Los Zares en el museo Nacional de Antropología
Tríptico de Alexander Nevski.
Foto: Cortesía
Organización Editorial Mexicana
Fernando Allier
El Sol de México
Es casi imposible que haya mexicanos que no conozcan el Museo Nacional de Antropología e Historia en el Bosque de Chapultepec, pero sí que hace muchos años no hayan dejado de asistir a alguna fastuosa exposición que las autoridades del INAH trajeran a este extraordinario edificio que conjuga toda nuestra historia como nación.
Inaugurado en 1964, ha sido restaurado, remodelado y puesto al día recientemente porque por lo menos dos o tres veces al año han montado exposiciones de grandes alcances.
«Faraón» fue una de ellas, a la cual asistieron cientos de miles de personas, además de la llamada «Isis y la Serpiente Emplumada» y recientemente «Encrucijada de Civilizaciones», que culmina con una dedicada a la Rusia Zarista con todo su lujo.
Desde Rusia con esplendor, llegan a México algunas de las piezas del inmenso caudal del Museo Estatal del Ermitage, en San Petersburgo, una parte del imperio considerado en su tiempo la Tercera Roma, heredera de la cultura de Bizancio con 500 piezas representativas de una cultura a caballo entre la europea y la asiática, es hoy la atracción que el Museo Nacional de Antropología e Historia ofrece al ávido público mexicano con la apertura de la exposición «ZARES, ARTE Y CULTURA DEL IMPERIO RUSO», que se inauguró el viernes 5 de diciembre.
Tal exposición, con una museografía exclusiva para México, ya se presentó en Lisboa, ante la Comunidad Europea, brillando por su caprichosa riqueza y señorío. Hay, desde miniaturas de delicada joyería hasta óleos y tapices de gran formato que imponen por su energía y poderío.
Con esto se pretende ofrecer al público mexicano una visión muy completa de los tres siglos de la dinastía Romanov, zares y zarinas de leyenda, entre la brutal historia y lo brusco y sublime del arte de entre los siglos XVI al XX cuando culmina trágicamente la dinastía que surge de la tragedia misma, tinta en sangre.
La exposición, organizada en cuatro módulos, atrapa al visitante desde el principio, con una escena que recrea al Palacio de Invierno, que hoy ubica en San Petersburgo, en Rusia, la sede oficial de los Zares Romanov, ofreciendo La Primavera del Imperio, con Pedro I y con Catalina la Grande, el Verano fructificante, para después exponer un Otoño subyugante con Pablo I y Alejandro II dejando para el final la deslumbrante riqueza de Nicolás II, el último Romanov.
Sala tras sala no deja de impactar la imaginación lo grandiosa que fue esta cultura que siempre quiso ser europea, pero tan alejada de las grandes metrópolis de la Europa central.
«Zares. Arte y Cultura del Imperio Ruso», como su nombre lo dice, se centra en los zares, pues es en ellos que gira la cultura rusa durante esos siglos, que nos muestra «la complicada percepción (de los rusos) de ese lado del mundo, que ha cambiado en menos de 100 años.
La descripción de los 500 objetos puede resultar inacabable, hay carruajes y trineos, trajes de época, joyería de diversos estilos, unificadas en el estilo «zarista» si se puede expresar así, sin importar los tres siglos que abarca, en una museografía que ocupó unos 120 trabajadores del INAH y otros tantos por parte de los rusos.
El trono de Nicolás II es impresionante y los infaltables huevos Fabergé que son característicos.
La longeva dinastía de los Romanov (de 1613 a 1917), desde Pedro I «El Grande» y Catalina II, la no menos «Grande», hasta el trágico Nicolás II, se muestran en todo su esplendor, unos más que otros, superándose a sí mismos, si esto es posible. Acompañan a la muestra dos videos, uno de ellos «Rojo» que expone las brutales desigualdades de los últimos tiempos del imperio. Con imágenes de la época, muchas de ellas brutales y un segundo video denominado «La Mirada de Occidente», es decir, cómo miró el cine hollywoodense a ese esplendoroso imperio, con sus exóticos mitos.
Con esta muestra puede uno darse cuenta lo poco que sabemos y percibíamos acerca de la cultura rusa y también un atisbo de la increíble riqueza de una dinastía que brilló intensamente hasta consumirse en sus fulgores en un mar de sangre.