Conservar los códices…

La tinta negra y roja 

Miguel León-Portilla  La Jornada   

En librerías comienza a circular el libro más reciente del historiador Miguel León-Portilla, La tinta negra y roja: antología de poesía náhuatl, coeditado por Era-El Colegio Nacional-Círculo de Lectores, que incluye ilustraciones del pintor y escultor Vicente Rojo. Con autorización de los editores, La Jornada ofrece a sus lectores como adelanto de esta novedad bibliográfica, un fragmento de la introducción 

Como en los códices o libros de los antiguos mexicanos, con sus pinturas y escritura jeroglífica, también en éste conviven poemas de aquellos antiguos dueños de la palabra, con las policromías de un moderno pintor, maestro de la tinta negra y roja. 

Los dueños de la palabra fueron hombres y mujeres de lengua náhuatl o mexicana. Entre ellos estuvieron hace muchos siglos quienes edificaron Teotihuacan, la Ciudad de los Dioses, y más tarde Tula, metrópoli de los toltecas. También la hablaron los aztecas o mexicas en la urbe de Tenochtitlan, señora de la región de los lagos en el gran Valle de México. Y la tuvieron asimismo como materna otros muchos en distintos lugares de lo que hoy se conoce como Mesoamérica. Abarca ella el centro y sur de México, así como Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y regiones cercanas de Costa Rica. 

El náhuatl no es una lengua muerta. Hoy se escucha en no pocos lugares en tierras mexicanas y aun fuera de ellas. Son cerca de dos millones de personas quienes la mantienen viva y, entre ellas algunas la cultivan para crear la que se conoce como Yancuic tlahtolli, la “Nueva palabra”. 

Consta, además, gracias a la arqueología, los códices indígenas y otros manuscritos sobrevivientes, que en náhuatl se escribieron textos con una rica temática: composiciones poéticas con connotaciones religiosas, líricas, guerreras, y aun eróticas. Se conservan también relatos legendarios acerca de los orígenes divinos, cósmicos y humanos. Y los hay asimismo de contenido histórico o didáctico, no pocos de ellos portadores de lo que fue la arraigada sabiduría de los pueblos nahuas. 

Pero antes de esclarecer cómo dichas expresiones han llegado hasta nosotros, interesa comentar por qué buen número de esas composiciones en náhuatl con su traducción al castellano se presentan bajo el título de La tinta negra y roja. 

Son estas palabras traducción de tlilli, tlapalli, cuyo significado esclarece un antiguo texto. Es éste una exhortación a un joven estudiante (Códice florentino. VI, f. 180 r.-v.): 

Xicmocuitlahui in tlilli, in 

tlapalli,  

in amoxtli, in tlahcuilolli, 

intloc, innahuac ximocalaqui 

in yolizmatqui, in tlamatini. 

Cuida de la tinta negra y roja, 

los libros, las pinturas, 

colócate junto y al lado, 

del que es prudente, del que 

es sabio. 

La tinta negra y roja es expresión del género de los difrasismos o vocablos pareados, muy abundantes en náhuatl, que metafóricamente connotan determinadas ideas y objetos. En este caso el señalamiento se dirige a los libros –los códice indígenas con pinturas y signos glíficos– y también a las pinturas mismas que cubrían muros en los templos, palacios y escuelas. La exhortación aclara en seguida que, para comprender lo que aporta la tinta negra y roja, es menester colocarse al lado de quien es prudente y sabio, para escuchar sus palabras. Éstas, vinculadas o no al contenido de los manuscritos, eran los medios de transmisión. Los libros se hacían con papel de amate, un árbol del género de los ficus, y también en pieles de venado al modo de pergaminos. En ellos se consignaba lo que los tlahcuilos, a la vez pintores y escribanos, habían registrado. Éstos comunicaban así lo declarado por los tlamatinime, “sabios”, los teopixque, “sacerdotes” y los tlahtoque, “gobernantes”. 

¿CÓMO LO TRASMITIDO POR LA PALABRA Y LA TINTA NEGRA Y ROJA HA LLEGADO HASTA NOSOTROS, CONSUMADA LA CONQUISTA ESPAÑOLA? 

En los tiempos prehispánicos, tanto en el hogar como en los templos y las escuelas se comunicaba la antigua palabra portadora de sabiduría. El Códice florentino refiere cómo ocurría su transmisión. En el hogar eran los padres los que expresaban los consejos tocantes al transcurrir de la vida, cuando el niño o la niña llegaban a la edad de discreción e ingresaban a la escuela y, más tarde, cuando iban a contraer matrimonio, y al conocerse que ellos, a su vez, iban a tener un hijo. De forma institucionalizada también se comunicaba el antiguo legado en las telpochcalli, “casas de jóvenes”, en las cuicacalli “casas de canto”, y también en las llamadas calmécac, “hileras de casas”, las de nivel más elevado, centros de enseñanza religiosa, jurídica, literaria, histórica y astrológica. 

Al referirse a los calmécac el Códice florentino (III, f. 39 v.) describe lo que allí se estudiaba: 

Huel nemachtiloya in cuicatl,  

in quilhuia teocuicatl, 

amoxohtoca 

ihuan huel machtiloya in 

tonalpohuilli, 

in temicamatl ihuan in  

xiuhamatl. 

Bien se les enseñaban los 

cantos, 

los que se dicen cantos 

divinos, 

seguían así el camino del 

libro 

y también les enseñaban la 

cuenta de los días, 

el libro de los sueños y el 

libro de los años. 

Al ocurrir la Conquista española muchos sacerdotes y sabios nahuas perecieron y no pocos de los antiguos amoxtli, “códices” o “libros”, fueron reducidos a cenizas. Se dijo que eran portadores de creencias idolátricas. La antigua cultura corrió entonces peligro de desaparecer. Tan sólo algunos frailes y cierto número de indígenas, con motivaciones a veces distintas, se ocuparon en salvar del olvido cuanto les pareció que importaba de conservar. 

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