El origen de la Danza del Pochó
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El Heraldo de Tabasco
Luís Alonso Fernández Suárez
Por la década de los setenta, fui al poblado de Usumacinta, también llamado Cabecera por haberlo sido alguna vez del municipio, y allí escuché que antiguamente el juego del Pochó se practicaba en ese pueblo, pero que en cierto momento comenzó a jugarse también en Tenosique, hasta que poco a poco desapareció en Usumacinta.
La danza, como ha ocurrido con los nombres de personas y lugares, permanece sufriendo cambios a través del tiempo. Según nos platicaban las personas mayores cuando éramos niños, en un momento de la danza, los cojós se quitaban una soga que llevaban enrollada en la cintura y las arrojaban por encima de las vigas (las casas se construían con orcones, o troncos de árboles, sobre los que se armaba la trabazón de vigas para colocar el techo), y los tigres subían por ellas para esconderse entre los largueros. Los cojós, con los chiquish, o caravinas viejas, les apuntaban para ‘dispararles’, como hacen los niños en sus juegos, y los tigres descendían ‘muertos’ por las sogas.
Siempre se ha sabido que los cojós son la representación del soldado español, es lo que Bartlett se reserva por no tener manera de comprobar dicha hipótesis, pero otros autores han sido más explícitos. Uno que así lo dice es Sadi Dupeyrón, autor de un breve trabajo titulado El juego del Pochó: «los cojós son representación de los conquistadores españoles. Los tigres identifican exactamente a los primeros cuatro hombres creados del maíz». Debo decir que, en parte quizás, sea yo responsable de la segunda parte de la afirmación anterior, o sea la identificación de los danzantes tigres con los cuatro personajes del Popol Vuh, pues soy autor de un trabajo sobre el cual siempre he reconocido su naturaleza literaria, el cual escribí después de leer el Libro del Concejo de los mayas. En ese tiempo no existía más literatura que la monografía de Bartlett, y me dediqué a entrevistar a algunas personas para indagar qué significaba la danza.
Sobre esa interpretación se han abierto muchos senderos, algunos producto de la imaginación, como fue el caso de mi texto al que titulé La leyenda de los cojós. Recientemente conocí dos trabajos: Cambio y continuidad en el juego maya del Pochó en el siglo xx (1926-2000), del antropólogo Rubicel Alejo Tépate, trabajo breve y mesurado, y el ya nombrado de Dupeyrón, donde el autor resuma más entusiasmo y misticismo del recomendable en un trabajo científico, pero que a pesar de las incorrecciones en que cae al mezclar mitología grecorromana, religiones hindú, hebrea y cristiana con lo maya, señala cuestiones importantes.
Según este autor, el conocimiento de la danza del Pochó se fortalece con el conocimiento de un hecho ocurrido en el antiguo Izancanac, hoy Canizán, en donde fue torturado y asesinado el último tlatoani. Dice Dupeyrón que su madre (¿de Cuahutémoc?), la princesa chontal (sic) Cuahuyantitlani, lloró amargamente la muerte de su hijo. Sin embargo, este autor no explica en dónde está la importancia de este hecho histórico para la comprensión de la danza, a pesar de que plantea, en forma de pregunta, el dato de que danzantes mexicanos llegaban todos los años a bailar a Canitzán los días veintiocho del mes de febrero. O esta otra: ¿Por qué no la danza podría representar una semblanza del motivo de la conquista y el asesinato vil y descarado del último rey de México? Esta pregunta, de manera asertiva sería: ¿Está relacionada la danza del Pochó con el acontecimiento de la muerte de Cuahutémoc? ¿De qué manera?
De hecho, esta es la pregunta eje sobre la cual realizo el presente trabajo, y he podido responderla porque, producto de mis lecturas sobre el tema, centré mi atención en la figura del cacique Apax Bolón, la cual esclarece todas las incógnitas que se presentan acerca de este tema, que debe ser abordado no sólo con imaginación sino también con el mapa del método científico. Para entender a cabalidad las ideas que presento en este trabajo, se deben responder las tres preguntas siguientes: ¿quién?, ¿cómo? y ¿por qué?
Como respuesta tenemos que fue el poderoso comerciante, señor de la región de Acalán, cuyos enviados recorrían los ríos en canoas, comerciando y cobrando impuestos. Apaxpolón dijimos se llamaba este personaje que disponía de una organización poderosa que le permitía vigilar y controlar lo que ocurría en su vasto señorío (como lo muestran las palabras, recogidas por Cortés, del indígena que le revela la identidad del hijo del cacique de Acalán, y le pide al conquistador que no diga que fue él quien le dijo aquello, «porque si se sabía que él me había avisado, le mandaría matar Apaxpolón y quemaría toda su tierra») para que una orden suya fuese cumplida a la letra aun en su ausencia. Esta influencia llegó hasta nuestra época (s. XX y XXI), pues para el pueblo que baila la danza es un conocimiento verdadero que aquel que transgreda las reglas del rito será severamente ‘castigado’ por el dios Pochó.
¿Por qué decidió Apaxpolón dar sepultura a Cuahutémoc y ordenar la conmemoración de la fecha de su muerte cada año? Para responder esta pregunta veo tres motivos: Primero, que siendo él un principal, si bien no a la altura de los señores de Tenochtitlán, si el de mayor jerarquía en estas tierras, temía correr la misma suerte que aquellos si se presentaba ante Cortés, y cuando se llevó a cabo la ejecución, comprendió que se debía mantener el respeto y la admiración (que quizás él mismo sentía con sinceridad) y, por qué no, veneración por estos personajes por parte del pueblo, pues de perderse estos sentimientos podría ser pie para el inicio de su propia decadencia.
Segundo, para esos momentos no debía estar muy claro para los habitantes de estas tierras cuál era la situación real en Tenochtitlán, y cabría esperar que se recuperaran y otro líder dirigiera una nueva lucha, y llegaran a cobrar cuentas, que en su caso (de Apaxpolón) serían por omisión. Y como tercer punto, relacionado con los dos anteriores por supuesto, está el hecho de que de ningún modo es cosa fácil cambiar las formas arquetípicas del pensamiento social, por lo que podemos entender que no era posible (para los indígenas) aceptar que un emperador, un hombre que hasta hace poco tiempo era dueño, prácticamente, del mundo conocido, permaneciera enterrado en una fosa común y en el olvido. Este último principio fue el que debió comprender Cortés que operaría en la corte de Carlos V a la llegada de Cuahutémoc, lo que lo llevó a cometer un acto que resultó inexplicable tanto para los autores de entonces como para los actuales.
Claude Fell, en su ensayo Historia y ficción en Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, dice:
«Igual que el novelista, el historiador ‘cuenta’. Sin embargo, cada uno maneja los eventos de manera fundamentalmente diferente: lo referencial constituye, en la novela histórica tradicional, un marco adecuado para crear un ‘ambiente’ exótico o pintoresco, mientras el historiador aborda el acontecimiento en su especialidad, sabiendo, como dice Paul Veyne, que los hechos no existen por sí solos.»
BIBLIOGRAFÍA
1. Ruz Lhuillier, Alberto; «Los antiguos mayas». Fondo de Cultura Económica. Colección Popular. México 2000, 2da reimpresión.
2. Vega Martínez, Pedro; «La ruta trágica de Hernán Cortés. Coatzacoalcos – las Hibueras». Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. México 1991.
3. Bartlett Bautista, Manuel; «El Pochó, cojoes, tigres y pochoveras. Interesantes costumbres tradicionales de Tenosique, Tabasco». El autor. México 1926.
4. Alejo Tépate, Rubicel; «Cambio y continuidad en el juego maya del Pochó en el siglo xx (1926-2000). El autor. México.
5. Dupeyrón, Sadi; «El juego del Pochó» El autor. México.
6. Fernández Suárez, Luis A.; «La leyenda de los cojós». El autor. México 1973?