La Pobreza y la «Populorum Progressio»

Actualidad de la enseñanza social

de la encíclica

Populorum progressio 

Miguel Concha Malo 

 

La Jornada Semanal  

1. INTRODUCCIÓN  

La conmemoración del cuarenta aniversario de la Encíclica Populorum Progressio del papa Pablo VI es una oportunidad para valorar la actualidad de sus planteamientos y volver a rescatar lo certero de sus advertencias. Según muchos especialistas en la doctrina social de la Iglesia , este documento no únicamente tiene la virtud de volver a proyectar sobre el mundo el magisterio pontificio en materia social, como ya lo había hecho el papa Juan XXXIII en su Encíclica Pacem in Terris,  

Sino de poner de manera apremiante en el centro de sus preocupaciones no tanto el tema del desarrollo, que desde luego aborda desde Europa a partir de criterios y principios éticos inobjetables, sino sobre todo el del subdesarrollo de los países pobres. Mejor todavía, la situación de injusticia en la que se encuentra cierta cantidad de pobres en la mayor parte de los países del mundo. Así lo indica el propio Papa en el número 76 de su documento, cuando, recordando su alocución a los padres del Concilio Ecuménico Vaticano II, después de su visita a la sede de la Organización de las Naciones Unidas en 1965, expresa que “la condición de los pueblos en vía de desarrollo debe ser el objeto de nuestra consideración o, mejor aún, nuestra caridad con los pobres que hay en el mundo –y éstos son legiones infinitas– debe ser más atenta, más activa, más generosa”. 

 “Combatir la miseria y luchar contra la injusticia –añade– es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos y, por consiguiente, el bien común de la humanidad.”  

Por ello, en este comentario quiero en primer lugar resaltar las convergencias, muy probablemente involuntarias, que treinta años después se dieron entre las enseñanzas del papa Pablo VI y el profesor y presidente del Trinity College de la Universidad de Cambridge, Amartya Sen.  

Para ello hago uso del ilustrativo librito de otro economista crítico, Javier Iguiñiz Echeverría, profesor en la Universidad de Lima y en varias universidades de Estados Unidos, en el que además pone también de manifiesto los puntos de diálogo y de convergencia entre los planteamientos del Premio Nobel de Economía 1998 y los del teólogo peruano fray Gustavo Gutiérrez Merino, O. P., a partir de la década de los setenta, y desde luego entre el intelectual católico francés Denis Goulet y el papa Pablo VII.  

Por honestidad hago notar que las citas referidas a ambos autores están tomadas de ese mismo libro. No puedo dejar, en efecto, de mencionar que después de la Segunda Conferencia General de Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en Medellín, Colombia, del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968, el tema del subdesarrollo ha sido abordado en nuestro continente desde la perspectiva histórica de la liberación, como lo reconoció en 1987 el mismo papa Juan Pablo II en su Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, núm. 46, lo cual en nada disminuye la trascendencia de los planteamientos del papa Pablo VI, como se verá más adelante. “Recientemente –expresa Juan Pablo II en el número de la Encíclica mencionada– en el período siguiente a la publicación de la Encíclica Populorum Progressio, en algunas áreas de la Iglesia católica, particularmente en América Latina, se ha difundido un nuevo modo de afrontar los problemas de la miseria y del subdesarrollo que hace de la liberación su categoría fundamental y su primer principio de acción. 

” Teniendo en cuenta la índole de esta publicación, al final tomaré la enseñanza del Concilio Ecuménico Vaticano II y de la Populorum Progressio sobre el sentido cristiano de la propiedad, remontándome a lo que considero es el pensamiento original de Santo Tomás de Aquino. 

2. LA CONCEPCIÓN DEL DESARROLLO   

En una época en que las “décadas del desarrollo” ya le daban mucha importancia a los aspectos meramente económicos, haciéndolo aparecer como un asunto puramente tecnocrático y de planificación, Pablo VI enfatizó que el desarrollo “no se reduce al simple crecimiento económico”, y que, para ser auténtico, “debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”. Para ello cita expresamente al padre L. J. Lebret, O. P. en su obra sobre la Dinámica concreta del desarrollo, publicada por primera vez en francés en 1961 por Les Editions Ouvieres de París, y a quien menciona como “eminente experto” en la materia.  

Y más adelante afirma que tanto para las personas como para los pueblos “el tener más […] no es el fin último”. Antes había asentado con sabiduría que la aspiración de los seres humanos era propiamente “tener más para ser más”. En congruencia con ello, en el núm. 34 de su Encíclica enseña que decir desarrollo “es, efectivamente, preocuparse tanto por el progreso social como por el crecimiento económico”.  

Y como si previera lo que posteriormente se ha tenido que padecer en todo el mundo, añadió: “No basta aumentar la riqueza común para que sea repartida equitativamente. Nos basta promover la técnica para que la tierra sea humanamente habitable.” Y seguramente que, teniendo en cuenta la enseñanza del Concilio Ecuménico Vaticano II, en el sentido de que el ser humano es “el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”, en el mismo número afirma que “economía y técnica no tiene sentido si no es por el hombre, a quien deben servir”.  

Por ello, en un número que sirvió a los obispos de América Latina y el Caribe para introducir las conclusiones de la Segunda Conferencia General, sobre La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio, describe al desarrollo como un proceso integral, no únicamente en clave económico-social y ética, sino incluso, podríamos decir, en clave teológica, en clave pascual, como “el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas”.  

En congruencia con esto, para Pablo VI los sujetos de su propio desarrollo son los seres humanos, llamados por Dios a superarse a sí mismos aunque en solidaridad activa y pasiva con todos los demás, pero también los pueblos, que aspiran a ser por sí mismos artífices de su destino. “El pasado –afirma con energía en este último número– ha sido marcado demasiado frecuentemente por relaciones de fuerza entre las naciones; venga ya el día en que las relaciones internacionales lleven el cuño del mutuo respeto y de la amistad, de la interdependencia en colaboración y de la promoción común bajo la responsabilidad de cada uno.”  

Como es sabido, este tipo de preocupaciones sobre una “economía humana” no era ajeno al pensamiento económico francés, en particular al grupo Economía y humanismo, en el que jugó un papel fundamental el padre L. J. Lebret, O. P., que definía al desarrollo como:  

La disciplina (del conocimiento y de las acciones a un tiempo) del paso, para una determinada población y para las subpoblaciones que la constituyen, de una fase menos humana a una fase más humana, al ritmo más rápido posible, teniendo en cuenta la solidaridad de las subpoblaciones con la población (Goulet 1965, 13).  

3. LAS CONVERGENCIAS DE LOS PLANTEAMIENTOS DE AMARTYA SEN SOBRE EL DESARROLLO   

Lo sorprendente es que treinta años después, para Amartya Sen el desarrollo económico no tiene tampoco sino una función puramente instrumental, pues la finalidad del mismo tienen que ser las libertades reales de las que disfruten los individuos –y entre ellas de manera fundamental el ejercicio de sus derechos–, y por ello mismo el incremento de sus capacidades, ya que, siguiendo a Aristóteles, también para el Premio Nobel el fin de la vida no es tanto lo que la gente tiene, sino lo que la gente es y hace. Es decir, el ser humano libre, emancipado y vivo.  

Como para Pablo VI, ello también implica la eliminación de las principales fuentes de privación de la libertad, como son “la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistémicas, el abandono en que pueden encontrarse los servicios públicos y la intolerancia o el exceso de intervención de los estados representativos”.  

Dando por supuesto que en un régimen democrático deben existir “libertades negativas”, es decir aquellas que no están prohibidas por la ley, sino también “libertades positivas”, que son aquellas que ya están garantizadas en los ordenamientos jurídicos por la comunidad política a nivel nacional e incluso internacional, Amartya Sen en sus trabajos sobre todo insiste en las libertades que el filósofo político mexicano Luis Villoro denomina “libertades de realización”, es decir, en las circunstancias sociales objetivas que les permiten a las personas llevar a cabo lo que ellas quieren hacer y alcanzar lo que ellas quieren ser. Lo que Sen denomina sus “desempeños”.  

Por ello él también propone una definición del desarrollo en términos de aplicación de la libertad, y describe a la pobreza como una falta de oportunidades reales, “dada por las restricciones sociales”, y no sólo “por las circunstancias personales”:  

Una manera de mirar el desarrollo –expresa– es en términos de la expansión de las reales libertades que los ciudadanos disfrutan para perseguir los objetivos que tienen razones para considerar valiosos y, en este sentido, la expansión de capacidades humanas puede ser vista, gruesamente, como el rasgo central de desarrollo.  

La “capacidad” de una persona es un concepto que tiene raíces aristotélicas. La vida de una persona puede ser vista como una consecuencia de cosas que la persona hace, o de logros en lo que es, y ambos constituyen una colección de “desempeños” –lo que la persona logra hacer y ser.  

La “capacidad” se refiere a las combinaciones alternativas de desempeños entre las cuales las personas pueden escoger. Así, la noción de capacidad es esencialmente una de libertad –el rango de opciones que tiene una persona cuando decide qué clase de vida emprender (Dreze y Sen, 1995, 10-11).  

Como en Pablo VI, a ello se debe también su concepción de la pobreza. No tanto como carencia de bienes materiales, ni incluso sólo como falta de oportunidades sociales, sino sobre todo como privación en el ejercicio de libertades de realización, es decir, en el lenguaje de Sen, como privación de capacidades que le impiden a la persona alcanzar los objetivos que se propone para mejorar su condición:  

En esta perspectiva la pobreza de una vida no reside solamente en el estado de pobreza en el que la persona vive, sino también en la falta de reales oportunidades –dada por las restricciones sociales y también por las circunstancias personales– para escoger otros tipos de vida. Incluso la relevancia de los bajos ingresos, magras posesiones y otros aspectos de los que comúnmente es visto como pobreza económica, se relaciona en última instancia a su papel en el recorte de capacidades (esto es, su papel en la restricción severa de las posibilidades que tiene la gente para emprender vidas valiosas y valoradas).  

La pobreza es, pues, en última instancia una cuestión de privación de capacidades.  

Dada la importancia que este deslinde conceptual tiene en la manera como se enfoca el problema del desarrollo en las ciencias sociales contemporáneas, conviene añadir algunas otras expresiones de Dreze y Sen sobre el tema. Ello igualmente pondrá de relieve lo acertado de los planteamientos anteriores de Pablo VI:  

Esta visión más fundacional y amplia de la pobreza tiene que ser mantenida a la vista mientras nos concentramos, como lo haremos muy a menudo en esta monografía, en la privación de tales capacidades básicas como la libertad para vivir adecuadamente por períodos normales de tiempo (no recortados por la muerte prematura), o la libertad para leer y escribir (sin estar restringidos por el analfabetismo). Mientras que el término “pobreza” no será normalmente invocado en esos contextos, la preocupación subyacente es sobre la privación y las vidas empobrecidas. Aún cuando focalicemos sobre la pobreza económica en el sentido más convencional (en la forma de ingresos insuficientes), la motivación básica será su relevancia como influencia sustantiva sobre la privación de las capacidades.  

Por ello, para Sen, al hablar del desarrollo hay que centrar también la atención más en la calidad de los objetos por alcanzar que en los medios para alcanzarlos; es decir, en una concepción más integral que parcial, atenta de sus finalidades humanas:  

La concepción del desarrollo como un proceso de expansión de las libertades fundamentales –dice– lleva a centrar la atención en los fines por los que cobra importancia el desarrollo y no sólo en algunos de los medios que desempeñan, entre otras cosas, un destacado papel en el proceso.  

Como para Pablo VI, el desarrollo para Sen es igualmente un proceso de liberación de condiciones de vida negativas que se concentran en la mera supervivencia, así como de una condición política, en la que se carece de derechos, hasta alcanzar una situación social en la que el ser humano sea capaz de escoger libremente entre diferentes maneras de vivir y poder realizarlas.  

Cuando, por ejemplo, hace la lista de los tipos de carencia de libertad, incluye en un primer grupo el estar libre de condiciones de vida que concentran a ésta en una mera supervivencia:  

En todo el mundo –dice también– hay muchas personas que sufren muchos tipos de privación de la libertad. En algunas regiones continúa habiendo hambrunas que niegan a millones de personas la libertad básica de sobrevivir. Incluso en los países que ya no son devastados esporádicamente por hambrunas, la desnutrición puede afectar a gran número de vulnerables seres humanos. Además, un elevado número de personas apenas tiene acceso a la asistencia sanitaria, a un sistema de saneamiento o agua limpia y se pasa la vida luchando contra la innecesaria morbilidad, sucumbiendo a menudo a una muerte prematura.  

Como expresa Javier Iguiñiz en el libro mencionado, sólo hay una restricción mayor a este tipo de restricciones, la muerte prematura de las personas. Por ello, dentro de su planteamiento, Sen también habla de un segundo tipo de libertades como elementos indispensables del proceso de desarrollo. Son las libertades que corresponden a la esfera de los derechos civiles y políticos:  

En algunos países –afirma– hay un gran número de personas a las que se les niega por sistema la libertad política y los derechos humanos básicos.  

Es importante subrayar que, contrariamente a lo que suele sostener en los medios profesionales de la economía y de la política, para Sen estos derechos no son instrumentales, sino parte constitutiva de la libertad y, por ende, del proceso de desarrollo. Debatiendo con quienes afirman que es necesario restringir las libertades políticas para acelerar el desarrollo económico y lograr conquistas en el plano del primer nivel de libertades, Sen afirma que:  

La libertad política y las libertades civiles son importantes directamente por sí mismas y no tienen que justificarse indirectamente por su influencia en la economía. Incluso cuando las personas carecen de libertades políticas o de derechos humanos gozan de suficiente seguridad económica (y de la casualidad de que disfrutan de unas circunstancias económicas favorables), se ven privadas de importantes libertades para vivir y se les niega la oportunidad de participar en decisiones cruciales sobre asuntos públicos. Estas privaciones restringen la vida social y política, y deben considerarse represivas, aun cuando no causen aflicciones (como desastres económicos).

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