La Sagrada Familia, icono de la colonia Roma
La Sagrada Familia es sumamente luminosa en su interior, gracias a sus enormes vitrales y al rosetón de su fachada.
Foto: José Luis Rubio
El Sol de México
Organización Editorial Mexicana
Redacción El Sol de México
El desarrollo de la colonia Roma se dio prácticamente al parejo de la construcción de uno de sus edificios más emblemáticos, se trata de la iglesia de La Sagrada Familia ubicada en la esquina de las calles Orizaba y Puebla, la cual también es punto de partida de la Procesión del Silencio, que se efectúa el viernes de Semana Santa para que los católicos rememoren el entierro de Jesucristo.
Escriben los que saben de cosas arquitectónicas que el inmueble es una combinación de los estilos Neorrománico con Neogótico con su torre alta y puntiaguda, fachada con rosetón y otros elementos que la hacen singular.
Su construcción inició en 1910 y fue terminada 15 años después, en 1925, con la bendición de su torre y reloj correspondiente.
El templo fue diseñado y construido en su totalidad por el arquitecto Manuel Gorozpe, quien lo dotó de una estructura de concreto armado, lo cual la convirtió en la primera iglesia en ser edificada con ese tipo de material.
Al contrario de otras edificaciones de su tipo, la Sagrada Familia no es un lugar oscuro sino luminoso debido a la luz que penetra por sus 10 vitrales con motivos de flores y el rosetón de su fachada.
El altar principal es de mármol y en un nicho aconchado al fondo está una escultura de la Sagrada Familia, la cual fue realizada en España y está franqueada por dos pinturas que describen escenas de la vida de Cristo, como cuando los Reyes Magos lo fueron adorar.
Su nombre se debe a que el padre de Pedro Lascuraín, una de las personas que financió la construcción de la Iglesia, era sumamente devoto, precisamente, de la Sagrada Familia.
En uno de los altares está la urna que guarda los restos del padre Agustín Pro, quien fue fusilado por órdenes del entonces presidente Plutarco Elías Calles durante la Guerra Cristera de los años veinte.
Finalmente, la decoración de sus interiores con frescos y todo fueron realizadas por una persona, el pintor Gonzalo Carrasco, quien plasmó al lado del altar retratos de los cuatro evangelistas: San Juan, San Mateo, San Pablo y San Lucas.