Crisis e imaginación…

 

«Si tomamos a la gente por tonta,

al final lo será»  

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 

El País   

La última comida que organizó Carola Moreno (Madrid, 1955) para presentar uno de los libros de su editorial, Barataria, se celebró en casa de su madre y cocinó ella misma.  

Cosas de la inefable crisis. «Cuando falta el dinero», dice, «hay que agarrarse a la imaginación, seguir haciendo lo mismo pero sin gastar».  

Café Central Madrid  

La editora, último premio Nacional, tira de imaginación contra la crisis 

Lo de meterse en la cocina es parte de una estrategia que se acompaña con el intercambio de derechos de autor con editoriales extranjeras: «Como no podemos pagar grandes adelantos usamos el trueque. Parece tan obvio que lo raro es que no se haya hecho antes». Además, se ha unido a otras seis editoriales independientes dentro de la asociación Contexto, un colectivo al que, con menos de un año de vida, el Ministerio de Cultura le ha otorgado ya el último Premio Nacional a la mejor labor editorial. 

Carola Moreno ha elegido el Café Central -donde se resigna a posar en el escenario- porque la historia del local se mezcla con la de su familia. Su tío, Francisco Moreno Galván, pintor y letrista del cantaor José Menese, participó en la decoración del café cuando se abrió. Incluso el nombre remite al clásico Central de La Puebla de Cazalla, el pueblo sevillano del que procede Moreno y, con Barcelona, una de las dos sedes de Barataria. 

Mientras ataca la frondosa ensalada, la editora cuenta que en la Ciudad Condal trabajó en sellos de arquitectura hasta que hace siete años se lanzó por su cuenta. Eligió un nombre quijotesco, pero no se olvidó de hacer números: «Tuve que aprender qué pasa cuando un libro sale de la imprenta». Y se dio cuenta de que más allá de las prensas había un lugar decisivo: la librería. «El librero», reflexiona, «es la parte fundamental y la más débil de la cadena. Los libros los venden ellos: sus recomendaciones son más importantes que cualquier campaña de publicidad. Un buen librero es un lector que conoce su oficio, no alguien que sólo sabe buscar en un ordenador. Su protección es prioritaria. Se necesitan ayudas institucionales. Como las que tiene el cine, por ejemplo. Si no, desaparecerán. Y sin ellos se acabaron la diversidad, los autores, los lectores, la cultura». La realidad, parece, tiene más espinas que la dorada que vuela de los platos. «El boom de las editoriales pequeñas no habría durado ni dos días sin libreros que entendieran nuestro proyecto». 

El suyo empezó con una antología de escritos anticlericales y ha seguido con autores como Patricia de Souza, Carlos Herrero, Beppe Fenoglio y Leo Bassi. Abundan los transalpinos porque Carola Moreno estudió en el Liceo Italiano, aunque no se detiene en el queso provolone del menú. Tampoco le gusta detenerse en sí misma: «A veces se habla más de los editores que de los libros». 

Con todo, cuenta que sus padres querían ahorrarle el atracón de espíritu nacional y la matricularon en aquel liceo cosmopolita -«y gratuito»- en el que convivían «hijos de gente de la cultura con chavales del barrio». Mientras apura un café más negro que el panorama financiero, Moreno dice que aquella mezcla forjó su espíritu crítico -«La capacidad de disentir es parte de una sociedad sana; aquí la gente se toma las críticas como ataques personales»- y marcó su filosofía editorial: «No quiero que mis libros sean para cuatro intelectuales. Cualquiera puede disfrutar con un buen libro. Si tomamos a la gente por tonta terminará siéndolo». 

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