La U A Q en 1970

Las revueltas de los años 70

En 1976, el estudiante Iván Pérez Guzmán, presidente de la Federación de Estudiantes, fue baleado y el asunto terminó con la quema de 2 patrullas en la explanada de rectoría

Foto Archivo gráfico UAQ.

Diario de Querétaro

Redacción

En la década de los 70 México ansiaba cambios. Después de la matanza del 68, la sociedad se convenció de aspirar y buscar otras formas de relacionarse consigo misma y con el mundo.

Desde el autoritarismo y el patrimonialismo (el manejo de la cosa pública como extensión del patrimonio personal del gobernante), el Estado controlaba los movimientos y matices de la sociedad, de sus colectividades, de sus ayeres, de sus quehaceres, de sus porvenires, de sus grupos e individuos, la agenda y sus frutos. También los cambios, en una sociedad diseñada para perdurar.

La Institución salvaguardaba el estado de cosas y era la que propondría y ejercería el monopolio del cambio; un monopolio más. Personalidad disociada; cambiar para perdurar. Explosiva combinación.

Si la alternativa para los ciudadanos era opinar y buscar soluciones desde las Instituciones, la exploración, el diálogo, la discusión y crítica del cambio se hacía en un terreno ajeno al control del omnipresente Estado, en las universidades y en el dominio de los intelectuales en asociaciones dentro y fuera de ellas, muchas de éstas no reconocidas, otras francamente prohibidas en un extremo y otro. Asociaciones gremiales, políticas, estudiantiles, culturales, etcétera, en ellas se discutía la problemática del país, los cambios, las formas, los métodos, los caminos y los horizontes.

La vida del país, la vida de su gente eran controladas, dirigidas o proscritas. Era vivida por sus instituciones. «El Milagro Mexicano» era una comedia; una mentira; un autoengaño colectivo.

Si el diálogo estaba pervertido o impedido para la comunidad con ella misma, o era un acto mas del monólogo sin fin del Estado, sería muy complicado o violento encontrar una solución dentro de una sociedad relacionada corporativamente consigo misma y con sus derechos, en realidad ejercidos por necesidades y caprichos del Estado Patrimonialista.

Las universidades, los intelectuales y los Centros en torno a las Artes y la Cultura encararon de una u otra manera la necesidad del País y de todos por cambiar.

En Querétaro, la Revuelta Estudiantil-Universitaria desde el 73 con «Voz Crítica» que dirigía Salvador Cervantes, al 82 con la disolución del CEDUQ; y la Revuelta del Espíritu en la Casa de la Cultura en la Casa de Ecala, animada por Lupita y Paula de Allende fueron el centro del cambio por el cual fueron posibles nuevas formas de vernos, reconocernos y relacionarnos entre los integrantes de esta comunidad.

LA REVUELTA ESTIDIANTIL UNIVERSITARIA

Esta revuelta tuvo dos etapas: la de «Voz Crítica», una publicación estudiantil universitaria que funcionaba como centro de asociación, crítica y activismo, dirigida por Salvador Cervantes, que fue en los hechos una rebelión frente al estado de cosas; y la etapa del CEDUQ (Consejo Estudiantil Democrático Universitario de Querétaro) del 76 al 82 aproximadamente, que fue una revuelta que propuso la forma, el contenido, la agenda, los métodos y caminos del cambio; y exploró y trató de adivinar sus horizontes y destinos.

Esta revuelta fue muy intensa y amplia. Su centro era académico, lo cual la diferenció de las otras revueltas en las universidades del país y la hizo tener legitimidad y arraigo; además garantizó su honorabilidad y trascendencia.

Aparte de lo académico, cambió la vida política, organizativa y administrativa de la Universidad. Su pensamiento cristalizó en proponer la Universidad como una institución al servicio de la comunidad. No como un extensionismo de un ente metacultural, ni como un difusor de un aparato con vida fuera de la vida de la comunidad.

Esa visión de una institución al servicio de la comunidad lo llevó a aventurarse en los problemas de una sociedad que buscaba un cambio en la relación con los poderes, con el Estado, con la manera de relacionarnos todos y con los horizontes para otro México, el México que formáramos todos, no el México del todopoderoso Estado. En el que valiéramos todos, donde pudiéramos ser uno mismo en los otros.

Esa visión y sensibilidad puso a la revuelta en el centro del huracán, contra un Estado omnipotente, omnipresente, hegemónico, pétreo, inmutable que así terminó por asumirla como obstáculo para las reformas que desde las entrañas mismas del «ogro» se diseñaba para darla como una dádiva filantrópica más a su pueblo. Así: la reforma política, la reforma educativa y la reforma universitaria.

Asimismo, el término de ciclos académicos universitarios y la asunción de estudiantes dogmáticos, académicamente pobres, bolcheviques y acríticos, con su tradición de los marxismos y la academia del cambio en nombre de Marx, llevó a la derrota a una década de revuelta rstudiantil-universitaria legítima, original y brillante.

Es cierto, hubo grupos diferentes: los bolcheviques, los reformadores, los desesperados, los que buscaban subirse al barco del Estado y garantizar la subsistencia, los que buscaban posicionar su izquierda y arribar paulatinamente al poder ya sin revuelta y sin izquierda, los militantes, los insurrectos y más. Pero la verdad es que había tantas tendencias como rostros, matices y giros; cada cabeza un mundo y una forma de pensar, creer y hacer. En lo que coincidían todos: construir un cambio democrático para su entorno, la universidad y el país.

Esta revuelta fue estudiantil, académica; pero su vocación fue de cambio. Así, fue un contagio que creció rápidamente dada la necesidad de la sociedad por buscar una salida a la situación asfixiante del país y el monólogo del Estado. Eso explica su influencia en la vida universitaria, en maestros, trabajadores, estudiantes, autoridades e Institución. Y sólo hay que consultar la cantidad de cambios organizativos, políticos, administrativos y académicos que se propiciaron en ese periodo.

Así también en la vida de la comunidad, desde la defensa de demandas y derechos civiles: libre asociación, voto efectivo, democracia en la vida toda del país, libertad de pensamiento, de género, sexuales, culturales, educativas, académicas, etc.; la actividad en sindicatos como el de Tremec en el 80-81( una fábrica de la industria metalmecánica con cerca de 5000 obreros que se desafilió de la corporativa e inmortal CTM y desafió a su eterno líder Fidel Velázquez), en comunidades rurales, la alfabetización, en la Normal del Estado y en el movimiento legendario de ésta en mayo del 81.

Fue toda una revuelta que demostró que se podía proponer un cambio también por la comunidad y participar con las instituciones en él, pedir propuestas, dar propuestas, dialogar y diseñar formas nuevas y nuestras para relacionarnos y buscar horizontes como ciudadanos, como civiles.

Fue ante todo, una revuelta democrática.

Algunos nombres: Fidel Soto, Jesús Rosales, Mauro Betancourt, Guillermo Díaz de León, Arturo Gómez, Gabriel Solís, José Casas, Tere Armengol, Ana Rosa Torres, Vicente Osorio, Julio César Cervantes, Susana Rojo, Sergio Zúñiga, Sixto, Gabriel Torres, José Luis Pérez, Lourdes Armengol, Fernando Tapia, Jaime Cardozo, Saúl Pérez, José Betanzos…

Otros más: Adolfo Chacón, Carlos Dorantes, Adalberto Rangel Ruiz de la Peña, Manuel Guzmán, Luis Fernando Flores, Carlos Galindo, Modesto Cervantes, Marco Macías, José López, Ángel Balderas Puga, Rosendo Lara, Carlos Méndez, Araceli Colín, Luis Angel, Javier García Muñoz, Francisco García Muñoz…

Menciono los que mi limitada memoria recuerda, pero eran cientos en toda la universidad. Cada cabeza un mundo; cada rostro personalísimo, auténtico. Llenos de deseos, deberes, responsabilidades, sueños que se asociaban en torno al cambio de la institución y de la vida en el país, que se veían dibujados en el otro. Fue por la actividad de tantos universitarios que esta comunidad supo que era capaz de cambiar.

Pero el Estado tenía planes propios y reformas; las impulsó. En algunas Universidades de manera autoritaria o pervertida; en la nuestra, por un político joven, brillante, reformador y capaz, que desde la rectoría dirigió reformas entre las del Estado y las propias, que en esos tiempos álgidos de agitación, garantizaron la supervivencia y consolidación de la Universidad: Mariano Palacios.

La manera en que se resolvió este entuerto echó raíces y definió las formas de relación entre quienes construirían este intento de convivencia civilizada y con aspiraciones de democracia, que desde esos años ha determinado el cómo somos en los demás y en nosotros mismos. Desde las aspiraciones, matices, voluntades, deseos, fantasías, hasta los fines, métodos, modos, agendas, prospectivas, etc., en la vida civil e institucional.

También en su tiempo se logró la escisión de la revuelta estudiantil-universitaria. Si la reforma del rector en el 79 garantizó la vida institucional, la división de la revuelta universitaria no nos dejó nada.

Sobre los despojos de aquellas contiendas se construyó esta sociedad que se autodefine ‘Democrática’, sin haber pensado aún en el carácter autoritario, patrimonialista, corporativo y burocrático, al cual nunca ha renunciado.

Con la escisión de la revuelta y su ninguneo se detuvo académicamente el espíritu crítico que alimentaba la imaginación y creatividad, fresca y original; legitimidad de dicha revuelta.

Los acuerdos, el sometimiento, la expulsión y el ninguneo sólo trajo silencio. Dejó el espacio vacío para las alternativas académicas postmarxistas, transestructuralistas, neo ingenierías sociales, que han legitimado la depredación sin límite del planeta y han llevado a la ruina moral, económica y espiritual del mundo. Y sólo hay que ver el desastre ambiental, político y económico que vivimos y que perpetúa a México como el país de la desigualdad como lo describió Alexander von Humboldt hace mas de 200 años; o las monstruosas ciudades, monumentos a la irracionalidad y estupidez de la raza humana y en lo cual rivalizamos con los españoles como con los estadounidenses. No por monstruosos somos más modernos.

¿Podría haber reforma sin el sacrificio de la revuelta?

Yo creo que sí.

Pero finalmente vivíamos en un país que no dialogaba, que negaba al otro y aún más, lo exterminaba o lo ninguneaba.

Había algo más que intolerancia, que distancia; éramos extraños todos. Un bosque de cactus.

Podría haber sido que el espíritu crítico que le dio rostro, corazón y personalidad a la revuelta, tarde o temprano hubiese hecho la crítica de los pensamientos cúspide de la modernidad; los marxismos y las ingenierías sociales y sus versiones post, trans, neo, sobre, meta, etc., y que ha prolongado nuestra idea de modernidad, la depredación, la irresponsabilidad e indolencia en nuestra relación con el mundo y los otros; el extravío.

O tal vez de la aparición de la fe moderna marxista o capitalista.

El silenciar y condenar al peregrinaje a la revuelta, no nos dejó nada.

Dejó una derecha que no ha propuesto nada, que piensa poco y manotea mucho.

Dejó un grupo de izquierda provinciano, retobón, limitado en noticias, acrítico y cortesano.

Un puñado de académicos atentos al tabulador. Otros, a las fluctuaciones del poder y sus escaños. Otros más en el frenesí de hacer dinero.

Ausencia de Ideas.

Hemos desperdiciado hasta ahora la oportunidad de construir una forma democrática de relacionarnos, sin trampas, sin mentirnos.

La ambición sin límite ha envilecido las relaciones con los otros, la palabra, lo que somos y lo que sabemos.

La Revuelta Estudiantil-Universitaria, fue más que una Contracultura, fue una visión del mundo y una Ética. Su escisión, persecución y ninguneo nos ha dejado sólo silencio. Nuevamente el silencio aterrador de la depredación y el éxito.

La Revuelta fue un vuelo abatido, interrumpido antes de su medio día. La visión de la particularidad y el todo, el deslumbramiento y la caída.

Muchos, en ese instante entre el ascenso y la caída intuyeron las limitaciones de las academias del cambio, modernas, de las vanguardias; la búsqueda del progreso y el futuro. Esa visión, esa intuición debe llevarnos a mirarnos de otro modo, entre nuestras tradiciones y modernidades. Reinventarnos ahora.

Esa visión del mundo, agonía de nuestra idea de modernidad, debe llevarnos a replantear en nuestros centros de saber y en nuestros saberes. ¿Qué está por ventura en pie? Como se cuestionaban los antiguos Tlamaltinime. Darnos un rostro y un corazón. Nombrarnos. Atrevernos a ser.

* Parte primera del escrito sobre Las Revueltas de los 70s en Querétaro; la segunda parte será «La Revuelta del Espíritu».

** Adelanto del libro «Julio Castillo, Gerardo Esquivel; lo NU» que aparecerá este 2009.