Carta a Eduardo Galeano
Víctor M. Quintana S.
Hace varios años quería escribirle esta carta, amigo Galeano. Usted no me conoce, usted ni siquiera se lo imagina, pero usted me salvó la vida. La literatura y los chistes me salvaron la vida.
Déjeme contarle: en 1997 yo era diputado federal en México por el Partido de
Una noche de junio, al llegar a mi departamento en un taxi se subieron dos individuos al vehículo, me golpearon, me hicieron bajar la cabeza y empezaron a amenazarme. Me condujeron a los cajeros automáticos para sacar dinero y averiguar cuánto tenía en mis cuentas.
Sin dejar de amenazarme y golpearme me llevaron a un hotel de mala muerte. Me ataron con los brazos por atrás y me tiraron boca abajo en el suelo, en medio de las dos camas. No cesaban de amenazarme, me pateaban, me insultaban. Ya como a las cinco de la madrugada empezaron a retransmitir por la televisión uno de los partidos de
“Andaba un equipo de la televisión mexicana cubriendo la guerra de Bosnia-Herzegovina. Se encuentran una patrulla de serbios. Como no pueden entenderse, son aprehendidos e incluso los amenazan con fusilarlos. Entonces, el comandante serbio ve que a uno de los mexicanos le sobresale su pasaporte de la camisa. Lo toma, lo lee y exclama emocionado: ‘México, Jorge Campos’, y los deja libres.”
A media mañana, una vez que les firmé toda una chequera que llevaba conmigo, luego de amenazarme si acudía a las autoridades, me dejaron atado en el hotelucho y luego se marcharon.
Un año después un amigo me llama y me dice: “ya atraparon a quienes te secuestraron, lee
Lo más extraño de todo esto es que, una vez libre, empecé a buscar el supuesto texto suyo que relaté a mis secuestradores, pero nunca lo he encontrado. Ya no sé incluso si alguna vez usted lo escribió. Lo importante para mí es que me lo aprendí y lo narré con toda mi convicción, ya que repaso, disfruto y comparto tantos textos suyos desde que una compatriota de usted puso en mis manos la trilogía Memoria del fuego en el gris exilio parisino.
Así pasa con los escritores como usted, amigo Galeano. Llega un momento en que el texto se les independiza y anda ahí, por el mundo, generando otros nuevos textos, inspirando luchas de la gente, alimentando justas rabias, haciendo más placenteras las vidas de muchos y salvando las de unos cuantos. Por esto último, mi familia, mis amigos y yo le damos las gracias; por lo demás, toda nuestra América en lucha.