«Las manos son la fuerza,
y el cerebro todo lo demás»
AURORA INTXAUSTI
El País
Estudia de cinco a siete horas cada día. Pero no son suficientes para él. Le persigue el tiempo y la sensación de que está retrasado, de que empezó tarde y que aún le falta mucho por aprender. Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) siente el piano como una droga. Unas le eleva al cielo y otras a veces le sume en infierno. Hoy y mañana interpretará el concierto Emperador de Beethoven en el Auditorio Nacional con
«Con los años he descubierto que se aprende enseñando»
Las manos son cortas y los dedos, gruesos. Nada que ver con las de la mayoría de los pianistas. «Los sonidos están en el cerebro. Las manos son la fuerza de choque; el cerebro, todo lo demás. Si pensamos que el enemigo es el piano, el combate se tiene entre los dedos y las teclas, pero toda la intendencia y el cuartel general están en la cabeza. Es un instrumento capaz de producir sonidos de una belleza tal que hay que buscarlos». ¿Y qué ocurre cuándo los encuentra? «Felicidad plena. Te hacen sentir como nunca imaginaste porque todos los poros de tu piel están sensibles a eso que has descubierto. No se consigue muchas veces y pasas la mayor parte del tiempo intentándolo».
En esa incesante búsqueda se ha ido la mayor parte de su vida. Es un hombre muy disciplinado en lo que se refiere a la música y terriblemente desordenado en el resto de su vida. «No en cuanto a las ideas, que las tengo muy claras, sino en las cosas cotidianas que siempre he considerado superficiales».
Desde hace 20 años, esa cotidianidad se reparte entre Dallas, donde imparte clases a un reducido grupo de alumnos en