarreros, los envolvedores y los recortadores del cigarrillo. La etapa final era el empaquetado y requería de encajonadores, selladores y almacenadores.  También se requería de administradores y capataces, así como de porteros y carpinteros que elaboraban las cajas. La elaboración de puros era un proceso más simple. Se seleccionaba el tabaco, luego se hacía el despalillado, el torcido, el prensado, el anillado y finalmente empaquetado. La fábrica fue creciendo a tal punto que llego a tener unos tres mil trabajadores. Todo este proceso ya era parecido al moderno por la especialización del trabajo, la reglamentación que requería y los beneficios que tenía la clase trabajadora, pues a diferencia de los obrajes, aquí las condiciones eran mucho mejores.  

Los operarios tenían un horario establecido y los más viejos, menos horas y un trabajo más descansado que podían realizar sentados. En época de frío se entraba más tarde que en épocas de calor.

 Todos los trabajadores eran revisados a la entrada y la salida de la fábrica para evitar el contrabando del producto y si los cachaban eran castigados con el encierro, o les quitaban sus bienes o la pena de muerte dependiendo de la gravedad de la falta. Las fábricas de tabaco se distinguieron por preferir la mano de obra femenina, procurando siempre el mantenimiento del respeto y la moral, por lo que las mujeres trabajaban en habitaciones separadas de los hombres. Preferían a las mujeres porque eran más delicadas en los trabajos de envolver y torcer los cigarrillos, pero además porque eran más cumplidas y sumisas.  Para poder contar con la presencia  de mujeres, tuvieron que ofrecerles servicios de guardería y permisos para tener con ellas a los hijos lactantes. Las guarderías funcionaban como escuelas pues ahí se enseñaban las primeras letras y el catecismo. Lo anterior hizo que muchas mujeres quisieran entrar a trabajar a la fábrica y que disminuyera el número se sirvientas. La gran actividad industrial, agrícola, ganadera y comercial desarrollada desde la segunda mitad del siglo XVII y todo el siglo XVIII, permitió que Querétaro tuviera un auge económico que se tradujo en auge constructivo.  La ciudad comenzó a crecer y se fue llenando de hermosos templos y conventos, así como de suntuosas casas y edificios públicos.

 

Entre algunas de las más bellas construcciones civiles se encuentran la Casa de Ecala, las Casas Reales y la Casa del Marqués. Entre las construcciones religiosas destacan Santa Rosa de Viterbo y San Agustín. El estilo arquitectónico que predominó durante el siglo XVIII fue el barroco, que se distingue por el abigarramiento de formas y la profusión de adornos.  Para la construcción de muchas de estas obras fueron muy importantes las aportaciones que hicieron algunos benefactores como el sacerdote y hacendado Juan Caballero y Ocio.  Otro importante benefactor fue el Marqués de la Villa del Villar del Águila, quien escuchó las quejas de las monjas capuchinas que él mismo había traído a la ciudad, sobre lo sucia y contaminada que estaba el agua del río por la actividad industrial y las enfermedades que estaba causando entre la población.  El marqués se dio a la tarea de buscar un manantial que fue a encontrar en la Cañada y se dio a la tarea de construir un acueducto para traer el agua limpia a la ciudad. Esta obra fue un proyecto tremendo que requirió de mucho dinero y muchos trabajadores. Buena parte del dinero la puso el Marqués y otra parte la pusieron el gobierno de la ciudad y los industriales.  La mano de obra la pusieron los indios otomíes que fueron supervisados por españoles y el mismo Marqués. Tardaron unos trece años en concluirla. Además del acueducto se construyó una fuente donde cayera el agua y una red de tuberías que la llevara a otras fuentes que se fueron construyendo en diferentes partes de la ciudad para que toda la población tuviera acceso al agua limpia. Una vez que se dió por terminada la obra, se hicieron fiestas durante quince días seguidos para festejar y dar las merecidas gracias tanto al Marqués como a la población indígena que hicieron posible la obra.  El acueducto funcionó hasta principios del siglo XX. Hoy en día es considerado uno de los más bellos monumentos históricos de la ciudad. 

Si bien Querétaro había logrado ser una de las ciudades más industriosas de la Nueva España, no toda la población gozaba de las riquezas; la sociedad estaba dividida en varios niveles. A la clase alta pertenecían los españoles y criollos, le seguían los mestizos, los indígenas y por último las castas. Cada uno de estos grupos se dedicaba a diferentes actividades. Españoles y criollos eran hacendados, obrajeros, comerciantes, funcionarios públicos o profesionales. Los mestizos se dedicaban principalmente a los oficios; la mayoría de los indígenas eran peones dentro de las haciendas y también cultivaban sus propias tierras (para su consumo); los negros y mulatos libres y esclavos trabajaban en el servicio doméstico, en las haciendas y los obrajes. Las condiciones en que trabajaban las clases más bajas eran terribles.