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MIS FRANCESES   Hugo Gutiérrez Vega 

 

La Jornada Semanal  

Arreglando mi biblioteca para el donativo, que de gran parte de ella, haré a la Universidad Autónoma de Querétaro, me encontré a mis viejos amigos franceses y me dieron ganas de leerlos de nuevo.  

El primero que apreció en escena fue Roger Martin du Gard. Su Confidencia Africana, Jean Barois y su excelente novela río Los Thibault, ocupaban la mitad de un estante. Recordé una de las novelas (tal vez la más entrañable y emocionante), La muerte del padre y volví a vivir (uno vive con los libros) la larga agonía en la casa de campo, las canciones infantiles que acompañaban al moribundo, las largas horas nocturnas y la madrugada turbia con su precaria esperanza. Pasé las páginas y vi las manifestaciones pacifistas en contra de la “gran guerra”, la despedida del soldado en la estación de ferrocarril y el retorno con los pulmones deshechos por obra y gracia de los terribles gases teutones.  

La otra parte del estante la ocupaban Jules Romains y sus “Hombres de buena voluntad”. Esta ejemplar novela río describe, como Los Thibault, una etapa de la historia de Francia, desde la perspectiva de un conjunto de hombres y de mujeres de vida sencilla y, sobre todo, de buena voluntad. Pensé en la necesidad urgente de buenas voluntades que nuestro país y el mundo entero tienen en este momento de guerras, plagas, pobreza, violencia, torpezas gubernamentales y voracidades empresariales (Vale la pena leer de nuevo la oda en la que Pound habla de la usura bancaria).  

El diario de un aspirante a santo de Georges Duhamel, médico y escritor, me hizo recordar al tembloroso Salavin y a ese modelo de virtudes burguesas que es el Notario de El Havre.  

Me detuve un buen rato con Mauriac, su Desierto del amor y La Farísea, personaje tan poderoso como el Tartufo de Molière. Mauriac, al igual que Bernanos, fue una de los escritores católicos franceses que apoyaron a la República Española y que vieron los graves peligros que se ocultaban detrás de las sotanas y de las capas militares de la “Santa Cruzada”.  

El diario de un cura de campo, La nueva historia de Mouchette y La alegría de Bernanos, aparecieron de pronto. “”Todo es gracia” decía Bernanos en un momento terrible de la humanidad. En Los grandes cementerios bajo la luna habla de la crueldad franquista y se aferra a una de las virtudes teologales, la más bella y frágil. Me refiero a la esperanza.  

Gide, Julien Green, Malraux , Maurois, Giono Ramuz… completaban el estante ahora vacío. Leí unas palabras del diario de Green y otras de “Juan Azul”. Regresé a mi Guadalajara de los cincuenta y pensé en su élite intelectual que, como la del San Petersburgo zarista, cultivava con esmero el pesnamiento y el arte de la maravillosa Francia. Terminé mis memorias llevando entre las manos una novela ya olvidada Agustín o el maestro está allá de Joseph Malegue. Un amigo, el Licenciado José Arriola Adame, la estaba traduciendo al español. La muerte no le permitió culminar su empresa. Agustín es la gran novela sobre la cultura católica de las primeras décadas del siglo XX.  

Aquí estoy frente al estante que mis franceses habitan y convierten en una fuente de vida, “Si la semilla no muere” me dije pensando en Gide. Esta semilla crecerá y dará frutos entre los muchachos de mi universidad. Por estas razones seminales los viejos tenemos que donar nuestras bibliotecas.